Transitando la última semana de Cuaresma, ponemos el acento en este tiempo pospandémico que, de diversas maneras, seguimos viviendo a nivel mundial. Por tal motivo, Vida Nueva dialogó con el padre Daniel Eduardo Lorente, titular de la Parroquia San Martín de Porres (diócesis de Neuquén), desde el año 2006.
El padre Daniel cursó sus estudios en Studium Biblicum Franciscanum, Facultá de Scienze Bibliche e Arqueología dalla Custodia di Terra Santa en Jerusalén. Israel. Es misionero, director espiritual y guía de peregrinos de Tierra Santa desde 1998.
Reflexiona sobre la Vía Dolorosa, actualizando perspectivas espirituales de nuestro ser peregrinos. En su libro Peregrinos y Testigos en la Tierra de Jesús –publicado por Editorial PPC– nos dice “la meta del peregrino es el encuentro” y “el regreso es su tiempo de testigo”, porque “peregrinos y testigos son las dos caras de la misma moneda de la identidad del creyente”. Agrega que “todo creyente es peregrino y todo peregrino se transforma en testigo de lo que vio y tocó”.
Pregunta: ¿En qué consiste ser guía en Tierra Santa? ¿Quiénes están llamados a serlo y cómo se preparan para esta tarea?
Respuesta: En Israel, existe la Escuela de Turismo, de la Universidad Hebrea de Jerusalén donde los estudiantes –ciudadanos israelíes– cursan la carrera de Licenciado en Turismo. Luego, realizan cursos específicos si van a ser guías de peregrinaciones religiosas judías, islámicas o cristianas.
En el caso de ser cristianos –locales o extranjeros– realizamos cursos específicos en la Facultad de Ciencias Bíblicas y Arqueológicas en la Custodia Franciscana de Tierra Santa; y los sacerdotes podemos gestionar y adquirir la Licencia de Espiritual Leader que nos capacita para acompañar peregrinos cristianos.
Se respeta el ejercicio de su función en su lengua madre, pero los estudios se cursan en italiano, que es el idioma interno en la Custodia Franciscana. Además, deben tener locución fluida del inglés, que es lengua oficial en Israel.
P: Ud. fue, vio, tocó y sintió… Para quienes aún no conocen la tierra de Jesús, ¿cómo es espiritualmente este itinerario?
R: Si bien el viaje a Tierra Santa tiene una “presentación oficial” en las agencias de viaje Como turismo religioso, cuando se trata de una Peregrinación la intención y la actitud de los participantes es lo que le da el color y el contenido. Y la actitud es la de aquel que desea “ver y tocar” –como decía San Francisco de Asís– los sitios, lugares y santuarios que están en las raíces de nuestra fe.
Peregrinar es caminar con Cristo a la Casa del Padre, con el impulso del Espíritu Santo, de la mano de María y llevando consigo a los hermanos. La Peregrinación es una fuerte experiencia espiritual, pero también una maravillosa catequesis. Conocer Tierra Santa significa “leer un Quinto Evangelio”, es decir, el entorno histórico y geográfico en el que la Palabra de Dios se reveló y luego se hizo carne en Jesús de Nazaret.
También significa conocer a las personas que viven allí hoy, la vida de los cristianos de las diferentes Iglesias y denominaciones, pero también la de los judíos y musulmanes, que intentan construir –en un contexto complejo y difícil como el de Oriente Medio– una sociedad fraterna.
Esta experiencia permite a los peregrinos que la Biblia se te llene de lugares, que son mucho más que fotografías y videos, sino aromas, sentimientos y sensaciones vividas durante la visita. Se trata de una profunda experiencia intelectual, cultural y espiritual.
P.- ¿Cuáles son los hitos más significativos del recorrido por Tierra Santa?
R.- Indudablemente la visita a Nazaret, Belén y Jerusalén se llevan la primacía de los sitios sagrados más significativos en la visita. Detenernos en la meditación y contemplación de los acontecimientos que en esos sitios sucedieron son momentos muy fuertes e intensos de experiencia espiritual.
Cuando tenemos la posibilidad de navegar por el Mar de Galilea en esos barcos que son réplica de los del tiempo de Jesús; o atravesar el Desierto de Samaría y de Judea…, la proyección bíblica a la experiencia de los Patriarcas, los Profetas, la Virgen María con San José, Jesús y sus discípulos, transforman la experiencia en única y muy enriquecedora.
P.- ¿Cómo nos acompaña la historia arqueológica en nuestro tiempo para conocer, reconocer y repensar la vida de Jesús? ¿Podemos hacer historia crítica a partir de los nuevos descubrimientos?
