Cuando en la misa, en el grupo o en la habitación se lee el capítulo 22 del Génesis, es difícil que a uno no se le revuelvan las entrañas. “Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo”, se lee en el texto que incluso se puede proclamar en la vigilia pascual. Más allá de las explicaciones de biblistas o sociólogos, Rosa María Barroso y Guillermo Villasán, un matrimonio de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe de Badajoz, leen el relato desde la propia historia personal de acompañar a cada instante a su hija.
Ya va quedando lejano en el tiempo aquel día de 2016 en que recibieron una llamada de urgencias. Su hija, que apenas tenía 15 años, había llegado al hospital tras haber intentado cortarse las venas y haber injerido una gran cantidad de pastillas en un descampado de la ciudad. Con este hecho “comenzó todo un calvario hasta averiguar qué le pasaba”, por qué había llegado a ese extremo insospechado.
Uno de sus primeros descubrimientos fue que “la salud mental estaba y está aún en pañales”. Y es que tendrían que pasar por muchos sanitarios y especialistas de todo tipo hasta que descubrieron por fin que su hija tiene un trastorno de la personalidad que le hace que “vea distorsionada la realidad y le genere un vacío existencial que le conduce a situaciones como los propios intentos de suicidio”, relata su madre a Vida Nueva.
Hasta llegar al diagnóstico, han vivido momentos duros. Su hija empeoró de forma significativa en 2021 y los intentos de suicidio no han cesado, aunque con mayor grado de intensidad, llegando ella misma a ir al médico en alguna ocasión cuando ha sentido este impulso. Para los padres han sido, desde luego, momentos de “mucho sufrimiento buscando ayuda sin saber qué le pasaba a nuestra hija”. Un tiempo en el que han tenido que “insistir mucho y preguntar en todas partes, luchando sin parar”. “La pandemia y el confinamiento nos enseñaron a vivir día a día y nuestra hija nos está enseñando a vivir casi al minuto”, confiesa Barroso.
Este acompañamiento de su hija les recuerda al gesto de Abrahán dejando a su hijo cercano al sacrificio en las manos de Dios. Aunque cuando piensan en los momentos de oscuridad vividos en estos años se identifican también con Job y la continua tentación de perder la esperanza después de tantos reveses y sinsabores cuando les asalta la duda de si su hija podrá ser feliz algún día. En estos momentos se abre paso Dios. “La fe en esta situación se ha ido fortalecido porque estamos aprendiendo a confiar en Él y a confiarle a Él la vida de nuestra hija”, apunta.
“De vez en cuando me recuerda mi marido que debemos confiar en que Dios tiene un plan, aunque nosotros desconozcamos cuál es; esto nos ayuda a vivir el día a día manteniendo la esperanza”, destaca Rosa. Una fe que han fortalecido también perteneciendo a los Equipos de Nuestra Señora y colaborando en la formación de las familias cuyos hijos están preparándose en la catequesis para recibir la primera comunión.