La joven cuenta sus vivencias en el Encuentro Sinodal del Cono Sur y nos impulsa a una renovada escucha de la vida de la juventud dentro y fuera de nuestra Iglesia
En marzo se realizó en Brasil la reunión de la Asamblea Sinodal en su fase continental llamada Encuentro Sinodal del Cono Sur donde participaron las delegaciones de Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Brasil. En la oportunidad, los jóvenes se autoconvocaron y luego de reunirse, de manera especial compartiendo sus inquietudes y deseos, redactaron una guía para su intervención, con una presentación y un video llamativos.
María José Fernández tiene 30 años. Vive en la ciudad de Río Gallegos (provincia de Santa Cruz), pertenece a la diócesis homónima. Es profesora en Ciencias Sagradas por el Instituto Raspanti. Actualmente, continua su formación para ser acompañante espiritual en el Centro de Espiritualidad Santa María, donde comenzó este trayecto hace dos años.
Se desempeña como docente catequista en el Colegio María Auxiliadora y en el Colegio Nuestra Señora de Luján, ambos salesianos. Su comunidad de fe está en la parroquia Sagrado Corazón de Jesús de esta ciudad, donde acompaña la catequesis y el ministerio de música.
Vida Nueva entrevistó a Majo, esta laica joven que participó de aquella Asamblea en Brasil, representando a la región Patagonia-Comahue de Argentina, y nos comparte su experiencia
PREGUNTA.- ¿Cómo te sentiste cuando te eligieron representante patagónica para el encuentro del Sínodo de Cono Sur en Brasil?
RESPUESTA.- Fue inesperado. Si bien estaba al tanto de la etapa del sínodo que estaba aconteciendo, en ese momento no tenía toda mi atención puesta ahí por ser fin de año y tener muchas responsabilidades con las que lidiar. Así que fue totalmente sorpresivo para mí. Al principio sentía que no debía ir, que quizás otra persona podía hacer un aporte más enriquecedor para la Iglesia, ya que por esos días estaba atravesando un momento de “descreimiento” sobre el sínodo. Creía que era una utopía. Tuve que rezarlo unos días. Después de hablarlo y compartirlo con mi entorno más cercano, terminé accediendo, aún con esta idea en la cabeza de que quizás mi aporte no iba a ser positivo. Fue muy de Dios todo lo que ocurrió después.
P.- ¿Podrías resaltar los ejes principales en los cuales los jóvenes tuvieron participación real y concreta?
R.- La dinámica de la asamblea de la fase continental del Cono Sur –participaron las delegaciones de Argentina, Uruguay, Paraguay, Chile y Brasil– tuvo una dinámica totalmente horizontal. Se nos organizó por comunidades de discernimiento de diez personas, intentando que haya al menos una o dos personas de cada país. En cada una de ellas estaba presente la diversidad vocacional: laicos, laicas, ministros ordenados, consagradas y consagrados. Todos representados también desde la diversidad etaria.
Estas comunidades trabajaron juntas a lo largo de los cinco días. Por lo que la participación de los jóvenes en el sínodo fue concreta y real. Además, a algunos jóvenes también les pidieron el servicio de ser coordinadores o secretarios de los grupos. Debo decir que la dinámica elegida fue una forma absolutamente palpable de lo que es la sinodalidad: comunidades rezando juntas, escuchando cada voz, discerniendo juntos.
P.- ¿Cuáles fueron los momentos en los que se sintieron más motivados y entusiasmados?
R.- Sería un poco difícil elegir uno solo porque durante cada momento pudimos percibir la presencia de la Ruaj. Desde el momento de compartir el desayuno, hasta algunos momentos libres en los que podíamos compartir desde otro lugar. Todo fue Gracia. Personalmente, los momentos de motivación fuerte se desarrollaron durante las reuniones en las comunidades “chicas” de discernimiento. Era impresionante como, siendo dóciles al método de conversación espiritual, podíamos escuchar claramente a Dios hablando a través nuestro. Nos emocionábamos hasta las lágrimas.
Particularmente, en mi comunidad de discernimiento, yo era la más joven. Sentí que todos mis sentires fueron escuchados con mucho amor y también con asombro. Algunos de mis hermanos de comunidad me planteaban que fue revelador para ellos escuchar algunos gritos de los jóvenes que les compartí.
Cuando pude reunirme con otros jóvenes, por iniciativa de un coordinador de Pastoral de Juventud brasilero, pude escuchar la diversidad de cuestionamientos y dolores de los jóvenes en la Iglesia de los países presentes. Muchos manifestaban que muchas veces sentían que no encontraban su lugar en la Iglesia o situaciones particulares donde sus amigos habían sido excluidos. No percibí diferencias sustanciales. Para mí fue una sensación de “nos pasan las mismas cosas”.
