Hace ya bastantes años, 23, para ser exactos, que Lola Martínez se enfundó por primera vez, un Miércoles Santo, el traje de nazarena. Y es que, la que hoy es mayordomo de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias (Los Gitanos) de Madrid, comenzó, como ella dice, “desde abajo”. Es ejemplo de todas esas mujeres que han ido, a lo largo del tiempo, conquistando espacios en la Semana Santa hasta llegar a puestos de responsabilidad, pero sin dejar de lado esa espiritualidad que les lleva a acompañar a Cristo en su pasión y a evangelizar por las calles de su ciudad de una forma que, hace apenas unas décadas, estaba reservada únicamente a los hombres, aunque, en su caso, tal vez por una cuestión generacional, nunca ha encontrado “ningún problema”.
Una testimonio similar es el de Mª Ángeles Quintana, hermana mayor de la Cofradía de la Flagelación de Jesús de Logroño. “Mi historia es la misma de tantísimas personas que entramos a formar parte de una cofradía”, relata. “Al principio, llegas a ella un poco sin saber muy bien lo que es. Concretamente entré por mi marido, porque un amigo le propuso ser portador, y porque mis hijas tocaban en la banda”, explica. De aquello, señala, han pasado ya 40 años. Toda una vida vinculada a este modo de vivir y transmitir la fe.
“Ha sido un proceso de crecimiento muy orgánico, en el que lo primero es aprender cómo funciona, pero, sobre todo, a querer a la cofradía”, recalca. Tanto la quiere esta hermana mayor que asegura que La Flagelación es como “un hijo más al que ves crecer y al que hay que cuidar”. “De hecho, me llaman ‘madre’, y siempre están con que si ‘ya viene la jefa, ya viene la madre’, porque estoy pendiente de todos”, apunta.
“Empiezas involucrándote poco a poco y, cuando te das cuenta, acabas siendo hermana mayor”, continúa, aunque asegura que este cargo “tampoco es que sea significativo de nada”. Más bien “viene supeditado por la cantidad de años que llevas, y, en mi caso, ya había estado en otros cargos de la junta de Gobierno, lo cual es importante para saber los problemas de la cofradía, cuáles son sus necesidades y para saber en qué proyectos embarcarse”. Asimismo, Quintana subraya que en el caso de La Flagelación “hay muchísimas mujeres”, así que el cargo de hermana mayor “alguna vez tenía que tocar” a una de ellas.
Sin embargo, esto no quiere decir que estas mujeres no sean conscientes de que esta “normalidad” que ahora se vive ha tenido que ser conquistada con los años. “Realmente lo importante es que trabajemos por el mismo fin, que es el bien de la cofradía, sin importar si somos hombres o mujeres”, subraya Quintana, quien no quiere dejar de evidenciar que, más allá de cargos, lo realmente crucial es “la espiritualidad que va unida a ello”, ya que “sin esto no vamos a ninguna parte”. “Uno puede ser una persona que tenga mucha fe, pero eso hay que compartirlo, del mismo modo que nos conocemos y sabemos los problemas unos de otros y nos acompañamos en ellos”, asevera.
En este sentido, Martínez considera que, “para lo que es la Iglesia en general, las hermandades y cofradías hemos sido bastante pioneras en el hecho de poner a mujeres en cargos de responsabilidad”. Salvo algunas, eso sí, en las que el obispado ha tenido que “ponerse las pilas”. Ejemplo de ello es lo ocurrido en Zamora el año pasado. Por primera vez en sus 97 años de historia, el sexo no era motivo de distinción entre los y las cofrades que desfilaron en la procesión de la Real Hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias.
Fue en 2018 cuando una iniciativa del Obispado promovió que todas las hermandades de Zamora fueran mixtas, pero el mal tiempo y la pandemia retrasó la primera procesión de la cofradía en la que participaron mujeres hasta 2022. En Sevilla, aunque la figura de la mujer está plenamente integrada en todos los cargos dentro de las hermandades –desde acólitos hasta camareras, vestidoras, priostes y miembros de las junta de gobierno–, no fue hasta 2011 cuando las hermandades de El Silencio, La Quinta Angustia y el Santo Entierro igualaron el derecho de hombres y mujeres a realizar la estación de penitencia.
