Nada más aterrizar en el aeropuerto internacional Ferenc Liszt de Budapest, al mediodía de este 28 de abril, Francisco ha iniciado su visita apostólico a Hungría reuniéndose con las principales autoridades nacionales. A continuación, todos se han trasladado en coche hasta el Palacio Sándor (antiguo monasterio carmelita), donde ha tenido lugar la ceremonia de bienvenida, encabezada por la presidenta de la República, Katalin Novák, y por el primer ministro, Viktor Orbán.
En el que ha sido su primer discurso oficial del viaje, el Papa ha destacado que “la política nace de la ciudad, de la ‘polis’, de la pasión concreta por vivir juntos, garantizando derechos y respetando deberes. Pocas ciudades nos ayudan a reflexionar sobre esto como Budapest, que no es solo una capital señorial y vivaz, sino un lugar central en la historia”.
Y es que, “habiendo sido testigo de cambios significativos a lo largo de los siglos, está llamada a ser protagonista del presente y del futuro”. Partiendo de la idea de Budapest como “ciudad de historia, ciudad de puentes y ciudad de santos”, Bergoglio se ha centrado en la primera definición, recordando que “su esplendor nos lleva a la modernidad, cuando fue capital del Imperio austro-húngaro, durante el periodo de paz conocido como ‘belle époque’, que se extendió desde los años de su fundación hasta la Primera Guerra Mundial”.
Así, “nacida en tiempo de paz, ha conocido conflictos dolorosos; no solo invasiones de tiempos lejanos, sino, en el siglo pasado, violencia y opresión provocadas por las dictaduras nazi y comunista… ¿Cómo olvidar el año 1956? Y, durante la Segunda Guerra Mundial, la deportación de cientos de miles de habitantes, con el resto de la población de origen judío encerrada en el gueto y sometida a numerosas atrocidades…”.
Un contexto crítico, pero en el que “hubo muchos justos valientes (pienso en el nuncio Angelo Rotta), mucha resiliencia y un gran esfuerzo en la reconstrucción, de modo que hoy Budapest es una de las ciudades europeas con el mayor porcentaje de población judía, centro de un país que conoce el valor de la libertad y que, después de haber pagado un alto precio a las dictaduras, lleva en sí la misión de custodiar el tesoro de la democracia y el sueño de la paz”.
Al cumplirse este año el 150º aniversario de la fundación de Budapest, en 1873, “con la unión de tres ciudades: Buda y Óbuda, al oeste del Danubio, y Pest, situada en la costa contraria”, el Papa ha defendido que “el nacimiento de esta gran capital en el corazón del continente evoca el camino unitario emprendido por Europa, en la que Hungría encuentra el propio cauce vital”.
Un mensaje ante el primer ministro Orbán, muy crítico con la línea “globalista” de la Unión Europea, que ha resonado con fuerza: “En la posguerra, Europa representó, junto con las Naciones Unidas, la gran esperanza, con el objetivo común de que un lazo más estrecho entre las naciones previniera conflictos ulteriores. Aun así, en el mundo en que vivimos, la pasión por la política comunitaria y por la multilateralidad parece un bonito recuerdo del pasado; parece que asistiéramos al triste ocaso del sueño coral de paz, mientras los solistas de la guerra se imponen”.
En general, para Francisco “parece que se hubiera disuelto en los ánimos el entusiasmo de edificar una comunidad de naciones pacífica y estable, delimitando las zonas, acentuando las diferencias, volviendo a rugir los nacionalismos y exasperándose los juicios y los tonos hacia los demás. Parece incluso que la política a nivel internacional tuviera como efecto enardecer los ánimos más que resolver problemas, olvidando la madurez que alcanzó después de los horrores de la guerra y retrocediendo a una especie de infantilismo bélico”.
Y es que “la paz nunca vendrá de la persecución de los propios intereses estratégicos, sino más bien de políticas capaces de mirar al conjunto, al desarrollo de todos; atentas a las personas, a los pobres y al mañana; no solo al poder, a las ganancias y a las oportunidades del presente”.
En plena guerra de Ucrania, vecina de Hungría y con muchos de sus refugiados viviendo en el país magiar desde hace más de un año, sin olvidar que a la vez Orbán es uno de los últimos aliados de Putin en Europa, Bergoglio ha marcado un reto a Budapest “en este momento histórico en Europa”. Así, como representante de “la memoria de la humanidad”, está “llamada a desempeñar el rol que le corresponde: el de unir a los alejados, acoger a los pueblos en su seno y no dejar que nadie permanezca para siempre como enemigo”.
En definitiva, se trata de “volver a encontrar el alma europea: el entusiasmo y el sueño de los padres fundadores, estadistas que supieron mirar más allá del propio tiempo, de las fronteras nacionales y las necesidades inmediatas, generando diplomacias capaces de recomponer la unidad, en vez de agrandar las divisiones. Pienso cuando De Gasperi, en una mesa redonda donde también participaron Schuman y Adenauer, dijo: ‘Es por ella misma, no por oposición a otros, que nosotros preconizamos la Europa unida… Trabajamos por la unidad, no por la división’”.
Entonces, en ese mismo encuentro, que se produjo en Roma el 13 octubre 1953, Schuman, como ha recordado el Pontífice, respondió: “La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas”. Aquí, Bergoglio ha añadido un extracto de la Declaración Schuman (9 de mayo 1950), en lo que ha definido como “¡palabras memorables!”, donde este enfatizó que “la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos ‘esfuerzos creadores’ equiparables a los peligros que la amenazan”.