P.- ¿Hablaban con lenguaje inclusivo? ¿Hablaron de este tema?
R.- Esta asamblea del Cono Sur se caracterizó fundamentalmente por la diversidad en el lenguaje. Principalmente porque todo se comunicó en dos idiomas: español y portugués. Por lo cual, las formas de hablar fueron enriquecedoras en todas sus formas. Algunos elegían expresarse utilizando “todos y todas” otros sumaban “todes”, pero no fue una cuestión forzada desde ningún lado. Cada uno tenía libertad de comunicarse como lo prefiriera. Tampoco se le dio un espacio puntual de conversación.
P.- ¿Cómo fueron los momentos de espiritualidad para el conjunto de la juventud?
R.- Como mencioné previamente, la dinámica de esta asamblea fue totalmente horizontal. Todos compartíamos todo. También los momentos de oración. Cada liturgia fue vivida con mucha intensidad. Las delegaciones de cada país tuvieron que preparar tanto la oración de la mañana, como la misa de cada día. En cada detalle se veía la presencia y el rostro diverso de Dios: los cantos, las vestimentas, los acentos, los idiomas… Personalmente, disfruté y me conmoví ante cada momento de oración compartida.
P.- ¿Cuáles fueron las conclusiones de las juventudes? ¿Cómo elaboraron el documento final? ¿Están conformes sobre cómo fue incluido en la redacción final?
R.- Los jóvenes pudimos hacer una intervención que no estaba dentro de la agenda de la asamblea, en donde contamos a todos las distintas situaciones por las que nuestros amigos habían dejado la Iglesia. Esto surgió a raíz de que escuchábamos en los plenarios las preguntas recurrentes: “¿Por qué los jóvenes no se sienten atraídos por la Iglesia?”, “¿Por qué hay cada vez menos jóvenes?”, “¿Dónde están los jóvenes?”. Quisimos contarles desde el corazón –y también desde el dolor– todo aquello que sabíamos, por ser una realidad que nos toca de forma vital.
Al documento lo elaboramos como una cuestión de dejar algo escrito. Originalmente, lo pensamos solo como una intervención en la asamblea, donde los jóvenes que quisieran pudieran tomar la palabra y compartir bajo la premisa “Mis amigos se fueron de la Iglesia porque…”
Cuando empezamos a pensar esta intervención, algunos jóvenes comenzaron a darle forma escrita que fue la que después salió como “documento”. Así que básicamente se redactó como guía para la intervención que habíamos pensado luego de las reuniones que tuvimos por autoconvocatoria.
Respecto de la forma en que fue incluido en el documento final, en general, todos los que estuvimos en la asamblea nos alegramos de que le hayan dedicado un punto para contarlo.
Personalmente, me hubiera gustado que incluya un poco más de contenido que exprese mejor lo que se intentó decir. No obstante, me generó una gran esperanza leerlo. Y si bien en la síntesis final no tuvo más lugar, sé que el video que se hizo de ese momento, estuvo circulando por distintos espacios y ayudó a muchos a poder escuchar estas realidades. El grito fue dado y sigue resonando.
P.- Como mujer patagónica, joven y laica, ¿qué te trajiste en tu mochila como métodos a compartir en tu región?
R.- Lo más importante que traje es Esperanza. Fue una recarga de esperanza en que la Iglesia que soñamos es posible. Y por otro lado, el método de conversación espiritual. Si bien alguna vez había hecho alguna práctica, en esta asamblea pude vivirlo. Se trataba de momentos de discernimiento comunitario que transcurrían en tres rondas: en la primera, luego de la lectura y oración con el Documento para la Etapa Continental, cada miembro de la comunidad compartía que era lo más revelador o fuerte que había descubierto. En la segunda, luego de escuchar la primera ronda, cada uno compartía qué fue lo que más le resonó de lo que dijeron sus hermanos. En la tercera, compartíamos lo que sentíamos que Dios nos estaba diciendo luego de las dos primeras rondas. Al comenzar y al finalizar cada ronda, hacíamos una oración y un momento de silencio.
P.- ¿Un mensaje final para todas las edades?
R.- No dejemos de soñar la Iglesia. Hay mucho por caminar, hay muchos por salir a buscar. Y no perdamos la esperanza ni creamos que no podemos hacer nada. Cada uno de nosotros, cada una de nosotras, cuenta. Este Cuerpo de Cristo no es lo mismo si le falta alguno de sus miembros.