“Lo que sí ha pasado alguna vez en nuestra hermandad, al menos, es que, a falta de algún miembro del equipo de gobierno, hemos querido poner a una mujer, y hemos sido nosotras mismas las que nos hemos reprimido, porque creemos que no estamos capacitadas o porque sabemos lo complicado que es el cargo, que muchas veces es difícil de compaginar con el trabajo y la familia”, explica Martínez, cuyo marido ha sido hermano mayor durante varios años. “Mucha gente cree que esto es una cosa de un día que se sale a procesionar y listo, pero la verdad es que es trabajo de un año completo”, asevera. “Aunque está claro que lo positivo está muy por encima de lo negativo”, reconoce.
“No me he encontrado muchas barreras, al menos no por el mero hecho de ser mujer”, dice Quintana, “tal vez por el hecho de haber entrado desde muy abajo y llevar tantos años”. “Está claro que a veces propones algo y no sale adelante, pero no tiene que ver, es una cuestión de que tenemos que llegar a consensos”. Así, asegura que “somos una cofradía muy integradora y muy avanzada, en la que las mujeres son portadoras en el paso desde hace ya 10 o 15 años”. “En la junta de gobierno de nuestra hermandad cada vez hay más mujeres”, concluye, convencida de que, al hablar de desigualdad, tanto en la Iglesia como en la sociedad, “algún día llegaremos a la normalidad más absoluta y no tendremos que señalarla”. Pero, para ello, es necesario que haya mujeres que continúen ese legado. Este es el caso de Coral Sánchez, quien, recién entrada en la treintena, ya es hermana mayor de la Cofradía Santa María Magdalena de Albacete, que es, además, la primera fundada íntegramente por mujeres.
Para Sánchez todo comenzó con una ilusión: tocar el tambor. “Empecé con 11 años en la banda, y con 19 salí de costalera”, relata. Ya a los 31 fue elegida hermana mayor. “Es la primera cofradía fundada por mujeres, así que mi sueño a la hora de formar la junta directiva es que volviera a estar formada íntegramente por mujeres, por hacer un guiño a la fundadora”, explica, ya que, con el paso de los años, los hombres también se han ido integrando en las filas de La Magdalena, creando una hermandad mixta. “Hacer una hermandad solamente por mujeres no es casualidad”, reconoce. Se fundó en el año 87, cuando ella aún no había nacido, por un grupo de mujeres miembros de otras cofradías que decidieron dar el paso y crear una cuya imagen fuera La Magdalena.
En este sentido, Sánchez reconoce que, al ser mujer y estar dentro de la Iglesia, “una se encuentra siempre con esa pequeña gran barrera” que supone la distinción por sexo. “Muchas veces lo hablamos entre nosotras”, dice, haciendo referencia a las otras mujeres que forman parte de las juntas de gobierno de las hermandades de Albacete. “Soy la más joven, así que tal vez por eso ahora veo las cosas diferentes, porque no lo he vivido de una forma tan directa, pero las otras mujeres de otras hermandades, aunque no señalan que hayan vivido nunca ningún problema de forma evidente, sí que siempre ostentaban cargos como el de secretaria, tesorera…”. Puestos, en definitiva, que aunque eran de responsabilidad, siempre contaban con la “supervisión” de un hombre. “Hace años no era tan común lo de ser hermana mayor, pero actualmente no tenemos ningún problema para serlo, incluso nos animan”, asegura. Ahora, dice, lo que se busca, sobre todo, es “gente capaz, que ame la Semana Santa y que quiera darle continuidad”.
La representación a través del arte y la cultura ha tenido no solo su importancia a nivel histórico, sino a la hora de actuar como espejo en el que la sociedad puede mirarse y dejarse interpelar. Marta Díaz es la directora de la película “Mi querida cofradía” (2018). En ella, la protagonista, Carmen, que es “católica, apostólica y malagueña”, después de “haber hecho de todo” en la hermandad, está a punto de convertirse en presidenta. Sin embargo, en el momento de la votación sale elegido Ignacio, quien, a falta de otro argumento, subraya que “él es hombre” en una de las conversaciones que mantienen. Pero Carmen, como todas esas mujeres que han dado un paso adelante por su fe, se niega a aceptarlo, dando lugar a toda una serie de enredos salpicados por una mezcla única de tradición y humor.