El profesor del ITVR ha participado en la 52ª Semana de Vida Consagrada
Muchos son los motivos para vivir en esperanza, pero el profesor del ITVR y de la Universidad Pontificia Comillas, Antonio Sánchez Orantos, ha dibujado cinco grandes convicciones para hacerlo. Las ha desgranado, una a una, durante su ponencia en la 52ª Semana de Vida Consagrada, que este año lleva por lema ‘Entretejer itinerarios de esperanza’.
“La esperanza solo es posible en la paciencia que exige el verdadero amor”, ha señalado Sánchez Martos, y “esta es la mayor verdad que entre líneas he intentado comunicar. Porque la paciencia del amor siempre sabe esperar con esperanza”. Así, ha procedido ha enumerar sus convicciones:
Tal como ha señalado el catedrático, “misterio no es aquello que se ignora”, sino que “es la presencia que experimentamos en nuestra vida sabiendo que tenemos que contar con ella sin poderla dominar, controlar, conformar por ninguna facultad humana: ni con la sensibilidad, ni con la voluntad, ni con la razón”.
Por eso, “Dios es Misterio; también, la muerte; y, también, mi prójimo…”. De esta manera, “no se trata de que la realidad Misterio no esté presente en nuestra vida, se trata de que estando presente, muy presente, dicha presencia no la podemos dominar”. Y, por este motivo, “debemos aprender a vivir con ella, a dialogar continuamente con ella, a conformar nuestra vida desde ella”.
En este sentido, y preguntándose acerca del “profundo misterio de la vida humana”, ha parafraseado a Pascal: “somos seres finitos traspasados por la presencia de lo infinito”. “Por eso”, ha aseverado, “la conciencia humana será siempre conciencia desventurada: nunca está ni podrá estar satisfecha con lo conseguido. El que saborea, es decir, el que sabe de lo infinito, y permite su presencia, no puede conformarse con ningún logro finito”. En este sentido, “es fácil caer en la desesperanza, incluso, en la violencia o en el nihilismo cuando no aceptamos nuestra propia condición de estar traspasados por el infinito”.
“Quien no sabe vivir en conciencia desventurada, cae en la desesperanza. Y solo la esperanza que confía en un cumplimiento que colme nuestro corazón nos permitirá ser verdaderos hombres y mujeres de paz siempre en camino hasta el gran encuentro final: el amor de Dios”, ha añadido Sánchez Orantos.
“Si se acepta lo anterior, debe concluirse que la vida humana se define no por lo conseguido, que nunca satisface, sino por lo que se espera. Dicho quizá con mayor claridad: el ser humano se ve obligado a vivir anticipando su futuro y, por eso, proyectándolo”, ha explicado. De esta manera, “la esperanza nos obliga, pues, no solo a vivir humanamente, sino a conformar biográficamente nuestro yo, es decir, a ser autores de nuestra propia vida respondiendo a nuestra radical vocación: la osadía de ser no solo lo que somos, sino lo que queremos llegar a ser”.
Así, Sánchez Orantos ha subrayado que “el deseo de lo que queremos llegar a ser habita en lo más profundo de nuestro corazón”, y esa llamada “nos hace únicos, originales e irrepetibles”. “Por eso, la esperanza nos llama a la obediencia, que no significa hacer caso a otro o a otra, sino saber escuchar”, ha concluido. “Disponibilidad para la escucha de nuestro propio interior, pasividad no actividad, es la primera exigencia de la verdadera esperanza”.
“Para asumir en nuestras vidas las dos convicciones propuestas, debemos aprender a distinguir con discernimiento las dos maneras de manifestación del dinamismo carencial de la persona humana: la necesidad y el deseo”, ha señalado. Así, mientras que en “la dinámica de la necesidad (por ejemplo, tener hambre), si es respondida adecuadamente (por ejemplo, comer un bocadillo), culmina en la satisfacción (hasta que vuelve a surgir la carencia)”.
Sin embargo, “la dinámica del deseo, si es respondida adecuadamente, culmina siempre en insatisfacción, o si se quiere positivamente, en deseo de más”. Pero esta insatisfacción “nace porque la experiencia realizada, la buena experiencia realizada es siempre deseo de más y, por eso, fundamento de esperanza, de exigencia de seguir caminando hacia la plenitud. La esperanza es, por eso, la protesta que exige el amor”.
“Ciertamente, el pecado, en cuanto nos encierra en nuestra finitud quebrando el vislumbre de posibilidades para ser lo que queremos ser, es fuente de desesperanza. Pero el deseo de más, acompañado de la confianza en conseguir aquello que buscamos, revelará siempre que estamos haciendo las cosas bien, muy bien. Confundir el pecado con ‘el deseo de más’ es la gran tentación del hombre y de la mujer que viven con fidelidad su vocación”, ha añadido.
“La esperanza, es verdad, es condición de posibilidad de la creativa libertad humana”, ha afirmado, “pero, a veces, sobre todo desde la propuesta de la modernidad, hemos confundido la libertad creativa con la autosuficiencia, la autarquía, la autoafirmación. Y el resultado ha sido personalidades narcisistas, imposibilitadas para el sacrificio y la compasión, que terminan en la desesperanza de la banalidad: en un matar divertidamente el tiempo”.
Por ello, “la libertad creativa solo puede ser mantenida en el espacio que abre la compasión. Padecer-con el otro, precisamente, su conciencia desventurada, su insatisfacción, su querer lo que todavía no es, su deseo de más. Si no olvidásemos de que estos radicales sentimientos definen a toda persona humana, si los tuviésemos siempre presentes, nos querríamos más, mucho más.
Cuidar del otro con ternura, escuchar, discernir y no solo actuar, y no solo proyectar maravillosas acciones, será siempre la condición que hace posible mantener la esperanza confiada”.
“La esperanza exige el diálogo interpersonal”, ha señalado Sánchez Orantos. “El diálogo, el verdadero diálogo, siempre abre sueños que, por ser soñados despiertos, en esa vigilia que siempre provoca el amor, mantendrán siempre viva la esperanza. Y creo que, a veces, hablamos poco, muy poco, de las llamadas que habitan en nuestro corazón”.
Y ha recordado que, como decía Pascal, “la esperanza es una de las más profundas razones que propone nuestro corazón. Y si no hablamos de ella, sino la compartimos razonablemente en nuestro hablar, corre el riesgo de perderse por invisibilidad. Compartamos nuestras esperanzas, las que anidan en nuestro corazón, y la Esperanza, la Gran Esperanza, iluminará nuestras vidas, iluminará nuestro caminar personal y comunitario”.