En medio de una sociedad “muy fracturada”, en la que a menudo “nos cuesta percibir la hondura de lo que queremos vivir”, Luis Ayala nos invita a vivir una espiritualidad sostenida “en la relación personal con Jesús y en la preocupación por los demás”. Solo así –recuerda este profesor de Economía en la UNED– podremos “transmitir esperanza” a nuestro alrededor. Y eso es lo que trata de hacer en él con su nuevo libro: Está y se le espera. Esbozos de espiritualidad bíblica para sacudir la tibieza (PPC).
PREGUNTA.- Estar, está, pero ¿realmente se le espera en un mundo cada vez más descreído?
RESPUESTA.- En este mundo se percibe también un creciente interés por la espiritualidad, aunque sin pertenencia. También nos pasa a nosotros, que muchas veces nos cuesta percibir la hondura de lo que queremos vivir. Si nuestra espiritualidad no se sostiene en la relación personal con Jesús y en la preocupación por los demás, poca esperanza transmitiremos. Nuestro reto es llevarla allí donde está más apagada, siendo conscientes de que somos llamados a construirla junto con otros. Debemos reconocer y agradecer que son muchas las personas que se ponen al servicio de los demás sin hacerlo desde la fe.
P.- Su libro se estructura en cuatro bloques: la reordenación de prioridades, el seguimiento, el compromiso y la celebración. ¿Deberían ser esos los pasos de cualquier itinerario de fe?
R.- Cada persona tiene su propio proceso y experiencia. En cualquier caso, es cierto que, si no nos planteamos reordenar nuestras vidas y nos olvidamos del botón de reiniciar, el seguimiento puede volverse más tibio, el compromiso más débil y la celebración más rutinaria.
P.- ¿Resultamos demasiado tibios los cristianos frente a las injusticias y desigualdades que nos rodean?
R.- Vivimos en una sociedad muy fracturada, en la que muchas personas sienten impotencia y desesperanza. Asistir a los más golpeados por los vaivenes de la economía y promover sus derechos es una cuestión de justicia social y una obligación moral. Tenemos que implicarnos más en ambas tareas. Necesitamos que nuestras comunidades sean espacio de justicia y solidaridad.
P.- ¿Cómo podemos recuperar aquella audacia evangelizadora de las primeras comunidades?
R.- Lo que no podemos hacer es encerrarnos en nuestras comunidades, porque cada vez será menor la libertad que nos proporcione ese vínculo. Necesitamos abrirnos a la novedad y asumir riesgos. Una Iglesia que se repliega es la que solo tiene una oveja bien resguardada y no sale a por las otras noventa y nueve. Frecuentemente establecemos categorías de pertenencia que parecen un concurso de méritos y nos alejan de lo más urgente. Los problemas no pueden ser decidir quién tiene la autoridad o el poder, sino si estamos acogiendo a los más frágiles y poniéndolos en el centro.