La diplomacia vaticana goza de un prestigio incontestable en materia de paz. Y no menos discutible es que el Papa Francisco ha aportado una impronta personal que se ha visto en procesos de paz como el colombiano y en conflictos abiertos como el de Sudán del Sur. En la guerra que sufre Europa no se ha quedado atrás. Si nada más desatarse la invasión rusa en Ucrania, el pontífice argentino no dudó en presentarse en la embajada de la antigua Unión Soviética ante la Santa Sede para pedir cuentas ante la acción de Vladímir Putin en un acto que no ha trascendido tanto como se esperara.
Ayer, durante el vuelo de regreso a Roma de su viaje de tres días en Hungría, Francisco volvió a dar muestras de su implicación directa para lograr la paz. Es más, se presentó como un posible mediador ante petición que el pasado jueves le verbalizó el primer ministro ucraniano, Denys Shmyhal, de colaborar para que puedan regresar los niños llevados a Rusia.
“¿Han pensado en ayudar?”, se le preguntó al Papa en el avión. “Creo que sí porque la Santa Sede ha actuado como intermediaria en algunas situaciones de intercambio de prisioneros, y a través de la embajada fue bien, creo que esto también puede ir bien”, apreció Jorge Mario Bergoglio.
A renglón seguido apunto que “es importante, la Santa Sede está dispuesta a hacerlo porque es justo, es una cosa justa y hay que ayudar, para que esto no sea un casus belli, sino un caso humano”. A partir de ahí, detalló que “es un problema de humanidad antes que un problema de un botín de guerra o de una transferencia de guerra. Todos los gestos humanos ayudan, pero los gestos de crueldad no ayudan. Debemos hacer todo lo humanamente posible”.
A la par, hizo un llamamiento para no olvidar a los millones de refugiados ucranianos repartidos por el resto de Europa: “Es verdad que ahora mismo se les está ayudando, pero no debemos perder el entusiasmo por hacerlo, porque si el entusiasmo decae, estas mujeres se quedan sin protección, con el peligro de caer en manos de los buitres que siempre están buscando estas situaciones”. “Tengamos cuidado de no perder esta tensión de ayuda que tenemos por los refugiados, esto concierne a todos”, apostilló.
El pontífice no tuvo problema alguno en explicar cómo son sus relaciones con el Gobierno de Vladímir Putin: “Con los rusos tengo una buena relación con el embajador que ahora se va, embajador durante siete años en el Vaticano, es un gran hombre, un hombre comme il faut. Una persona seria, culta, muy equilibrada. La relación con los rusos es principalmente con este embajador”.
La cuestión migratoria también estuvo presente en el diálogo con los periodistas, de la misma manera que estuvo latente en cada una de sus alocuciones en Budapest, lo que puso de manifiesto las discrepancias entre Francisco y el primer ministro Viktor Orbán. “Creo que la paz se hace siempre abriendo canales, nunca se puede hacer la paz cerrándose. Invito a todos a abrir relaciones, canales de amistad… Esto no es fácil”, apuntó. Eso sí, aclaró que “el mismo discurso que he hecho en general, lo he hecho con Orbán y lo he hecho un poco en todas partes”.
En otro orden de cosas, también resultaron significativas las aclaraciones que hizo Francisco sobre su estado de salud, sobre todo teniendo en cuenta que este era su primer viaje internacional después de su internamiento hospitalario antes de Semana Santa. El Papa explicó que sufrió “una fuerte neumonía aguda”, pero desmintió, como dijo un supuesto amigo suyo que perdiera el conocimiento.
Durante el vuelo se abordó otra cuestión no menos espinosa: la devolución las obras de arte de la época de la colonización de América presentes en las colecciones de los Museos Vaticanos y reclamadas por los pueblos indígenas. “En la medida en la que se pueda, por favor, hay que hacerlo”, dijo Francisco. Es más explicó que ya “están en marcha” para devolver algunos objetos ya solicitados por los nativos canadienses.