En mayo de 2022, la Asamblea General de la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG) elegía a Nadia Coppa como presidenta. Se convertía, así, en la cabeza visible de un organismo que, con más de 1.900 líderes de congregaciones femeninas a las que pertenecen más de 650.000 consagradas, ostenta el título de ser la asociación femenina más grande del mundo. Ahora, un año después de ser elegida, relata para SomosCONFER cuáles son los principales desafíos a los que debe enfrentarse la Vida Consagrada, pero, sobre todo, cómo esta no ha perdido su principal misión: ser levadura en la masa.
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PREGUNTA.- Se ha cumplido un año desde su nombramiento como presidenta de la UISG, ¿cómo ha sido este periodo?
RESPUESTA.- Ha sido un año muy intenso y prolífico. Durante este periodo no solo se ha ampliado mi conocimiento de la riqueza de la Vida Consagrada en el mundo, sino que también ha sido para mí una oportunidad para reflexionar junto a distintos organismos acerca de la realidad que atravesamos como consagrados y consagradas en diversas partes del mundo.
Por ello, ha sido un año muy enriquecedor donde, como presidenta y junto al consejo directivo de la UISG, siempre hemos buscado trabajar en reforzar la comunión, especialmente de aquellas superioras generales y congregaciones que viven un poco más lejos de Roma, de Europa. Por ejemplo, hemos tenido una preciosa experiencia de participación visitando las delegaciones de Corea e Indonesia, entrando en diálogo con diversas conferencias de religiosas para favorecer una reflexión conjunta sobre algunos desafíos que, como Vida Consagrada, estamos atravesando.
P.- Ha sido un año, en definitiva, y, por supuesto, gracias al magisterio del papa Francisco, en el que hemos podido profundizar en lo que significa la sinodalidad, naturaleza de la Vida Consagrada, buscando caminos concretos de comunión, escucha recíproca y proximidad. Estamos llamados a peregrinar con otros en intercongregacionalidad, con una actitud de diálogo que haga posible que las riquezas de un carisma enriquezcan a los demás.
R.- Además, estamos pasando por tiempos complejos: la pandemia, los desastres naturales, la guerra y la crisis energética… Abordar estas crisis, especialmente a largo plazo, requiere un compromiso sólido a todos los niveles. Nosotros, consagrados y consagradas, estamos llamados a redescubrir todo el potencial de nuestro estado existencial. Por eso, la crisis, que es siempre un desafío y una posibilidad, nos está ayudando a reelaborar las razones de la existencia y las motivaciones de la misión en la historia, y puede ser un recurso en la búsqueda de semillas de vida y en la elaboración de propuestas generadoras y nuevos caminos para un futuro lleno de esperanza.
Elemento de transformación
P.- ¿Cuáles son los desafíos a los que debe enfrentarse la Vida Consagrada?
R.- Vivir en el escenario de una sociedad inestable es un gran desafío que se le plantea hoy a la Vida Consagrada, llamada a vivir la “radicalidad evangélica”. Necesitamos autenticidad para superar la superficialidad, concentración para evitar la dispersión y discernimiento para salir de lo secundario. En este sentido, la mujer consagrada es un signo que plantea interrogantes sobre la vida de los demás. Con sus opciones, propone un estilo de discernimiento y esperanza que interpela y, sobre todo, favorece nuevas y significativas relaciones a nivel humano y un auténtico encuentro con los pobres.
Es necesario, por tanto, un “camino profundo” hacia las raíces, para llegar al centro y dar respuestas nuevas y eficaces a los desafíos que se le plantean a la Vida Consagrada. Por otro lado, la Vida Religiosa está perdiendo visibilidad. El centro de nuestra presencia ya no está tanto el “hacer” como el “ser”. Ser, junto a los demás, elemento de transformación, ser levadura en la masa. En definitiva, contribuir a la transformación social desde dentro, caminando con los demás, asumiendo los desafíos que vive el mundo a través de respuestas concretas.
P.- Es un mundo realmente complejo el que tenemos ahora…
R.- Vivimos un momento de cambio social en el que no debemos perder de vista que la Vida Consagrada debe ser signo profético. La profecía es lo que mantiene viva la esperanza, porque es la presencia de Dios en medio de su pueblo. Es el momento de tejer nuevas relaciones capaces de conducir al encuentro con el Resucitado, y esto es fruto del compromiso de hombres y mujeres, sobre todo creyentes y arraigados en una fe madura, auténtica, que anima a entregarse por el Evangelio con responsabilidad ética, poniendo en el centro a la persona, que siempre ha sido objeto del amor divino.
P.- Se muestra entusiasmada con los aires de sinodalidad que se están abriendo. ¿Se ha reforzado su esperanza en este último año?
R.- Desde luego. Se ha reforzado porque este año he tenido la oportunidad de experimentar no solo que podemos caminar con los demás, sino que es maravilloso hacerlo. Como UISG no solo tenemos muchos proyectos, sino que este año hemos reforzado el diálogo con el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica y la Unión de Superiores Generales.
Cuando reflexionamos juntos, descubrimos tanta riqueza que surge de la escucha mutua. Escuchar y dar cabida a otras visiones amplía el horizonte de comprensión, permite valorar la diversidad y reconocer la profecía de la Vida Consagrada. La experiencia de la sinodalidad es ante todo una experiencia del Espíritu, es un camino abierto que se teje gracias al encuentro, al diálogo y al compartir que viene a ampliar y modificar la mirada de todos. Entrar en la sinodalidad significa aceptar el ponerse en marcha, vivir como peregrinos y escuchar constantemente la realidad, el grito de los pobres y las necesidades del mundo.
