Los historiadores franceses Philippe Martin y Nicolas Diochon han recopilado en un volumen los escritos sobre el diablo desde el siglo XV al XX
En ‘Rencontres avec le diable’ (‘Reencuentros con el diablo’), los historiadores Philippe Martin y Nicolas Diochon han reunido escritos sobre el diablo desde el siglo XV al XX en Europa. A lo largo de este periodo, la figura del diablo aparece y se transforma, según las sacudidas de la historia y los temores de cada época.
PREGUNTA- Sois los autores de una antología sobre el diablo que cubre un arco que va desde el siglo XV al XX. ¿Por qué hablar del diablo de este periodo?
Nicolas Diochon- Hasta el final de la Edad Media, la figura del diablo se construyó constantemente, se detalló y se dio cuerpo, para emerger en el siglo XV en la época de los juicios por brujería.
Philippe Martin- A menudo tendemos a decir que las brujas, el diablo y la superstición datan de la Edad Media. Pero en realidad, las brujas y la noción de superstición aparecieron a partir del siglo XV, al mismo tiempo que se desarrollaba la figura del diablo. En aquella época, la figura del diablo era muy debatida. Hubo varios debates entre los teólogos, que dieron lugar a una forma de pensamiento que perduró hasta el siglo XX.
P.- ¿Cuál es el contenido de estos debates?
P.M.- En primer lugar, cada vez se discute más sobre la naturaleza del demonio. Ciertamente, dentro de la Iglesia, no se cuestiona que el diablo exista. Pero, ¿cómo existe? ¿Es una proyección o una alegoría del mal? Se discute mucho sobre la forma del diablo: ¿es físico, puramente espiritual o puramente imaginario?
El segundo gran tema de debate en teología es cómo se creó el diablo: ¿es un arcángel que era perfecto? Pero entonces ¿por qué se convirtió en diablo? Reconocer su existencia plantea muchas preguntas sobre la libertad, el orgullo, la codicia. ¿Por qué un ángel creado por Dios se vuelve contra Dios y por qué Dios, que es todopoderoso, le permite volverse contra Él?
La tercera cuestión teológica se refiere al diablo como personificación fácil del mal: ¿por qué el hombre se entrega a él? ¿Es por debilidad, por envidia…?
N.D.- En los debates encontramos también el problema del singular y del plural –¿hay diablo o diablos?–, el problema de la corporeidad –¿tiene cuerpo o no?– y los diferentes tipos de poder que se le pueden conferir.
P.- ¿Por qué necesitamos describir al diablo para luchar mejor contra él?
P.M.- Exactamente. Hay que conocer al enemigo. Este enemigo puede intervenir en varias esferas que hay que precisar. A partir del siglo XV, el diablo no es simplemente algo que se inscribe en el pensamiento teológico, como ocurría en la Edad Media; está en este mundo. La gente cree ver sus manifestaciones.
De este modo, construimos un mundo invertido con el diablo. Por ejemplo, necesitamos sal en la comida, por lo que el diablo no necesita sal; a partir del siglo XVI, nos besamos en las mejillas, por lo que besamos al diablo en las nalgas.
Se cree que las brujas son gente del diablo, pero ¿quiénes son en realidad? ¿Trabajan con el diablo, están sometidas a él, están locas?
P.- En el libro, se demuestra que el diablo también puede explicar todo lo que perturba un cierto orden establecido…
N.D.- El diablo es un pretexto maravilloso para explicar lo desconocido. Nos permite poner un nombre detrás de lo que está mal, o detrás de lo que va en contra del ser humano.
P.M.- Así es como algunos piensan que el diablo está en todas partes. La quema de brujas, la Revolución francesa, la masonería… todo es culpa del diablo. Aparte de la figura del diablo y de la religión, vemos cómo funcionan las sociedades, cómo construyen enemigos, los describen y desarrollan palabras que los descalifican. El diablo es el padre de los primeros complots.
