Antes de concluir la misa en la plaza Kossuth Lajos de Budapest, tras agradecer el saludo del cardenal Péter Erdő, arzobispo de Esztergom-Budapest, y la presencia de las principales autoridades, el papa Francisco destacó en el Regina Caeli “la acogida y el afecto que he sentido en estos días”. El pontífice mostró su cercanía a “los enfermos y los ancianos, por quienes no han podido estar aquí, por quienes se sienten solos y por quienes han perdido la fe en Dios y la esperanza en la vida”.
Destacando la pluralidad de tradiciones que conviven en Hungría, reseñó que “es hermoso que las fronteras no representen barreras que separan, sino zonas de contacto; y que los creyentes en Cristo pongan en primer lugar la caridad que une y no las diferencias históricas, culturales y religiosas que dividen”. Algo que también pidió para las comunidades cristianas.
A María, la Magna Domina Hungarorum, encomendó a todo el pueblo: “quisiera confiar de nuevo a su corazón la fe y el futuro de todo el continente europeo, en el que he estado pensando estos días y, de modo particular, la causa de la paz. Santísima Virgen, mira a los pueblos que más sufren. Mira sobre todo al cercano y martirizado pueblo ucraniano y al pueblo ruso, consagrados a ti”. “Tú eres la Reina de la paz, infunde en los corazones de los hombres y de los responsables de las naciones el deseo de construir la paz, de dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros”, clamó.
A María que mantiene “unidos a los creyentes, preservando la unidad con tu ejemplo dócil y servicial” pidió “por la Iglesia en Europa, para que encuentre la fuerza de la oración; para que descubra en ti la humildad y la obediencia, el ardor del testimonio y la belleza del anuncio”. “Queridos hermanos y hermanas, les deseo que difundan la alegría de Cristo”, concluyó pidiendo en húngaro la bendición de todo el pueblo.