Custodiar
P.- ¿Qué puede aportar la Vida Consagrada femenina a este camino sinodal?
R.- La generatividad que se le pide a la Vida Consagrada femenina es la capacidad de ver dónde la vida es frágil y, sobre todo, cuidarla. La Vida Consagrada siempre lo ha hecho a través de la educación de los niños, de los jóvenes, poniéndose al lado de los enfermos, de los vulnerables, en todas partes. Con nuestra vida somos custodios de cada persona y de la creación. Para nosotras, consagradas, custodiar significa asumir la responsabilidad, hacer espacio, adoptar una actitud de defensa y protección de la vida: cuanto más valioso sea lo que se custodia.
P.- ¿Se están abriendo nuevos espacios en los últimos años?
R.- Sí. A mí me gusta pensar que estamos en medio de un proceso que hay que recorrer. Aún queda mucho por hacer para que la mujer pueda, dentro de la Iglesia, tener esa visibilidad y esas oportunidades que son tan necesarias y que van ligadas a sus competencias y singularidad. Pero el papa Francisco ha abierto muchísimos espacios y posibilidades al mundo femenino, por lo que nosotras estamos siendo realmente animadas a continuar en este proceso. Además, la reflexión sinodal está ayudando a todo el Pueblo de Dios a reconocer el don que la mujer es en la Iglesia y en la sociedad. Debemos apoyar la reflexión para que, a nivel mundial, las mujeres sean reconocidas y valoradas.
P.- En cuanto a los puestos de responsabilidad dentro de la Iglesia, ¿tenemos interiorizado que el poder debe entenderse como servicio?
R.- La autoridad es siempre un servicio. Jesús nos muestra, con su vida, el modelo de autoridad que debemos seguir: Él se ha puesto al servicio de sus discípulos y de cada persona que ha encontrado en su camino, promoviéndola, sosteniéndola, ayudándola a expresar mejor su singularidad. Si nos ponemos frente a Jesús y lo tenemos a Él como modelo, podemos entender que su forma de ejercer la autoridad es, precisamente, desde el servicio. Hoy, estamos llamados a servir a la vida escuchando obedientemente el grito de la humanidad, asumiendo la vulnerabilidad y abrazando la transformación.
Generatividad de la esperanza
P.- En la UISG se puede apreciar de una manera muy clara cómo la Vida Consagrada está presente en las periferias. ¿Cuáles son los desafíos más apremiantes a los que han tenido que hacer frente en sus proyectos?
R.- Uno de los mayores desafíos ha sido, probablemente, crear redes con estas periferias. En la Vida Consagrada hay muchas congregaciones que viven en las periferias, y que tienen que afrontar muchos desafíos en los que es vital la fuerza que da el estar juntos, el sentirse acompañados, la fuerza de una comunión que sostiene para hacer posible la misión. Son desafíos que están muy ligados, también, a la idiosincrasia de los propios territorios, donde a veces la Vida Religiosa no es acogida ni valorada como debería serlo. Son desafíos en los que también está presente el abuso hacia la Vida Religiosa femenina. Por ello, se trata de un acompañamiento que la UISG está tratando de dar favoreciendo el diálogo con las superioras generales y con los delegados que acompañan las diversas zonas.
Por otro lado, la Vida Religiosa femenina está tratando de dar respuesta a la pobreza que hay en muchas de estas realidades, así como a los movimientos de población en los que hombres y mujeres que se ven obligados a desplazarse por diversos motivos. La UISG trata de sostener a esas congregaciones que buscan dar respuestas concretas a estas situaciones tan complejas, en las que se incluyen también las nuevas formas de pobreza que están ligadas al cambio climático.
Además, hay diversas congregaciones en proceso de finalización. Por ello, ha llegado el momento de iniciar reflexiones conjuntas sobre cómo impulsar procesos de transformación para un futuro todavía cualitativo y fecundo. A través de encuentros de formación y webinars, la UISG intenta profundizar el valor de la Vida Consagrada en un contexto en continua transformación, ya que se trata tanto del hacer como de ser Evangelio a través de nuestra identidad de consagrados y consagradas.
P.- ¿Cómo definiría, en líneas generales, el presente de la Vida Consagrada?
R.- La Vida Consagrada es levadura en la masa de la historia, que puede contribuir a la transformación no tanto a través de obras visibles como de una vida radical, aquella que vemos en el Evangelio. Por eso es necesario narrar el ser humano marcado por Jesús, a través de nuevos modos de estar en relación, enfoques auténticos, concretos y ricos en humanidad. Y, con todo ello, que nos permita ser hombres y mujeres plenamente renovados.
P.- El 30 de abril celebramos la Jornada de Oración por las Vocaciones. ¿Qué mensaje debe lanzar la Vida Religiosa a los jóvenes?
R.- La llamada es un gran don que acoger. Por ello, mi deseo es que cada religioso y religiosa sea capaz de ser un fuego que encienda otros fuegos. Que seamos hombres y mujeres capaces de transmitir la alegría del Evangelio, porque es una alegría que está viva. Estamos llamados a ser signos de esa alegría que Cristo transmite con su presencia, y esta es una alegría que resulta contagiosa en la medida que seamos capaces de tenerle siempre a Él en el centro, porque Cristo es la esperanza que debemos testimoniar al mundo. Espero que las personas consagradas podamos ser sembradoras de esperanza, de esa luz que brilla en las tinieblas. Recuperar la generatividad de la esperanza dando testimonio de la victoria del Amor sobre la raíz del mal, una victoria que no “supera” el sufrimiento y la muerte, sino que los atraviesa transformándolos desde dentro.