“María, Madre de misericordia, ayúdanos a amar a la Iglesia y a hacer de ella una casa acogedora para todos”. Con estas palabras ha concluido Francisco hoy su segundo Regina Coeli de 2023. El Papa ha rezado la oración mariana desde la ventana del estudio del palacio apostólico junto a la multitud de fieles que se encontraban en la plaza de San Pedro en este Domingo de la Divina Misericordia.
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Precisamente, el Pontífice ha comenzado su alocución haciendo referencia a esta celebración instituida por Juan Pablo II para la Iglesia universal, pues hoy, el Evangelio habla de dos apariciones de Jesús resucitado a los discípulos y, en particular, a Tomás, el “apóstol incrédulo” (cf. Jn 20,24-29).
“Tomás, en realidad, no es el único al que le cuesta creer, de hecho representa un poco a todos nosotros. En efecto, no siempre es fácil creer, sobre todo cuando, como en su caso, se ha sufrido una gran decepción. Siguió a Jesús durante años, asumiendo riesgos y soportando penurias, pero el Maestro fue puesto en la cruz como un delincuente y nadie lo liberó, ¡nadie hizo nada! Murió y todo el mundo tiene miedo. ¿Cómo volver a confiar?”, se ha preguntado Jorge Mario Bergoglio.
La valentía de Tomás
Para el Papa, “Tomás, sin embargo, da muestras de valentía: mientras los demás están encerrados en el cenáculo, él sale, a riesgo de que alguien le reconozca, le denuncie y le arreste. Podríamos incluso pensar que, con su valentía, merecería más que los demás encontrarse con el Señor resucitado”.
En cambio, ha proseguido, “precisamente por haberse apartado, cuando Jesús se aparece por primera vez a los discípulos la noche de Pascua, Tomás no está allí y pierde su oportunidad. ¿Cómo puede recuperarla? Solo regresando con los demás, volviendo allí, a esa familia que dejó asustada y triste. Cuando lo hace, cuando vuelve, le dicen que Jesús ha venido, pero a él le cuesta creerlo; le gustaría ver sus heridas”.
¿Qué sucede entonces? “Jesús le satisface: ocho días después, se aparece de nuevo en medio de sus discípulos y les muestra sus llagas, la prueba de su amor, los canales siempre abiertos de su misericordia”.
¿Una señal extraordinaria para creer?
Reflexionando sobre estos hechos, Francisco ha insistido en que “para creer, Tomás quiere una señal extraordinaria: tocar las llagas. Jesús se las muestra, pero de manera ordinaria, presentándose ante todos, en la comunidad. Como si le dijera: si quieres encontrarme, no mires lejos, quédate en la comunidad, con los demás; no te alejes, reza con ellos, parte el pan con ellos”.
Y ha continuado: “Es allí donde podrás encontrarme, es allí donde te mostraré, impresos en mi cuerpo, los signos de las heridas: los signos del Amor que vence al odio, del Perdón que desarma la venganza, de la Vida que vence a la muerte. Es allí, en la comunidad, donde descubriréis mi rostro, mientras compartís con vuestros hermanos y hermanas momentos de duda y de miedo, aferrándoos aún más a ellos”.
Por ello, según ha explicado el Pontífice, la invitación hecha a Tomás “vale también para nosotros”. “¿Dónde buscamos al Resucitado? ¿En algún acontecimiento especial, en alguna manifestación religiosa espectacular o llamativa, solo en nuestras emociones y sentimientos? ¿O en la comunidad, en la Iglesia, aceptando el reto de permanecer en ella, aunque no sea perfecta?”, ha lanzado las preguntas al aire.
“A pesar de todas sus limitaciones y caídas, que son nuestras limitaciones y caídas, nuestra Madre Iglesia es el Cuerpo de Cristo; y es allí, en el Cuerpo de Cristo, donde se imprimen, todavía y para siempre, los mayores signos de Su amor. Pero preguntémonos si, en nombre de este amor, en nombre de las llagas de Jesús, estamos dispuestos a abrir los brazos a los heridos por la vida, sin excluir a nadie de la misericordia de Dios, sino acogiendo a todos; a cada uno como hermano, como hermana”, ha completado.