Culturas

Los libros más bellos del mundo están en Valladolid





Un año más, el magnífico claustro del Real Colegio de los Agustinos de Valladolid alberga, durante este tiempo de Pascua, una exposición de facsímiles, esta vez con los famosos beatos. Beato de Liébana fue un abad del siglo VIII que escribió el Comentario al Apocalipsis, y que se hizo famoso por las numerosas ilustraciones que acompañaban al texto. Todos los monasterios, sobre todo los españoles, querían adquirir un ejemplar embellecido con nuevas miniaturas. Después de la Biblia, fue el códice más reproducido en la Edad Media.



Actualmente, se conservan veinticuatro códices de los siglos IX al XIII, que serán expuestos en vitrinas en sus folios más representativos. Las copias están distribuidas así: una hoja suelta miniada del siglo IX (Silos), siete del siglo X, seis del XI, nueve del XII y dos del XIII. Nada menos que el gran experto en literatura medieval Umberto Eco ha llegado a afirmar que los beatos constituyen “los libros más bellos del mundo”. De hecho, no pocos los consideran como la mayor aportación española a la historia de la pintura.

Los más valiosos

Los originales están esparcidos por las mejores bibliotecas de Europa y América, aunque España cuenta con algunos de los más valiosos, entre los que se encuentran el Beato de Fernando I de la Biblioteca Nacional de Madrid, el Beato de Gerona, el Beato de Osma Soria, el Beato de Urgel y el Beato del Escorial. De los que atesoramos hoy día, solo uno no se hizo en un monasterio de origen hispano. Todos proceden de cenobios, menos el de Fernando I, que se confeccionó en un “scriptorium” real.

Para los organizadores, adquiere especial significación el Beato de Valcabado, del siglo X, que se encuentra en la Biblioteca de la Universidad de Valladolid como su joya más valiosa. Proviene de un monasterio palentino, ya desaparecido, y ofrece unas características únicas. El colofón nos informa que fue escrito y miniado por Oveco, un monje de Valcabado, siendo abad del monasterio Sempronio. Aprovechando la luz solar, lo confeccionó en tres meses, caso único en la historia: desde el 8 de junio al 8 de septiembre del año 970. La patena que usaba el autor se encuentra ahora en un museo de Saldaña (Palencia).

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