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El cardenal Pedro Barreto: “Escuchar a los pobres nos da un signo de esperanza”

El purpurado se refiere a la situación que vive el país y sobre los retos que implica para los cristianos





El cardenal Pedro Barreto, arzobispo de Huancayo, primer vicepresidente de la Conferencia Episcopal Peruana y presidente de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM), se refiere a la situación que vive el país y sobre los retos que implica para los cristianos.



PREGUNTA.- ¿Cuál es su opinión sobre la situación actual del país?

RESPUESTA.- El Perú sobrelleva una larga agonía, no solamente los últimos meses sino desde hace un buen tiempo; por tanto, hay algo histórico, secuencial… un proceso de debilitación. Podemos entender, en segundo lugar, que en este momento hay una calma chicha -como se dice- sin violencia ni protestas, pero queda el rescoldo de las nuevas elecciones y de acortar el mandato presidencial. Y creo que lo más importante, aunque no está siendo formulado, es rehabilitar la política, toda vez que lo que actualmente estamos experimentando, constituye una política repugnante. En fin, nos hallamos frente a un estadio de rehabilitación de la política y necesitamos de aquellos que quieren asumir esta alta misión de servir a la población desde el mandato democrático de elecciones.

P.- ¿Cuál sería la autocrítica con respecto al rol desempeñado por la Iglesia en estos últimos meses?

R.- Lo primero es que la Iglesia y la Conferencia Episcopal Peruana en concreto, han manifestado claramente su posición frente a estos hechos de corrupción y violencia. Ha rechazado las muertes de hermanos inocentes y ello se ratifica en documentos, pero lo que está ocurriendo en este momento es una suerte de confrontación y eliminación de cualquier institución que quiera decir la verdad. Ciertamente, la polarización nos está conduciendo a una destrucción del tejido social e incluso del tejido religioso. Por ejemplo, se ataca a la Iglesia ya sea por hablar o por callar: si lo hace, por qué; si no habla, por qué; si afirma tal cosa, por qué. Desembocamos en una maraña de insultos, comentarios negativos y falta de respeto que ciertamente indican que estamos encarando una crispación social. Acepto las críticas a la Iglesia, como las acepta también el Papa Francisco a nivel mundial, pero una cuestión es clara y él mismo lo ha afirmado: la Iglesia tiene unos principios y valores, y si bien en algunos casos pueden medirse las palabras de un obispo u otro, la defensa irrestricta de la vida humana y de los derechos humanos como un don de Dios y de la misma naturaleza, representa un elemento común que siempre la va a caracterizar. Ello nos ha puesto en una situación sumamente crítica como nunca antes había acontecido con la Iglesia, y en ese sentido debemos mantenernos firmes: buscar la justicia para todos y, en especial, para los más indefensos.

P.- En este tiempo de convulsiones no se ha visto la presencia de actores eclesiales como mediadores. ¿Hay una pérdida de presencia en el espacio público?

R.- Tenemos que ser conscientes que el contexto político y social actual no es igual que hace 10 o 15 años. En aquellos tiempos, la Iglesia era reconocida como institución que podía mediar en conflictos sociales. Hoy en día debe reconocerse que está muy comprometida en cuestiones sociales y ambientales, recordando que el problema climático no corresponde solo al Perú sino a todo el mundo, y que representa un llamado a escuchar el grito de la tierra y de los pobres. Por otro lado, antes no había tanta polarización, sino un respeto institucional; en cambio, ahora se han perdido los límites del significado del respecto a las personas, la tolerancia para el diálogo, siendo este último casi imposible. Por ende, hablar de mediadores en un conflicto donde no se escucha al otro o donde se insulta, se falta el respeto, ya no viene al caso. Lógicamente, es un tiempo de locura social y que no proviene únicamente de la pandemia, sino especialmente a una larga historia de promesas incumplidas. Y definitivamente, estamos en una situación límite. Personalmente y, muchos desde nuestra fe, tratamos de mantener viva la esperanza y de hacer un trabajo previo de serenidad, pero desde la opción preferencial por los pobres. Escuchar a los pobres nos brinda un signo de esperanza. Una frase del Papa Juan Pablo II que siempre recuerdo, dice lo siguiente: “Si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni para los llamados ricos”. Esto significa que la situación actual nos obliga, de alguna manera, a escuchar a los más pobres, y quizás a partir de ahí se pueda conformar una mesa de diálogo, pero escuchando los reclamos justos y no violentos que la gran mayoría del país está planteando.

P.- ¿Cuáles serían los desafíos que se estarían planteando a partir de esta crisis?