En este mundo cristiano europeo, lo que llama la atención es la plasticidad de este concepto lo llamo así conscientemente. Si nos remitimos a un teólogo como Karl Barth, comprenderemos que el diablo es tanto una figura teológica como histórica. En el siglo XX, el diablo se convirtió en un buen reclamo para una serie de anuncios que se burlaban de él, un gran tema de novela para los escritores…
¿En qué momento disminuirá la figura del diablo?
P.M.- La Historia nunca es lineal en el sentido de una subida o una bajada. Los movimientos son siempre curvas sinuosas. Hay momentos en los que un fenómeno es importante y otros en los que ese mismo fenómeno es menos importante. Hay momentos en los que la sociedad tiene miedo y otros en los que tiene menos miedo.
En el siglo XVII, ¿cómo no tener miedo? Europa se enfrentaba al hambre, la peste, la guerra… En el transcurso de una existencia de sesenta años, una persona experimentaba dos o tres epidemias de peste y otras tantas hambrunas, si los soldados no le habían matado entretanto. En aquella época, la piedad respondía a este temor con numerosos juicios a brujas, que en realidad eran “curanderas”.
En el siglo XVIII, el clima era más ligero y el miedo estaba menos extendido. Se hacía más hincapié en la Virgen María. Durante la Revolución francesa, el precio del trigo nunca había sido tan alto, hubo cólera, volvió el miedo y también el diablo. En el siglo XX, la batalla de Verdún y el descubrimiento del campo de Auschwitz lo pondrán todo patas arriba. ¿Qué decir del diablo ante tales monstruosidades?
Sin embargo, en las épocas altas, cuando se presenta la figura terrorífica del diablo hay gente que se divierte. Del mismo modo, en el siglo XVIII, cuando la sociedad era más bien feliz, había gente que le tenía miedo. No existe un fenómeno único a lo largo de un periodo. Hoy en día, en Francia, hay entre 25 000 y 30 000 miembros de sectas satanistas.
P.- ¿Desaparece el diablo con el desarrollo de las ideas y la razón de la Ilustración?
N.D.- Es un tópico pensar que el desarrollo de la razón condujo a una disminución de la creencia en el diablo. Los juicios por brujería cesaron en Francia en 1682, mucho antes de la Ilustración. En España cesaron en 1610, cuando la Inquisición desempeñó un papel muy importante en la censura, impidiendo la entrada en el país de escritos considerados subversivos. Esta censura se centró en las ideas protestantes y después en las de los filósofos ilustrados. Por el contrario, si nos fijamos en los países escandinavos, los últimos juicios tuvieron lugar en la década de 1770, cuando ya tenían acceso a las ideas de los filósofos.
P.M.- Los juicios por brujería tuvieron lugar sobre todo en una época en la que se construían los Estados, que intervenían en todos los ámbitos de la vida social y religiosa. No olvidemos que eran jueces civiles los que dirigían los juicios. La brujería se consideraba un crimen contra la sociedad y contra Dios. Pero la acusación de brujería ocultaba también muchos otros agravios, como los celos contra un vecino, el rechazo a ver a alguien diferente, la búsqueda de un chivo expiatorio para explicar una crisis, el rechazo de un comportamiento incomprendido…
En algún momento, estos juicios terminan porque ya no son útiles. Pero en nuestro mundo contemporáneo, podemos preguntarnos si hay nuevas cazas de brujas. La obra de Arthur Miller sobre las brujas de Salem, una historia que tuvo lugar en Estados Unidos en 1692, es sumamente interesante. Damiselas sujetas a convulsiones y alucinaciones denuncian a mujeres que supuestamente las han embrujado. La sociedad entra en frenesí y las mujeres son quemadas en la hoguera.
Cuando Miller escribe esta obra, estamos en plena Guerra Fría, en pleno macartismo. En su obra, Miller habla de las brujas del siglo XVII, pero podemos sustituirlas por los comunistas.
En todas las épocas encontramos fenómenos de caza de brujas, es decir, la búsqueda de chivos expiatorios para las desgracias, el hecho de no tolerar que ciertas personas se independicen de la norma. La Historia nunca arroja luz sobre el presente, pero nos lleva a reflexionar sobre lo que somos.