La misión es vida, es un encuentro que transforma. Contaremos la misión a través de la vida de tres mujeres entregadas a Dios y comprometidas en países donde hay conflicto o luchan por los derechos humanos. En una Iglesia a menudo herida y confundida, estas mujeres comparten sus sueños y su trabajo cotidiano a partir de la pasión por Cristo que cambia continuamente su existencia, la enriquece con nuevas perspectivas y la abre a nuevas posibilidades.
Son religiosas combonianas y desde siempre la vida misionera comboniana ha estado orientada a dar testimonio de Cristo al servicio de la vida, especialmente de los más pobres. Es una invitación acogida por muchas mujeres jóvenes que ponen su fe y su propio ser en juego para construir puentes entre culturas, tejer relaciones de paz y sostener el grito de justicia y dignidad que viene de hombres, mujeres, pueblos enteros. Siempre con una mirada atenta al mundo actual, emprendedora y abierta a la interculturalidad.
La hermana Lourdes García es mexicana y ha vivido en el Oriente Medio durante los últimos cinco años. Actualmente se encuentra en Israel trabajando en las comunidades beduinas de Jahalin en el desierto de Judea. De la escucha de sus necesidades han nacido ideas y programas de formación y educación que se ponen en práctica a través de una densa red de voluntarios y colaboradores de diferentes confesiones religiosas y de monjas de diferentes congregaciones.
Como ella misma dice, “esto nos motiva a sentirnos puente entre dos pueblos, nuestra intención es en realidad acompañar a este pueblo minoritario, pero al mismo tiempo ser puentes de paz”. Así, “se está creando una pequeña red que no solo es intercongregacional, sino también interreligiosa, para salir al encuentro de nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. Tengo la gran esperanza de que podamos vivir y trabajar juntos por el bien común, uniendo fuerzas cada uno desde su propia fe, judíos, musulmanes, cristianos”.
Una fe que se proclama a través de gestos y acciones cotidianas en los que se hacen realidad los valores del Evangelio: acogida, respeto, encuentro y generosidad. “Se han creado lazos de cercanía, diálogo, hermandad y cariño con nuestros hermanos y hermanas musulmanes. Viviendo juntos los momentos significativos de sus vidas, pude conocer, además de su cultura y tradiciones, la realidad íntima de estas comunidades, sus dificultades o los problemas de las mujeres, por ejemplo, que se casan muy jóvenes y no continúan con sus estudios ni adquieren ninguna otra formación”.
El compromiso misionero continúa también con la pequeña comunidad cristiana de El-Azariyeh, la ciudad de Lázaro, la zona palestina donde vive. “Son una pequeña comunidad cristiana de unas 10 familias. Nos reunimos todos los días para rezar el Rosario con las mujeres, organizar momentos de oración y visitar a los enfermos”.
Sor Joana Carneiro viene de Portugal y desde hace cinco años vive y trabaja como médico en el St Daniel Comboni Catholic Hospital, en Wau, la segunda ciudad más grande de Sudán del Sur. El centro atiende a unos 5.000 pacientes a la semana y constituye una importante realidad sanitaria en un país marcado por la guerra. El hospital cuenta con 110 camas, divididas en cuatro departamentos: cirugía, medicina general, maternidad y pediatría; además hay un servicio de radiología que es el más avanzado en Wau. La hermana Joana está actualmente a cargo del departamento de cirugía.
“La atención médica en Sudán del Sur es muy frágil y en este siglo XXI todavía hay muchas personas que no tienen acceso a la atención médica básica, entre ellos, muchos niños y mujeres. Nuestra presencia como misioneras combonianas en un hospital diocesano no es solo una solución a la falta de atención sanitaria en el país, porque es un derecho básico que se debe favorecer desde las instituciones del país. Nuestra presencia es un recordatorio y un signo sacramental: la sociedad de Sudán del Sur, y del mundo entero, no puede olvidar y abandonar a los más vulnerables entre ellos. Es la manifestación de que el amor de Dios está presente, por dura y difícil que sea la situación”.
Cuenta Joana que cuando llegó a Sudán del Sur su primera impresión “fue un shock porque nunca había visto tanta pobreza material”. “Fue una primera impresión muy fuerte ya desde el aeropuerto, que estaba hecho con unas carpas, no había siquiera una estructura. Cuando bajé del avión, caminé por la pista, vi mi maleta debajo de una cortina, le pusieron un sello y eso fue todo. Era un pueblo muy desorganizado y todo el país estaba sin agua y sin luz. Ni en las zonas más pobres donde antes había estado había encontrado tanta pobreza material”.
