Arnaldo Pangrazzi es todo un referente en pastoral de la salud y acompañamiento en el duelo. Desde hace décadas participa en cursos, seminarios y congresos por todo el mundo compartiendo su experiencia en este campo, además de impartir clases en diversos centros de Europa y América Latina especializados en humanización sanitaria. Una reconocida trayectoria, la de este sacerdote camilo italiano, avalada también por una veintena de libros. El último de ellos dedicado a analizar un “fenómeno dramático”: ‘El suicidio. Nunca nos despedimos’ (Ed. San Pablo). Así se titula su particular mirada a una dolorosa experiencia que “deja heridas profundas y un montón de preguntas” en los que se quedan.
- PODCAST: Un soplo de vida ante el suicidio
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PREGUNTA.- ¿Es todavía un tabú hablar hoy del suicidio? ¿Estamos ante la pandemia silenciosa de este siglo?
RESPUESTA.- No, ya no es un tabú. De hecho, es un tema del que se habla con frecuencia en artículos publicados en prensa, en las noticias de televisión, en conferencias, en la escuela… Es un fenómeno dramático, que entristece e interpela a la sociedad y, por lo tanto, a los medios de comunicación y a la Iglesia.
Heridas y preguntas
P.- Tras una muerte así, ¿cómo consolar a los que se quedan, cuando a menudo arrastran tanta impotencia y no pocos sentimientos de culpa?
R.- El suicidio de un ser querido causa un inmenso dolor. Los familiares, de alguna forma, se sienten traicionados y abandonados por un gesto que deja heridas profundas en sus corazones y un montón de preguntas en sus mentes. Los familiares y amigos se ahogan en el tormento de no haber prestado suficiente atención a un gesto o a una palabra, de no haber sabido descifrar un comportamiento, de no poder cambiar lo sucedido, de no poder volver atrás.
La verdad es que no tenemos control sobre la vida de los demás y, en muchas ocasiones, tampoco el amor es suficiente para salvar la vida de un ser querido; si así fuera, él o ella seguiría vivo con nosotros.
P.- ¿Llega a curarse totalmente el dolor que produce la pérdida de un ser querido en semejantes circunstancias?
R.- Paulo Coelho dice que “ninguna noche es tan larga como para que no la siga la aurora”. Del mismo modo, ningún dolor es tan grande como para que no esté acompañado por semillas de esperanza y de nueva vida. El dolor, como el amor, necesita tiempo para curarse. El corazón sin paz y la mente atormentada necesitan tiempo y la movilización de recursos interiores para ir cicatrizando las heridas producidas por una despedida inesperada. Renacer invoca, por un lado, la disponibilidad a perdonar al ser querido que, con su decisión, ha cambiado la propia vida, proyectos y sueños. Por otro lado, el proceso de sanación exige tener la capacidad de perdonarse a sí mismo, no juzgando el pasado con los conocimientos que tenemos hoy, reconciliándose con los propios límites y la fragilidad, aceptando el misterio del otro que se ha ido sin decir adiós y llevando consigo sus razones o motivaciones para renunciar a vivir.
Atención al duelo
P.- ¿Dedica la sociedad actual el tiempo y el espacio necesarios para elaborar un duelo sanador?
R.- En las últimas décadas, ha crecido la atención al tema del duelo y se han extendido por varios países los centros de escucha, sobre todo para personas en duelo. Asimismo, se han multiplicado los grupos de ayuda mutua para viudos y viudas, padres que han perdido a sus hijos o hijas en accidentes de tráfico o por enfermedades, familiares de personas que se han suicidado, etc.
Quienes ayudan principalmente a las personas en duelo son otras personas golpeadas por una pérdida semejante, que se hacen cercanas y que, sobre todo a través de esos grupos, generan solidaridad, cercanía, oportunidades para comunicarse, dar y recibir ayuda, crear puentes de nuevas amistades en medio de las adversidades vividas.
Sería oportuno hablar más de este tema en la escuela, sobre todo a la luz de acontecimientos dolorosos que afectan a los jóvenes, como la muerte de un compañero por una enfermedad, accidente o suicidio. Sería conveniente tratar el duelo en congresos o en los medios de comunicación, ofreciendo aportaciones útiles para reflexionar sobre la fragilidad de la vida, y proponiendo maneras de estar presente, comunicar cercanía y consuelo a los afligidos.
También la Iglesia puede ayudar a tratar más abiertamente el tema del duelo, sobre todo en ocasiones oportunas: por ejemplo, cuando en las lecturas del domingo se presentan situaciones de muerte y dolor, aprovechándose de ellas para iluminar con una homilía bien enfocada, que ayude a los presentes a reflexionar, interiorizar y compartir todo lo relacionado con este tema una vez que vuelven de la celebración al ambiente familiar. (…)