La bajada de temperaturas experimentada en Roma, especialmente al final del día, han hecho que el papa Francisco, que el pasado 1 de abril salía del hospital tras superar una bronquitis, siga el tradicional Vía Crucis de la noche del Viernes Santo desde el Coliseo desde la residencia Santa Marta en el Vaticano. El pontífice había vuelto el año pasado a participar en este acto tras dos años de pandemia en los que se celebró en el Vaticano y no en el entorno del anfiteatro Flavio. Sí que ha estado presente el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, que ha sido recibido por el cardenal vicario Angelo de Donatis que ha presidido la oración ante 20.000 fieles.
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En la oración final, prevista para ser leída por el Papa, se pidió por la paz en todo el mundo, si bien en forma de agradecimiento. “Señor Jesús, Palabra Eterna del Padre, por nosotros te has hecho silencio. Y en el silencio que nos conduce a tu tumba hay una palabra más que queremos decirte al recordar el Vía Crucis recorrido contigo: ¡gracias!”, se lee en el inicio de la oración. “Gracias, Señor Jesús, por la mansedumbre que confunde la arrogancia. Gracias, por la valentía con la que abrazaste la cruz. Gracias por la paz que brota de tus heridas. Gracias, por darnos a tu santa Madre como Madre nuestra”, se apunta en la plegaria.
“Gracias, por el amor que mostraste ante la traición. Gracias, por convertir las lágrimas en sonrisa. Gracias por amar a todos sin excluir a nadie. Gracias por la esperanza que infundes en la hora de la prueba. Gracias por la misericordia que cura la miseria. Gracias por haberte despojado de todo para enriquecernos. Gracias por convertir la cruz en árbol de vida. Gracias, por el perdón que ofreciste a tus asesinos. Gracias, por vencer a la muerte. Gracias, Señor Jesús, por la luz que has encendido en nuestras noches y reconciliando toda división nos has hecho a todos hermanos, hijos de un mismo Padre que está en los cielos”, concluyó la oración.
Voces de paz de todo el mundo
Las reflexiones de las diferentes estaciones, que se han mantenido en secreto hasta el último momento, han querido ser “voces de paz en un mundo en guerra” a través de diferentes testimonios de zonas en conflictos o de los descartados del mundo. En la base están algunos testimonios que el Papa ha podido escuchar a través de sus audiencias y viajes apostólicos que han sido recogidos por algunos de los dicasterios de la Curia Romana.
En concreto esas voces de paz llegan desde Tierra Santa, un migrante de África occidental, los jóvenes de Centroamérica, una madre de Sudamérica, tres migrantes provenientes de África, Asia del Sur y Oriente Medio; un sacerdote religioso de los Balcanes, dos adolescentes del norte de África, el sudeste asiático, una consagrada de África central, los jóvenes de Ucrania y Rusia –algo que tanto el embajador ruso como el ucraniano ante la Santa Sede han criticado nada más publicarse el texto–, un joven de Oriente Próximo, una madre de Asia Occidental, una religiosa de África Oriental y unas mujeres jóvenes del sur de África.
Una nueva guerra mundial
“Señor, necesitamos tu paz, esa paz que no somos capaces de construir con nuestras propias fuerzas” fue el grito con el que comenzó este ejercicio devocional. “Desde la Tierra Santa se abre paso el camino de la cruz esta tarde en pos de ti. Lo recorreremos escuchando tu sufrimiento, reflejado en el de tantos hermanos y hermanas que en el mundo han sufrido y sufren la falta de paz, dejándonos interpelar profundamente por los testimonios y ecos que han llegado a los oídos y al corazón del Papa incluso durante sus visitas”, se señala. Y es que estos “ecos de paz” son los “que reaparecen en esta ‘tercera guerra mundial a pedazos’, gritos que vienen de países y zonas hoy devastados por la violencia, las injusticias y la pobreza”.
“La violencia parece ser nuestro único lenguaje. El motor de las represalias mutuas se alimenta incesantemente del propio dolor, que a menudo se vuelve el único criterio de juicio. Justicia y perdón no logran dialogar entre sí. Vivimos juntos, sin reconocernos el uno al otro, rechazando uno la existencia del otro, condenándonos mutuamente, en un círculo vicioso sin fin y cada vez más violento”, reclaman desde Tierra Santa. “Muchas personas que huyen de la guerra cargan cruces similares a la mía”, grita un migrante de África occidental que ha huido seis veces de la guerra en su país. “Nos tiran al suelo la pereza, el miedo, el desaliento y también las promesas vacías de una vida fácil pero sucia, hecha de avidez y corrupción”, denunciaron los jóvenes de Centroamérica haciendo autocrítica por las veces en que “descuidamos a quien nos necesita”.
“¡Lo que debe haber sido para María ver el rostro de Jesús deformado y ensangrentado! Yo, víctima de esa violencia insensata, al principio experimenté rabia y resentimiento, pero después descubrí que si difundía odio creaba aún más violencia”, confesó una madre de Sudamérica a quien una bomba de la guerrilla destrozó la pierna. “Debo elegir entre extranjero, víctima, solicitante de asilo, refugiado, migrante, otro; pero lo que quisiera escribir es persona, hermano, amigo, creyente, prójimo. ¿Habrá un cireneo para mí?”, clamó un migrante de Oriente Medio.
“La Providencia llegó, bajo forma de ayuda y comida, a través de una mujer musulmana, Fátima, que logró llegar hasta mí abriéndose paso en medio del odio”, testimonió un sacerdote encarcelado en plena guerra en los Balcanes. “Sin paz no lograremos levantarnos. Una y otra vez se promete la paz, pero volvemos a caer bajo el peso de la guerra, nuestra cruz”, reclaman unos adolescentes del norte de África.
Las víctimas de la guerra
La décima estación la comparten un joven ruso y otro ucraniano. Este último cuenta como dejó a su padre mientras salía a Italia al empezar la invasión. “Sentí que me despojaban de todo; que estaba completamente desnudo”, señaló; y añadió: “en el corazón me quedó esa certeza de la que me hablaba la abuela cuando yo lloraba: ‘Verás que todo pasará. Y con la ayuda del buen Dios volverá la paz’”. El ruso mostró “un sentimiento de culpa, pero al mismo tiempo no entiendo por qué y me siento doblemente mal” y eso que ha perdido a su hermano mayor. “Lo mismo pasó con mi padre y mi abuelo; también partieron y no sabemos nada de ellos”, relató. “Al volver a casa escribí una oración: Jesús, por favor, haz que haya paz en todo el mundo y que todos podamos ser hermanos”, rezó.
“En nuestras muertes creemos en Ti, Señor de la vida. Queremos seguirte y testimoniar que tu amor es más fuerte que todo” fue la confesión de una madre de Asia Occidental que ha vivido el terrorismo de cerca. “. Pedimos al Señor la gracia de una convivencia pacífica y humana. Sabemos y creemos que el sepulcro no es la última morada,sino que todos estamos llamados a una vida nueva en la Jerusalén celestial”, confesaron unas mujeres jóvenes del sur de África, víctimas del maltrato de los rebeldes.