Con pesar, ha lamentado que, en el presente, ese espíritu fraterno y constructivo parece haberse evaporado: “En esta etapa histórica los peligros son muchos; pero, me pregunto, pensando también en la martirizada Ucrania, ¿dónde están los esfuerzos creadores de paz?”.
Siendo Budapest una física y espiritualmente “ciudad de puentes”, estos nos llaman a “reflexionar sobre la importancia de una unidad que no signifique uniformidad. En Budapest esto surge de la notable variedad de las circunscripciones que la componen, que son más de veinte. También la Europa de los veintisiete, construida para crear puentes entre las naciones, necesita del aporte de todos sin disminuir la singularidad de ninguno”.
Sin olvidar que “es significativo lo que afirma la Constitución húngara: ‘La libertad individual solo puede desarrollarse en la colaboración con los demás’; y continúa: ‘Consideramos que nuestra cultura nacional es un aporte valioso a la multicolor unidad europea’”.
De ahí la llamada papal a “una Europa que no sea rehén de las partes, volviéndose presa de populismos autorreferenciales, pero que tampoco se transforme en una realidad fluida, o gaseosa, en una especie de supranacionalismo abstracto, que no tiene en cuenta la vida de los pueblos”.
Aquí el Papa ha parecido apoyar las reivindicaciones de Orbán, que asegura defender “una política con valores” frente a una Europa “burocratizada y sin alma”. Para Francisco, “este es el camino nefasto de las ‘colonizaciones ideológicas’, que eliminan las diferencias (como en el caso de la denominada cultura de la ideología de género) o anteponen a la realidad de la vida conceptos reductivos de libertad (por ejemplo, presumiendo como conquista un insensato “derecho al aborto”, que es siempre una trágica derrota)”.
En contraste, “qué hermoso es construir una Europa centrada en la persona y en los pueblos, donde haya políticas efectivas para la natalidad y la familia (buscadas con atención en este país); donde naciones diversas sean una familia en la que se vela por el crecimiento y la singularidad de cada uno”.
En este reto unificador, integrador, “la fe cristiana ayuda”, y Hungría puede mostrar “su específico carácter ecuménico; aquí, diversas confesiones conviven sin antagonismos, colaborando respetuosamente, con espíritu constructivo”.
Su parte final la ha dedicado a Budapest como “ciudad de santos”. Aquí ha recordado a “san Esteban, primer rey de Hungría, que vivió en una época en la que los cristianos en Europa estaban en plena comunión. Su estatua, en el interior del castillo de Buda, sobresale y protege la ciudad, mientras que la basílica dedicada a él en el corazón de la capital es, junto con la de Esztergom, el edificio religioso más imponente del país. Por tanto, la historia húngara nace marcada por la santidad, y no solo de un rey, sino de toda una familia: su esposa, la beata Gisela, y su hijo, san Emerico”.
Este “recibió de su padre algunas observaciones, que constituyen una especie de testamento espiritual para el pueblo magiar. En él leemos palabras muy actuales: ‘Te recomiendo que seas amable no solo con tu familia y parientes, o con los poderosos y adinerados, o con tu prójimo y tus habitantes, sino también con los extranjeros. (…) La práctica del amor es la que conduce a la felicidad suprema’”.
El Papa también ha evocado a la princesa “santa Isabel, cuyo testimonio ha alcanzado todas las latitudes. Esta hija de vuestra tierra murió con veinticuatro años después de haber renunciado a sus bienes y haber distribuido todo a los pobres. Se dedicó hasta el final al cuidado de los enfermos, en el hospital que había mandado construir; es una piedra preciosa del Evangelio”.
En este punto ha invitado a sostener “una provechosa colaboración entre el Estado y la Iglesia”, pues esta “es fecunda. Pero, para que sea así, necesita salvaguardar bien las oportunas distinciones. Es importante que todo cristiano lo recuerde, teniendo como punto de referencia el Evangelio, para adherir a las decisiones libres y liberadoras de Jesús y no prestarse a una especie de colaboracionismo con las lógicas del poder. Desde este punto de vista, hace bien una sana laicidad, que no decaiga en el laicismo generalizado, que se muestra alérgico a cualquier aspecto sacro para luego inmolarse en los altares de la ganancia”.
Sobre la acogida a los refugiados, “tantos hermanos y hermanas desesperados que huyen de los conflictos, la pobreza y los cambios climáticos”, el Pontífice ha abundado en que “necesitamos afrontar el problema sin excusas ni dilaciones. Es un tema que debemos afrontar juntos, comunitariamente, porque, en el contexto en que vivimos, las consecuencias, tarde o temprano, repercutirán sobre todos. Por eso es urgente, como Europa, trabajar por vías seguras y legales, con mecanismos compartidos frente a un desafío de época que no se podrá detener rechazándolo, sino que debe acogerse para preparar un futuro que, si no lo hacemos juntos, no llegará”.
En su primer discurso en Hungría, Francisco ha recordado a algunos de sus históricos hijos predilectos, como “san Ladislao y santa Margarita”, así como a “algunas figuras majestuosas del siglo pasado, como el cardenal József Mindszenty, los beatos obispos mártires Vilmos Apor y Zoltán Meszlényi, y el beato László Batthyány-Strattmann. Ellos son, junto con muchos justos de varios credos, padres y madres de vuestra patria. A ellos quisiera encomendar el futuro de este país, tan querido para mí”.