“Eclipse total. El mundo se ha borrado”. Dos frases reveladoras que escribió Händel (1685-1759) al perder completamente la vista. El músico sufría achaques varios y no se cuidaba en exceso. Tan es así que su mala salud, sus recurrentes ataques y parálisis acabaron por conducirle a un ‘fundido en negro’ que le dejó tan aislado como contrito y muy mermado el ánimo. Una durísima agonía que se prolongó durante siete años.
Todo apunta a que, por desgracia, compartió médico con Johan Sebastian Bach, otro genial compositor que se quedó ciego también: un matasanos de la época que se hacía llamar chevalier y visitaba pueblos y ciudades a bordo de un carruaje que llevaba pintado en sus costados un par de ojos. John Taylor se llamaba este curandero. Ambos músicos, Händel y Bach, nacieron el mismo año, apenas con un mes de diferencia, pero jamás cruzaron una sola palabra. Los dos perdieron la vista y fueron tratados por el mismo galeno. Casualidades de la vida.
El autor de “El Mesías” era un hombre de fuertes y profundas creencias religiosas. Ya ciego y en los últimos años de su vida, su deseo era morir en Viernes Santo “con la esperanza de unirme a mi dulce Señor y Salvador el día de su Resurrección”. Sus plegarias fueron escuchadas, y el 14 de abril de 1759 falleció. Su féretro fue acogido en la Abadía de Westminster y descansa en el lugar reservado a los poetas ilustres.
Fue precisamente la composición del oratorio, una de las piezas más interpretadas de la historia y para la que se inspiró en diversos textos sagrados y el Evangelio, la que le ayudó a sobrellevar una situación absolutamente límite. Händel deseaba escribir, pero no podía. La crisis del pentagrama en blanco. Sin embargo, fue en la capital de Irlanda donde, con un frenético ritmo de trabajo y en apenas tres semanas, compondría una de las piezas más bellas de su repertorio. Las modificaciones fueron constantes e incluso reutilizó algunos compases de melodías que ya había escrito en el pasado.