“Mi sueño como misionera comboniana no es solo ayudar en las necesidades médicas de las personas en la medida de lo humanamente posible, sino seguir las huellas de Jesús, que caminó ‘haciendo el bien’. Y como monja comboniana, sigo nuestro carisma de desarrollar concretamente el apostolado y el mío es estar entre los sudsudaneses”, explica aludiendo al método de Daniele Comboni que es salvar África con África.
Hay quienes van en misión partiendo de tierras que siempre han sido lugares de misión. La hermana Benjamine Kimala Nanga es una hermana comboniana de Chad que, después de un período en España donde estudió y trabajó en la pastoral migrante, juvenil y misionera, vive y trabaja en Perú desde hace seis años. Aquí se ocupa de la prevención de la trata de personas. Desde hace aproximadamente un año vive en una zona, el distrito del Carmen (Chincha Alta), que es la cuna de los afrodescendientes peruanos.
Como ella misma nos escribe: “Experimento la misión como una llamada de Dios, ese Dios que camina con su pueblo, en este caso con el pueblo peruano en sus distintas realidades. La misión para mí hoy es caminar con y al paso de las personas que nos acogen desde su realidad. Mi servicio misionero en la prevención de la trata de personas me ha llevado a conocer la realidad sociopolítica, económica y eclesial del país. Este aprendizaje me impulsó a vivir mi presencia misionera con los pies en suelo peruano y con el corazón lleno de esperanza en Jesucristo. La dimensión del trabajo en las comisiones permanentes de la Conferencia de Religiosos (JPIC – Derechos Humanos y Red Kawsay) del Perú y con la Red Talitha Kum (intercongregacional) han sido para mí espacios de enriquecimiento”.
Kawsay, palabra quechua que significa vivir, es una red formada por más de 38 congregaciones religiosas y algunos sacerdotes diocesanos. No hay cifras oficiales, pero según el Defensor del Pueblo, más de 5.000 personas desaparecieron el año pasado. De estos, 1.506 eran mujeres adultas y 3.510 niñas. De media, 15 personas desaparecen todos los días, una cada dos horas. Según la policía, las desapariciones están relacionadas con la violencia de género, la trata de personas y problemas familiares. Y no existe un sistema de seguimiento rápido para los casos de mujeres desaparecidas. Durante el confinamiento, esta organización de derechos humanos en Perú denunció, sobre todo, la desaparición de adolescentes que huían de una vida de violencia y que terminaban secuestradas o traficadas.
La misión vivida por estas jóvenes que partieron de varias partes del mundo hacia otras tierras, otros pueblos y otras culturas, es un camino de transformación personal a la vez que de evangelización. Por eso, Lourdes puede asegura que “vivir en Oriente Medio ha enriquecido mi ser misionera. Aprendí mucho de las diferentes culturas y religiones de esta tierra y la forma en que expreso mi fe se ha transformado positivamente”.
Es un camino que transforma la manera de sentirse parte de la Iglesia. Es lo que nos dice Joana: “No puedo ser una mujer consagrada si no soy parte de la Iglesia, como comunidad de creyentes, como ‘cenáculo de apóstoles’. Estar aquí en Sudán del Sur me llama a caminar con ellos a su ritmo, ni más lento ni más rápido, sino al ritmo de la Iglesia concreta que vive, encarna y celebra en estas tierras la vida de Jesucristo”.
Todo ello exige un nuevo modo de ser misioneras consagradas, una metodología que, como afirma Benjamine “ve el centro en el Evangelio como plenitud de vida, ecología integral en el lenguaje de hoy”. “Es importante que sigamos evangelizando y dejándonos evangelizar desde las periferias existenciales, desde los nuevos caminos de evangelización, para combatir de raíz la injusticia y la explotación de las personas, especialmente a través de la prevención. Es un trabajo transversal; es cuidar la vida en su totalidad” asegura. Y concluye: “Seguiré aprendiendo y compartiendo mi ser misionera comboniana africana también aquí en Perú con los afrodescendientes, hijos e hijas de esclavos arrancados de África”.
*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva