El 12 de mayo del 2023, Volodímir Zelenski pasó 13 horas de su ajetreada existencia en Roma. Las 12 primeras las dedicó a sucesivos contactos políticos de alto nivel con Sergio Matarella, presidente de la República Italiana; con la primera ministra, Giorgia Meloni; y con un cualificado grupo de periodistas italianos, guiados por Bruno Vespa, conductor del programa televisivo ‘Porta a porta’.
Poco más de la hora y media restante transcurrió dentro de los muros del Estado de la Ciudad del Vaticano, donde el presidente ucraniano fue recibido por el papa Francisco durante 40 minutos. Los otros 30 los pasó con Paul Richard Gallagher, secretario para las Relaciones con los Estados, en sustitución del secretario de Estado, el cardenal Pietro Parolin, que se encontraba en Fátima celebrando la festividad litúrgica de las apariciones de la Virgen María a los tres pastorcillos galos.
La desproporción horaria de la agenda del mandatario en Italia era diametralmente opuesta al interés que suscitaban en el mundo sus entrevistas con los políticos italianos y su encuentro con el Pontífice latinoamericano, que, desde el comienzo de las hostilidades, en febrero de 2022, no ha dejado pasar la más mínima ocasión para condenar la invasión rusa, los desastres bélicos por ambos lados y el peligro de una globalización del conflicto con irremediables consecuencias trágicas para el conjunto de la humanidad.
No era la primera vez que Zelenski, de 45 años, atravesaba la frontera que separa Italia del Estado de la Ciudad del Vaticano. Lo hizo el 8 de febrero de 2020, apenas un año después de haber ganado unas reñidas elecciones que le habían confirmado como presidente de la República de Ucrania. Además de su pasado como popular actor cómico, poco más se conocía de su personalidad.
El Papa le recibió entonces en audiencia privada con todos los honores debidos a su cargo y mantuvo igualmente coloquios con Parolin y Gallagher, dedicados, como decía aquel comunicado vaticano, “a la situación humanitaria y a la búsqueda de la paz en el contexto del conflicto que desde 2014 aflige todavía a Ucrania”. “Al respecto, se ha compartido el deseo de que todas las partes implicadas demuestren la máxima sensibilidad ante las necesidades de la población, primera víctima de las violencias, así como compromiso y coherencia en el diálogo”, subrayaba el documento.
Tres años más tarde, Zelenski se ha convertido en el caudillo de un pueblo en guerra contra el invasor ruso, granjeándose el respeto de la comunidad internacional. En los últimos meses, ha mantenido contactos con los más altos exponentes políticos del mundo occidental, siendo recibido en Washington, Londres, Bruselas, Berlín y acogiendo en Kiev, entre otros, a Joe Biden, Emmanuel Macron, Mario Draghi, Boris Johnson, Ursula von der Leyen, Olaf Scholz o Pedro Sánchez. Italia y el Vaticano eran hasta hace días dos citas anunciadas, pero pendientes y por fin llevadas a cabo.
Cuando comenzaron los contactos bilaterales para preparar el encuentro entre Zelenski y Bergoglio, la primera decisión fue definir el carácter de la audiencia. Desde el principio se descartó que fuese una visita de Estado con el solemne protocolo que estas llevan consigo, difícilmente compatible con la situación de guerra en su país. Tampoco podía ser recibido un jefe de Estado como una simple persona privada.
La fórmula propuesta fue intermedia: un encuentro privado, no en el Palacio Apostólico, sino en una de las salitas del Aula Pablo VI (la misma utilizada para la visita del rey Juan Carlos en abril de 2014, la de los “monaguillos”, como bromeó el propio Papa). El presidente ucraniano fue recibido por un piquete de la Guardia Suiza, rindiendo honores, y por el regente de la Prefectura de la Casa Pontificia, Leonardo Sapienza, como introductor del huésped.
A las cuatro y diez de la tarde, la larga caravana de coches que transportaba al mandatario entró en el territorio vaticano por el Arco de las Campanas y, en pocos segundos, dejó a Zelenski, vestido con una felpa militar negra, en el dintel del aula donde iba a tener lugar la entrevista. “Es un honor para mí estar aquí”, dijo, llevándose la mano al corazón y manteniendo una expresión tan seria como respetuosa. “Gracias por su visita”, le respondió un Papa sonriente.
Cumplido el trámite de los saludos, Francisco condujo a su huésped a la sala y los dos tomaron asiento a ambos lados de una mesa presidida por un crucifijo. Únicamente estaba presente el franciscano ucraniano Marek Viktor Gongalo, como traductor. Zelenski depositó sobre la mesa unos folios y se inició la conversación que se prolongó 40 minutos. Si tenemos en cuenta la traducción, ambos interlocutores pudieron hablar durante algo más de veinte minutos.
A renglón seguido, en una sala diferente comenzó otra reunión en la que, con Zelenski, participó el embajador ucraniano ante la Santa Sede, Andrii Yurash. Durante media hora conversaron con Gallagher, el equivalente vaticano a un ministro de Asuntos Exteriores, que llevaba en sus manos una carpeta con –suponemos– algunos de los puntos sobresalientes de la “misión de paz” a la que se refirió Francisco en su viaje de regreso a Roma desde Budapest el pasado 30 de abril.