En Orense todos le llamaban Paco. Pero cuando desembarcó hace dos años en Santiago como obispo auxiliar le comenzaron a tratar con Don Francisco José. De una u otra manera, el nuevo arzobispo compostelano, de 54 años, responde con una cercanía y la franqueza que le lleva a compartir que “para esto de ser obispo no hay manual”.
PREGUNTA.- ¿Cuántas veces ha hecho el Camino?
RESPUESTA.- Aunque he recorrido varios tramos, como tal he peregrinado una vez. Fue en la Jornada Mundial de la Juventud de 1989 con Juan Pablo II, como seminarista de Ourense y la delegación de Juventud.
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P.- Sabe entonces del poder transformador del Camino…
R.- Llevo dos años aquí. Y aunque el primero viví las restricciones de la pandemia, este último año sí he vivido toda la explosión de peregrinos del Xacobeo y todo lo que mueve peregrinar a la tumba del Apóstol desde el punto de vista humano y espiritual. Aunque hay otros lugares de peregrinación en la tradición católica, Compostela guarda esa esencia y singularidad de llegar caminando por cada una de las rutas, sea desde el centro de Europa o las nuevas rutas que han ideado al otro lado del Atlántico. Peregrinar es una expresión de la condición humana en todo tiempo y lugar.
P.- ¿No teme que la masificación desvirtúe ese sentido de peregrinar?
R.- Aunque puede que sea un peligro, detrás de cada peregrino hay mucho más que un número. En cualquier caso, debemos saber cuidar entre todos, mano a mano con las administraciones, tanto la riqueza de ese atractivo que tiene Santiago como la riqueza espiritual que se brinda. En ese sentido puedo decir que como Iglesia cuidamos al peregrino, buscamos que se sientan acogidos en la catedral y en cada uno de los espacios. Si buscan y esperan hospitalidad, en nosotros la van a tener, acompañado de una acogida desde la fe, como una oportunidad para la reconciliación y el perdón, para dar a sus pasos una dimensión de profundidad, interioridad y de sentido trascendente de la vida. Cuidemos lo que el camino significa desde el punto de vista cultural y espiritual, porque de lo contrario podemos perder parte de su esencia.
P.- Dos años como obispo auxiliar le han permitido ver las grietas y humedades de la diócesis. ¿Cuáles le preocupan más?
R.- Geográficamente es un muy extensa, con un largo recorrido histórico, y afortunadamente he tenido la oportunidad de acercar las distintas comunidades, con trato y cercanía con los sacerdotes, con religiosos, con los laicos, con los movimientos. Eso me ha permitido ir haciendo una pequeña radiografía aunque todavía no lo conozco del todo. A partir del 3 de junio, cuando tome posesión, será el tiempo de incrementar la escucha y el discernimiento antes de tomar decisiones. En cualquier caso, no cabe duda de que tenemos dos grandes ciudades como Coruña, Santiago o Pontevedra, pero también una zona rural dispersa tendente a la despoblación, otra zona de costa densamente poblada…
Por otro lado, no hay que olvidar que los años pesan para sacerdotes y catequesis y el relevo no es fácil. Eso sí, la generosidad es mucha. Tenemos que buscar respuestas para que la presencia eclesial en cada territorio continúe siendo una presencia evangelizadora, una presencia que genere comunidad de comunidades. Además, decir parroquia en Galicia es decir mucho más que un templo, es una comunidad con un vínculo humano, con familia… Respetando la parroquia como tal, hemos de trabajar en unidades de trabajo pastoral más amplia, donde la respuesta sea conjunta, con una catequesis organizada, una actividad sociocaritativa coordinada, unas celebraciones dominicales donde todos estemos acogidos… Este camino a recorrer juntos es el reto más inmediato.
P.-Sinodalidad pura y dura. De tanto hablar de ella, ¿estamos vaciándola de contenido?
R.-Lo que ha hecho el Papa Francisco es poner en primera línea lo que ha debido y debe ser siempre el estilo de ser y hacer Iglesia. Si la Iglesia es comunión, la comunión se hace siendo Iglesia en camino sinodal. La sinodalidad la tenemos lo suficientemente pensada desde el punto de vista doctrinal y bíblico, pero tenemos que pasar a una sinodalidad vivida y no es fácil. Es el momento de que todos nos impliquemos con nuestro nombre propio desde nuestra tarea, misión y carisma en la vida de la Iglesia.
Ahí es donde es necesaria esa conversión como evidencia empírica, ponernos en camino dejando el lastre, liberándonos de las rutinas, del ‘siempre se ha hecho así’. A la par, tenemos que tener en cuenta que el protagonismo no es nuestro, solo somos humildes trabajadores de la viña del Señor y, por tanto, debemos dejarnos hacer por el Espíritu Santo para que vivamos la sinodalidad de manera auténtica. Tenemos que estar siempre en permanente ejercicio de conversión, dejando caminos a veces muy trillados y abrirnos al Espíritu.
Más preguntas que respuestas
P.-Estuvo al frente de la Vicaría de Nueva Evangelización. Últimamente brilla la pastoral de exportación a golpe de emociones que generan neoconversos militantes. ¿Cómo se posiciona ante estas propuestas emergentes?
R.- Suelo tener más preguntas que respuestas sobre la vida pastoral. Vivimos en una sociedad fundamentalmente emocional. Quizá tendríamos que recuperar una inteligencia de las emociones y un ejercicio racional de las mismas, que no apaga la emoción, sino que la asienta. La emoción, desde el punto de vista religioso y pastoral, puede ser el chispazo. Pero después del chispazo, el fuego necesita de una leña para mantenerse en el tiempo y siga dando calor. Si hay un proceso y un camino, se abre un horizonte de esperanza en el que el Señor actúa.
Y para ello se requiere un itinerario, neocatecumenado, compromiso que pasa por ser comunidad, por ser parroquia, por sentirte parte de una Iglesia que te llama en su diversidad de carismas. Tenemos que evitar la tentación de evitar los grupitos cerrados, esos grupos estufa. Todos necesitamos calor en el invierno, pero tenemos que aprender a ofrecer a otros ese calor que hemos recibido en periferias donde están más desprovistos de presencia y acompañamiento. La Iglesia en salida del Papa Francisco requiere arriesgar. La emoción enciende, pero hay que darle continuidad desde el arte del acompañamiento hecha familia, hecha parroquia, hecha diócesis.