Como un gol en el minuto 90. Así describe Jaime Spengler, arzobispo de Porto Alegre, su elección como presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano y Caribeño (CELAM) para el periodo 2023-2027. También “fue una gran sorpresa”, afirma en entrevista a Vida Nueva, puesto que 15 días antes de este encuentro realizado en Puerto Rico fue elegido presidente de la Conferencia de Obispos de Brasil (CNBB, por sus siglas en portugués) y, aparte, debió esperar el visado de la embajada de EE.UU. para poder ingresar.
Sin duda, “fue una correría muy grande”, reconoce. Ahora se muestra muy dispuesto a servir a la Iglesia latinoamericana y caribeña en un encomienda que recibe como todo a lo largo de su vida: con “sencillez y espíritu de fe”.
PREGUNTA.- ¿Cómo ha recibido la responsabilidad de llevar las riendas del Episcopado latinoamericano y caribeño?
RESPUESTA.- En primer lugar, con una gran sorpresa; realmente antes de llegar a esta asamblea tuve que asumir varios desafíos. Primero, la elección como presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil, que ciertamente me habilitó para participar de la Asamblea del CELAM. También tuve grandes dificultades con la visa para Puerto Rico.
Fue en el ‘último minuto del juego’, por decirlo de una manera figurada, que recibí ese nombramiento. Jamás me he negado a apoyar aquello que la Iglesia me ha pedido a lo largo de la vida. Debo confesar también que se trata de una realidad completamente nueva, un ámbito de la Iglesia que para mí es novedoso, pero con la colaboración de los hermanos, con la disponibilidad de las personas, podemos llegar a buen término.
P.- ¿En una América Latina tan polarizada, incluso en la misma Iglesia, cuál será el papel del CELAM para encontrar caminos de diálogo?
R.- En los últimos años, varios países de América Latina vienen sufriendo con la polarización, sobre todo, política. Vivimos momentos de tensión, que también es una expresión del tiempo pandémico que hemos vivido recientemente. Esa misma polarización está presente en algunos ambientes eclesiales, porque todos somos ciudadanos y también todo ciudadano tiene su afiliación política y, eso, en algunas situaciones y en algunos contextos, se refleja también en la comunión episcopal, de presbíteros, diáconos y los líderes de nuestras comunidades. El papel de la Iglesia y, por ende, del CELAM, es el proponer espacios y tiempos de reconciliación, y la reconciliación solo es posible cuando somos capaces de mirarnos los unos en los ojos del otro, dejándonos interpelar por el otro con caridad fraterna e iluminados por el Evangelio.
P.- ¿Cómo seguirá asumiendo la sinodalidad desde el CELAM, incluso con quienes no están de acuerdo con este camino emprendido?
R.- No se trata de estar de acuerdo o no con este camino, porque la sinodalidad forma parte de la esencia de nuestra Iglesia. Hoy usamos con frecuencia el término sinodalidad, que expresa un concepto que estaba muy presente en los documentos del Concilio Vaticano II: comunión y participación. Ese espíritu ya está presente en muchas de nuestras comunidades a través de los consejos pastorales, consejos parroquiales, consejos económicos, las parroquias, las diócesis o las diversas conferencias episcopales.
El gran desafío está en seguir priorizando ese espíritu, que hace parte esencial de la vida de la Iglesia y que involucra a todos, porque la Iglesia no es solo el clero, sino que está constituida por todos los bautizados, pueblo de Dios, quienes debemos promover este espíritu en el seno de nuestras comunidades.