A veces unas pocas frases resumen el espíritu de un discurso. Esa ha sido mi impresión al escuchar las que esta mañana ha pronunciado Francisco en la Iglesia de Santa Isabel de Hungría en su encuentro con los pobres y los refugiados: “No es suficiente el pan que alimenta el estómago, es necesario alimentar el corazón de los personas. La caridad no es una simple asistencia material y social, sino que se preocupa de toda la persona y desea volver a ponerla en pie con el amor de Jesús: un amor que ayuda a recuperar belleza y dignidad”.
Como si no hubiera quedado claro, el Papa improvisó: “No basta con dar limosna a alguien; es necesario mirarle a la cara, tocarle, establecer con él una relación de cercanía, de fraternidad”.
Después de haber visitado a primeras horas de la mañana un centro asistencial donde son atendidos niños ciegos o con graves problemas de salud, Bergoglio ha llegado a la Iglesia de Santa Isabel de Hungría, uno de los templos más hermosos de Budapest. Isabel nació princesa en el 1207 hija del rey Andrés II, enviudó a los veinte años y los cuatro restantes años de su vida -murió en 1231, apenas cumplidos los 24- los dedicó a distribuir sus bienes entre los pobres a los que atendía personalmente. Fue canonizada en el 1236.
Antes de entrar en la iglesia, el Santo Padre se detuvo ante la estatua de la santa en la plaza adyacente que refleja uno de sus milagros más famosos: “Se cuenta –afirmó en su discurso- que una vez el Señor transformó en rosas el pan que llevaba a los necesitados”.
El discurso papal fue precedido por una serie de testimonios conmovedores de refugiados y de familias que han atravesado penurias muy gravosas en sus vidas. “Los pobres – inició así sus palabras el pontífice- están en el corazón del Evangelio. Ellos nos indican un desafío apasionante para que la fe que profesamos no sea prisionera de un culto alejado de la vida y no se convierta en presa de una especie de ‘egoísmo espiritual’ es decir de una espiritualidad que me construyo a la medida de mi tranquilidad interior y de mi satisfacción”.
Una atención especial la reservó para referirse a los refugiados ucranianos en Hungría. Desde el inicio de la invasión a hoy se calcula que un millón y medio de ciudadanos de la vecina Ucrania (que tiene con Hungría una frontera de 160 kilómetros) buscó refugio aquí donde viven apenas diez millones de seres humanos.
Desde entonces muchos de ellos han encontrado asilo en otros países europeos o han regresado a sus casas, pero otros muchos han sido acogidos por el Gobierno y la Iglesia. “Gracias -subrayó Francisco- por el modo con que han acogido – no sólo con generosidad sino también con entusiasmo- a muchos refugiados procedentes de Ucrania. Escuché conmovido el testimonio de Oleg y su familia, vuestro ‘viaje hacia el futuro’, un futuro diferente, lejos de los horrores de la guerra, comenzó en realidad como un ‘viaje de la memoria’, porque Oleg recordó la cálida bienvenida que recibió en Hungría hace años cuando vino a trabajar como cocinero. La memoria de la esa experiencia le animó a emprender el viaje con su familia y venir aquí a Budapest donde encontró una generosa hospitalidad”.
No es la primera vez que el Papa latinoamericano elogia a Hungría y a Viktor Orbán por su apertura de fronteras para acoger a los que huyen de las bombas y misiles rusos. Actitud que contrasta, sin embargo, con la cerrazón que el gobierno mantiene a los emigrantes procedentes de los países de África o los que llegan por la “ruta balcánica” a través de Serbia donde se ha construido un infamante muro.