R.- El gran desafío es vivir este proceso de renovación de una Iglesia sinodal, de una Iglesia que camina, escucha, discierne y actúa de manera conjunta. La extrema situación de polarización nos exige a todos también buscar nuevas formas de diálogo, partiendo de esos principios y valores irrenunciables que el evangelio plantea. Un segundo aspecto, esta vez referente a la mediación de la Iglesia, implica preguntarnos qué entendemos por Iglesia. Esta no está formada solamente por los obispos; son todos los bautizados, el pueblo de Dios. En este momento los voceros de la Iglesia Católica somos nosotros, pero estamos obligados a escuchar la voz y sentir de los laicos, los religiosos, los sacerdotes que definitivamente deben aportar como miembros de la Iglesia. Es una cuestión crucial a tomar en cuenta.

Confianza mutua

P.- ¿Cuáles deben ser los canales que deben tomar para ir resarciendo esta fractura social?

R.-De hecho, hay algunos signos por los cuales la sociedad civil y la Iglesia católica están buscando nuevas formas de crear un ambiente de confianza mutua. Recuperar la confianza es muy importante, pese a lo complicado que es; pero si no existe confianza entre nosotros, estamos perdidos y, frente a ello, lo más importante es escuchar aquellas voces que surgen desde los más pobres y desde las diversas organizaciones que quieren poner en práctica un cauce de diálogo respetuoso y que privilegie a los más afectados de la sociedad, víctimas de este proceso de injusticia histórico que aún perdura y se ha embalsado. Un aspecto fundamental es interconectar estas luces y esperanzas y no solo responder al inmediatismo de las urgencias: buscar cauces que promuevan un proceso de inclusión social desde la verdad del Evangelio que Jesús nos enseñó.

P.- ¿Cómo hablar de Dios desde estas situaciones de violencia? ¿Cómo seguir predicando al Dios de la Vida?

R.- La vivencia de la Semana de Santa nos ha llevado a unir la experiencia de Jesús con la experiencia actual de nuestro pueblo. La pasión y el sufrimiento. La muerte injusta de Jesús siendo inocente. Todo esto ilumina lo que estamos viviendo y creo que la fuerza del misterio pascual de Cristo y de su resurrección es un Dios que vive y ha asumido el sufrimiento de la humanidad, y en este sentido se puede afirmar que la Iglesia tiene el deber y derecho de anunciar al Dios que vive y sufre con nosotros, es decir, la esencia del Evangelio de Jesús. Naturalmente, debemos anunciar a un Dios encarnado, hecho historia, que sigue con nosotros y que nos hace mirar la vida con esperanza. Así, el sentido de la vida se fortalece, y si bien podemos hacernos grandes preguntas acerca del sufrimiento, debemos recordar lo expresado por Jesús en la cruz, en medio de la soledad más profunda: “Padre, por qué me has abandonado”. Cuando más dificultades existen, se debe anunciar con más fuerza que Cristo vive, está presente en nuestra historia y que, por ello, podemos transformar la sociedad con estos principios y valores del Evangelio.

P.- ¿Por qué cuesta tanto entender esta dimensión social de la fe?

R.- La sociedad que abandona a Dios, pero también a los principios y valores, se convierte en una sociedad enferma y que marcha camino a la muerte. Por ello, la fe, en momentos de crisis, tiene que brindar una palabra de aliento y esperanza, que nos permita encontrar las causas por las cuales vivimos esta situación de pobreza generalizada, y que a su vez nos haga tomar conciencia de que el Evangelio tiene buenas noticias para los pobres. Precisamente, el Papa Francisco nos repite una y otra vez que la guerra y la violencia solo engendran más violencia, y que la vida es sagrada y debemos respetarnos mutuamente. Esta es la fe que nos moviliza y es la invocación fundamental para trabajar con justicia y sin impunidad, cuestión crucial para estos últimos tiempos.

P.- ¿Cuáles serían las tareas que tiene el Perú en una mirada a largo plazo?

R.- Debemos aprender a dialogar y dejar de ser débiles en ese sentido, amén de contar con una tolerancia fundamental que se encamine hacia un diálogo de reflexión y acción en el Perú. Constituye el único camino y, ciertamente, existen voces dentro y fuera de la Iglesia destinadas a promover esta mesa de diálogo, pero comenzando por escuchar a los pobres y sus justos reclamos que se remontan a la Independencia, a lo largo de un extenso lapso recargado de sufrimiento y exclusión. Un proceso que debe revertirse, pero siempre a través de un diálogo basado en la verdad y desde los más pobres, a fin de reconstruir el tejido social que tanto necesitamos para vivir.

Foto: Salgalu.tv

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