‘Vivir según se espera’. Así reza el título de la ponencia de Ianire Angulo Ordorika, ESSE, durante la 52ª Semana Nacional para la Vida Consagrada, que este año se celebra del 12 al 15 de abril bajo el lema ‘Entretejer itinerarios de esperanza’.
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¿Cómo puede hablar de esperanza una persona que dedica gran parte de su tiempo a la investigación sobre los abusos en el ámbito eclesial? “Los lugares más oscuros son también aquellos en los que la luz brilla con más fuerza”, ha comenzado advirtiendo la teóloga.
Angulo ha afirmado que es necesario que la esperanza mantenga “la lucidez mientras se sigue soñando”. “La conciliación de estas dos acciones, que es una labor artesanal y, a la vez, un don divino, sería un requisito fundamental en todas las formas de vida cristiana, pero adquiere una mayor urgencia en el caso de la Vida Consagrada, que por vocación tiene un profundo carácter escatológico”, ha explicado.
Desde esta perspectiva, “la Vida Consagrada está conectada con la esperanza, de ahí que la irradie de manera natural o, al menos, eso se supone”. “Y digo ‘se supone’ porque me estoy situando en el ideal sobre esta forma de vida cristiana -ha continuado-, ese al que apuntan tanto los textos magisteriales como los congregacionales y que, con frecuencia, contrastan con nuestra experiencia diaria”.
Caminar entre el límite y la promesa
Para la religiosa, “vivir según se espera, tal y como reza esta comunicación, quizá no suponga tanto asumir el ideal pretendido y hacerlo con la perfección anhelada, sino, más bien, curtirse en el arte de mantener los sueños en medio de los insomnios. Se trata, en definitiva, de caminar entre el límite y la promesa”.
En este sentido, ha añadido: “Si vivir en la esperanza pasa por mantenernos despiertos, implica también habitar esos espacios de fragilidad en los que nos sentimos incómodos. Aunque esto resulta desagradable para todos, lo es aún más para las personas de Iglesia, porque cuanto más altos y sublimes son los ideales, más vértigo nos produce mirar al abismo”.
Y ha proseguido: “Durante siglos nos hemos comprendido como un ‘estado de perfección’, situándonos en un escalafón más arriba que el resto de los bautizados”.
La reducción más allá de la alta cocina
Asimismo, “me permito poner en duda, además, que el mero hecho de asumir, con nuestra pobreza, obediencia y castidad, una forma de vida que la tradición ha considerado semejante a la que asumió el Jesús histórico conlleve necesariamente seguirle ‘más de cerca’ que quienes no profesan los votos. Si las afirmaciones que estoy haciendo generan algo de incomodidad en ustedes, quizá delate que, efectivamente, no parece tan sencillo desterrar en nosotros esa autocomprensión que las afirmaciones conciliares minaron desde dentro”.
En este punto, Angulo ha hablado sobre una “dolencia que sobreabunda en la Vida Consagrada y que conviene describir con claridad”: la reducción. “Por mucho que se trate de un término muy valorado en el ámbito de la cocina de alto nivel, a nuestros oídos no nos suena tan bien hablar de ello”, ha señalado.
“La Vida Consagrada se reduce de manera implacable y sin atisbos de que algo vaya a cambiar. A una media de edad que avanza inexorablemente se le une la falta de candidatos y una salida de miembros que el papa Francisco ha llegado a denominar ‘hemorrágica’. Aunque no sea este el espacio para hacer un análisis minucioso y nos suele preocupar más la falta de entradas en nuestros institutos, creo que convendría preguntarnos también por las causas de las salidas”, ha puntualizado.
¿Misión compartida?
A este mismo respecto, ha continuado: “Somos cada vez menos y más mayores, procurando sostener obras y presencias y en un permanente duelo, no siempre sanamente elaborado, ante aquello a lo que no podemos atender. La situación nos ha lanzado, haciendo de la necesidad virtud, a caminar junto a otros. El logro que supone la misión compartida y las iniciativas intercongregacionales no esconde sus dificultades, que también conviene nombrar, por más que no suene ‘políticamente correcto’. Si todos tenemos la misma llamada a la santidad, si laicos y religiosos compartimos el carisma y si llevamos adelante la misma misión ¿qué sentido tiene renunciar, por ejemplo, a una familia propia?”.
Por otro lado, la religiosa ha asegurado que “nadie se libra, tampoco quienes formamos parte de la Vida Consagrada, de esconder a un ateo, no teórico sino práctico, en el sótano de su interior. Quien más y quien menos, todos nos hemos adaptado en algún aspecto a manejarnos por la existencia como si Dios no existiera”.
Para Angulo, “todo aquello que es importante en nuestra vida, si no crece, decrece. Suponer y no mimar esta pertenencia que nos vertebra y otorga identidad es un riesgo que adquiere magnitudes mayores cuando se trata de la Vida Consagrada”.
El miedo y el vacío
Al término de su conferencia, la teóloga vasca ha insistido en que “seguir soñando y mantenernos despiertos no es una cuestión de esfuerzo ni de voluntad”. “Como sucede con las realidades importantes, se trata de esa sabia articulación entre aquello que solo podemos recibir por puro don y la disposición a que esa Gracia se nos convierta en una tarea que nos moviliza y nos disponga a responsabilizarnos con lo recibido”, ha asegurado.
Por ello, ha invitado a recoger “la invitación de soñar sin estar dormidos, de despertarnos junto al Señor y, de su mano, ser capaz de reconocer y nombrar todo aquello que se esconde bajo el hielo, incluido el miedo y el vacío”. “Entonces, sin duda, iremos viviendo según se espera”, ha concluido.