R.- La arqueología es una ciencia relativamente nueva (desde finales del siglo XIX) que –junto a otras asignaturas y herramientas científicas de materias relacionadas con ella como la antropología, la paleontología y la paleografía– ha contribuido significativamente a la comprensión de la historia, la cultura y los idiomas del pueblo de Israel y sus vecinos en tiempos bíblicos.
El descubrimiento de vasijas, artefactos de uso casero, instrumentos de trabajo, armas de guerra, documentos escritos en arcilla, piedra, papiros y cuero, cementerios, esqueletos, y además los restos materiales de cimientos, ciudades y edificios se convierten en objetos de investigación que ayudan a la comprensión de los relatos bíblicos tanto del Antiguo con del Nuevo Testamento.
Sin embargo, también la arqueología ha dado lugar a algunos debates y problemas reales con respecto a sus hallazgos. Por lo tanto, su trabajo es continuo y no puede cerrarse demasiado rápido o usarse simplemente como un dispositivo de confirmación. No obstante, los descubrimientos arqueológicos han confirmado, aclarado y a veces corregido, los datos que nos llegan desde el Nuevo Testamento sobre Jesús y su ministerio, la Virgen María y los discípulos. Como así también sobre acontecimientos y personas del tiempo contemporáneo a Jesús de Nazaret.
P.- Pensando la historia de nuestra Iglesia con sentido cuaresmal y cercanos a la Semana Santa, ¿Cómo se inició la Vía Dolorosa y dónde se realiza hoy?
R.- La Vía Dolorosa es para los cristianos la calle más sagrada de Jerusalén. Nace al este de la ciudad santa, cerca de la Puerta de los Leones, y llega hasta el Santo Sepulcro. Se trata de una larga y sinuosa calle de la época romana por la que aún hoy pasan cada día miles de peregrinos, turistas y gente local.
Los Evangelios nos relatan cómo Jesucristo recorrió este icónico camino empedrado portando la cruz, desde que Poncio Pilato lo juzgara en la antigua Fortaleza Antonia hasta el Calvario y su descanso en el Santo Sepulcro.
Según la tradición antigua de los primeros cristianos, luego de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús los discípulos que quedaron en Jerusalén acompañaban a la Virgen María que recorría todos los viernes “el camino del dolor” de los últimos días de la vida de su hijo Jesús.
Fue llamado por eso Vía Dolorosa, el sendero que va desde el Monte Sión, sitio de la casa donde se celebró la Ultima Cena (el Cenáculo), luego hacia el Monte de los Olivos (Huerto de Getsemaní), subía por el sur a la ciudad de Jerusalén y atravesaba el barrio sacerdotal, donde estaba la casa de Caifás, de allí se dirigía a la zona del Este de la ciudad, hacia los pórticos de la Fortaleza Antonia, y luego seguía el itinerario que hoy conocemos como Vía Crucis.
Siguiendo los pasos de Jesús en sus últimos momentos, aún hoy miles de peregrinos recorren estas calles deteniéndose en los sitios –estaciones– que la memoria religiosa de los cristianos ha transmitido de generación en generación, como nos llega en el testimonio escrito del “diario” o “itinerario” de cientos de peregrinos ya desde el siglo II de nuestra era.
El trazado actual data del período cruzado (siglos XII y XIII) que fue cuando comenzó a llamarse en el occidente cristiano Vía Crucis, o “Camino de la Cruz”. Se divide en 14 estaciones que simbolizan cada uno de los últimos momentos de la Pasión de Nuestra Señor Jesucristo. En muchas de estas paradas de la Vía Dolorosa se han construido iglesias y capillas que rememoran cada momento.
P.- ¿Cuál sería su mensaje para nuestro peregrinar en el tiempo pospandémico?
En estos días estamos caminando el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Nos pone en sintonía. Creo que el tiempo de la pandemia fue una larga cuaresma. Un tiempo que nos puso a prueba como personas y como sociedad. Un profundo, prolongado y doloroso tiempo de purificación. De ayunos, oración y gestos generosos de caridad solidaria. Por eso, la pospandemia la veo como una ocasión de Pascua de Resurrección.
Evidentemente muchas cosas cambiaron en el mundo a partir de la pandemia. Hay heridas, cicatrices que recuerdan dolores vividos. Somos como el Resucitado que aún conserva las heridas de la crucifixión. No obstante, ha sido una feliz ocasión para aprender a sobrellevar y superar una realidad nueva, desafiante.
Los cristianos somos miembros del Pueblo de Dios, un pueblo peregrino, que camina resucitando, renaciendo, transformando la historia en Historia de Salvación; donde la pandemia ha sido una estación más en el Vía Crucis de la Humanidad. Por lo tanto, me uno a las palabras inspiradas por Dios a san Pablo “…sigo mi carrera… me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús. () De todas maneras, cualquiera será el punto donde hayamos llegado, sigamos por el mismo camino” (Carta a los Filipenses 3, 12-14.16).