El 25 de octubre de 1982, tras aprobarlo un año antes por “unanimidad” el Consejo de Administración de RTVE, se emitía en La 1 el primer programa de Pueblo de Dios. Cuarenta años después, cada domingo por la mañana y ya en La 2, este espacio semanal sigue siendo un buque insignia del ente público y, además de reflejar la apuesta por el valor constitucional de la libertad religiosa, ofrece un alud de humanidad en clave de espiritualidad abierta al mundo y abajada, siempre con los pies y los manos en la tierra, tratando de levantar en su dignidad a los que más difícil lo tienen.
En sus más de 2.000 programas emitidos, Pueblo de Dios nos ha enseñado la realidad de las comunidades cristianas en 65 países de todo el mundo, mostrándonos, principalmente a través de los misioneros y de entidades como Manos Unidas o Cáritas, además de cómo rezan, cómo viven. Algo que también han hecho en España, recorriendo nuestro país para abrirnos las puertas de un monasterio o para reivindicar el compromiso con los más vulnerables en el poblado madrileño de la Cañada Real o en cualquier parroquia de nuestra España rural.
Ha llovido mucho desde ese primer programa sobre san Maximiliano Kolbe, franciscano polaco que entregó su vida en el campo de concentración de Auschwitz para salvar a un padre de familia de los verdugos nazis. Entonces, su primer director fue José Luis Martín Descalzo, histórico sacerdote, escritor y periodista que también dejó su impronta en Vida Nueva. Seguirían sus pasos el carmelita Eduardo Teófilo Gil de Muro y el dominico José Luis Gago, que fue quien dio un giro al programa para centrarse en los reportajes y los testimonios directos.
El cuarto director fue el sacerdote Julián del Olmo, que desempeñó esta condición durante 26 años, entre 1992 y 2018. Como explica a esta revista, “fue un privilegio y algo que ha marcado realmente mi vida. Pasé a ser un cura dentro de un medio de masas, lo que a la vez era un regalo y un compromiso”. Durante muchos años, recorrió el planeta y pudo conocer “lo mejor y lo peor del mundo, siempre desde la dimensión samaritana y misionera de la Iglesia”.
Le ha configurado ser testigo de “Iglesias vivas, alegres, celebrantes y comprometidas”, espejo muchas veces “de la fe que aquí a veces se vive de un modo rutinario y burocratizado”. Sin duda, no es el mismo que antes: “Ha cambiado mi manera de ser, de pensar, de creer y de vivir. Mi vivencia teológica es ya distinta… Ahora sé que Dios es de todos, universal. Nos ha liberado de todo caciquismo y se nos muestra donde hay respeto y pluralidad”. Y es que, cuando bosquejó junto al padre Gago la evolución hacia un espacio de testimonios y reportajes, Del Olmo vio que debía marcar lo que es Pueblo de Dios: “Queríamos salir al mundo y dirigirnos a los católicos, pero también a los protestantes, los ateos… y los mediopensionistas”.
En todo este tiempo, Del Olmo se ha emocionado muchas veces, pero “hay dos experiencias que me han tocado el alma. Una es en Antananarivo, en Madagascar, en un basurero gigante en el que miles de hombres mujeres y niños viven entre la basura y comen literalmente de ella. Allí está el padre Opeka, que construye casas y escuelas y, como Cristo en el sermón de la montaña, les muestra su dignidad como hijos de Dios. He llorado ahí y en Malawi, donde, a causa de la sequía, hay un hambre inmensa… He visto a bebés muriendo de desnutrición mientras trataban de mamar de los pechos raquíticos de sus desesperadas madres. Me decía a mí mismo: ‘No puede ser. Esto no lo puede querer Dios’”.
El joven sacerdote Antonio Montero, director del espacio desde hace cinco años, explica a Vida Nueva que “seguir los pasos de Julián del Olmo, que ha dejado el programa en lo más alto y que es muy admirado en toda la casa, era una mezcla de temor y temblor… Y, además, al poco llegó la pandemia, que nos golpeó en nuestra esencia viajera. De marzo a mayo no pudimos grabar nada. A los dos meses, empezamos a poder salir algo, pero solo por España, pudiendo conocer la labor de La Merced Migraciones o Sant’Egidio”.
De ese tiempo jamás olvidará “los reportajes con los camilos de Tres Cantos o con San Juan de Dios. Me impresionó hablar con tantos médicos y enfermeros cristianos que se habían entregado con todas sus fuerzas por los demás en ese tiempo tan duro. Había lágrimas y mucho cariño, lo que, humanamente y a nivel de fe, me daba mucho consuelo”.
El actual director reitera que “no somos un ‘programa blanco’. Señalamos la injusticia y el escándalo de la pobreza, por lo que el nuestro, además de esperanza, es un mensaje muchas veces de denuncia. Y lo genuino es que no es algo que digamos nosotros, sino que son los propios protagonistas los que nos dan su testimonio de viva voz”.
De ahí que deban ser muchos más los aniversarios a celebrar en el futuro… “En un futuro tengo por cierto que Pueblo de Dios seguirá siendo, fundamentalmente, una cosa: un faro de esperanza para creyentes y no creyentes. Se hablará de justicia, se plasmará un diálogo auténtico y se seguirá viendo la profunda realidad de la Iglesia como un pueblo que se enriquece desde la diversidad, con un estilo sinodal”.