“Es normal que los cristianos notemos ese ambiente social, cultural, que intenta ocultar, solapar o pasar indiferente ante la fe cristiana”, afirma Celso Morga
“¿Es la Iglesia un estorbo?”. Esta es la pregunta que se hace Celso Morga, arzobispo de Mérida-Badajoz, en un artículo publicado por la revista diocesana Iglesia en camino. En él, el prelado señala que “algunas de las informaciones que llegan a la opinión pública sobre la Iglesia trasmiten una visión problemática sobre la misma, cuando no abiertamente negativa: abusos, disonancia con lo que hoy pide la sociedad, la cultura moderna, las tendencias actuales y los estilos de vida”.
“Desde esa perspectiva”, dice, “la Iglesia y el cristianismo en general aparecen como un estorbo, un entorpecimiento al progreso”. “Es normal que los cristianos notemos ese ambiente social, cultural, que intenta ocultar, solapar o pasar indiferente ante la fe cristiana”, asegura Morga, pero subraya que esto “ni nos debe asustar, ni nos debe inquietar o impresionar, ni mucho menos nos debe llevar a ocultar nuestra fe”.
Por ello, anima a que, “sin perder la calma”, los cristianos vivan “conforme a lo que creemos en todos los ambientes en los que se desenvuelve nuestra vida de cristianas, de cristianos”. “El Señor ya nos advirtió que habría oposición, que la fe cristiana no sería aceptada siempre con paz”, reconoce el prelado. “Lo que no puede suceder es que nos achiquemos, nos llenemos de complejos u ocultemos nuestro ser discípulos de Cristo”.
Así, Morga señala que, si bien se “ataca” el celibato, la doctrina sobre la sexualidad o el protagonismo de la mujer en la Iglesia, lo que “en el fondo está en juego” es la fe cristiana. “Quien juzga la Iglesia desde fuera, como una institución humana más, sin fe en Cristo, la considerará siempre como ‘atrasada’, no acorde con los tiempos, en definitiva, un estorbo para el goce del cuerpo y de la vida”, asevera en la misiva.
“Estamos a las puertas de la Semana Santa y la Iglesia proclamará de nuevo la Cruz de Cristo como fuente de salvación, de felicidad y de vida”, concluye el arzobispo, señalando esto como “la paradoja del cristianismo”. “Quien hace opción por la fuerza de su deseo, autónomo e individualista, como único camino de felicidad, no necesitará a Dios ni ninguna redención, ni mediación alguna entre Dios y el hombre”, explica. “Pero esa opción, llevada al extremo, deja al hombre solo, sometido a su deseo, que al final es “su dios”. Para quien hace esa opción sobra Cristo, sobra la Iglesia y sobra el sacerdocio, porque queda anulado el valor eterno de la persona”.