Antes de la ceremonia de despedida del viaje apostólico a Hungría, el papa Francisco ha tenido un encuentro con el mundo universitario y cultural en la Facultad de Informática y Ciencias Biónicas de la Universidad Católica Péter Pázmány, en Budapest. Una cita en la que mirando al Danubio señaló que “la cultura, en cierto sentido, es como un gran río: recorre varias regiones de la vida y de la historia poniéndolas en relación, permite navegar en el mundo y abrazar países y tierras lejanas, sacia la mente, riega el alma, hace crecer a la sociedad”.
“El saber conlleva una siembra cotidiana que, penetrando en los surcos de la realidad, da fruto”, apuntó el Papa señalando la distinción que el teólogo Romano Guardini hacía entre un conocimiento humilde y relacional y el técnico que se apodera de las cosas. Así, preguntó: “¿Puede la vida permanecer floreciente? Es una cuestión que, especialmente en este lugar, donde se profundizan la informática y las ‘ciencias biónicas’, es bueno plantearse”.
Así, Francisco invitó a pensar en “la crisis ecológica”, en “la falta de límites” o en “la voluntad de poner en el centro de todo no a la persona y sus relaciones, sino al individuo centrado en sus propias necesidades, ávido por acumular y voraz por aferrar la realidad” que produce “la erosión de los vínculos comunitarios, por la que la soledad y el miedo, de condiciones existenciales, parecen transformarse en condiciones sociales”. Algo que hace, denuncio que se recurra “a los consuelos de la técnica para llenar el vacío que experimentan, corriendo de manera aún más frenética mientras, esclavos de un capitalismo salvaje, sienten de manera aún más dolorosa las propias debilidades, en una sociedad donde la velocidad exterior va a la par de la fragilidad interior”.
Francisco se mostró crítico frente a un “futuro dominado por la técnica y en el que todo, en nombre del progreso, está uniformado; en todas partes se predica un nuevo ‘humanismo’ que suprime las diferencias, anulando la vida de los pueblos y aboliendo las religiones. Ideologías opuestas convergen en una homologación que coloniza ideológicamente; el hombre, en contacto con las máquinas, se achata cada vez más, mientras la vida común se vuelve triste y enrarecida”. Una situación en la que “parece obvio descartar a los enfermos y aplicar la eutanasia, así como abolir las lenguas y las culturas nacionales para alcanzar la paz universal, que en realidad se transforma en una persecución fundada sobre la imposición del consenso”, señaló a partir de una obra de Benson.
Ante este panorama, Francisco reivindicó la universidad como “el lugar donde el pensamiento nace, crece y madura abierto y sinfónico”, el “‘templo’ donde el conocimiento está llamado a liberarse de los límites estrechos del tener y del poseer para convertirse en cultura” en relación “con el trascendente, con la sociedad, con la historia, con la creación”. Sin olvidar, añadió el Papa, que “el misterio de la vida se revela a quien sabe introducirse en las pequeñas cosas” y defendiendo una cultura que “representa verdaderamente la salvaguardia de lo humano. Ahonda en la contemplación y moldea personas que no están a mercedde las modas del momento, sino bien arraigadas en la realidad de las cosas”. “Quien ama la cultura no se siente nunca satisfecho, sino que lleva en sí una sana inquietud. Busca, interroga, arriesga y explora; sabe salir de sus propias certezas para aventurarse con humildad en el misterio de la vida, que se armoniza con la inquietud, no con la costumbre; que se abre a las otras culturas y advierte la necesidad de compartir el saber”, recalcó.
“La cultura nos acompaña en el conocimiento de nosotros mismos. Lo recuerda el pensamiento clásico, que nunca debe desaparecer”, añadió. Algo que implica “saber reconocer los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de autosuficiencia”. “Es sobre todo reconociéndonos criaturas cuando nos volvemos creativos, sumergiéndonos en el mundo, en vez de dominarlo. Y mientras que el pensamiento tecnocrático persigue un progreso que no admite límites, el hombre real está hecho también de fragilidad, y es a menudo justamente ahí cuando comprende que depende de Dios y que está conectado con los otros y con la creación”, apuntó el pontífice.
Finalmente, reflexionando sobre la verdad, Bergoglio advirtió que Hungría ha vivido el “paso del comunismo al consumismo”. “En ambos “ismos” hay una falsa idea de libertad; la del comunismo era una “libertad” forzada, limitada desde fuera, decidida por otro; la del consumismo es una “libertad” libertina, hedonista, aplanada, que nos vuelve esclavos del consumo y de las cosas. Qué fácil es pasar de los límites impuestos al pensar, como en el comunismo, al pensarse sin límites, como en el consumismo; de una libertad frenada a una libertad sin frenos”, lamentó.
“Jesús, en cambio, nos ofrece una salida, diciendo que la verdad es todo aquello que libera al hombre de sus dependencias y de sus cerrazones. La clave para acceder a esta verdad es un conocimiento que nunca se desvincula del amor, relacional, humilde y abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo”, propuso el Papa. Francisco concluyó deseando que las universidades “que sean un centro de universalidad y de libertad, una fecunda obra de humanismo, un taller de esperanza”.