En el gran día del laicado el papa Francisco ha presidio la misa de Pentecostés en el interior de la basílica de San Pedro en el Vaticano. Una celebración en la que se emplean las vestiduras litúrgicas rojas con la que se cierra el tiempo pascual y que ha comenzado con la aspersión del agua bendita y en la que se ha proclamado el conocido relato de los Hechos de los Apóstoles.
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Armonía en la división
En su homilía, el pontífice señaló cómo, a partir de las lecturas bíblicas proclamadas, el Espíritu Santo actúa “en el mundo que ha creado, en la Iglesia y en nuestros corazones”. El Espíritu “es Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía. Él da al mundo, en una palabra, armonía”, subrayó. “Renueva la tierra, pero —atención— no cambiando la realidad, sino armonizándola; este es su estilo porque Él en sí mismo es armonía”, precisó.
Para Francisco “hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad. Muchas guerras, muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede llegar a realizar!”, lamentó. Ante esta división provocada por el diablo que “goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias. Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no son suficientes” por eso necesita el “Espíritu de unidad que trae la paz”.
Un camino del Espíritu
“El Espíritu no dio comienzo a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la comunidad, sino descendiendo sobre cada uno de los apóstoles”, prosiguió el Papa. Para Bergoglio “el Espíritu no comienza por un proyecto estructurado —como hacemos nosotros, que a menudo nos perdemos después en nuestros programas—; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes”. “Así empieza la vida de la Iglesia; no por un plan preciso y articulado, sino por la experiencia del mismo amor de Dios. De este modo, el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan”, añadió.
“Ver a cada hermano y hermana en la fe como parte del mismo cuerpo al que pertenezco; esta es la mirada armoniosa del Espíritu, este es el camino que nos indica”. Algo que se traduce hasta en el Sínodo que “es —y debe ser— un camino según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades de acuerdo a la agenda del mundo, no la ocasión para ir donde nos lleva el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu”.
El Papa alertó que “sin Él la Iglesia permanece inerte, la fe es una mera doctrina, la moral sólo un deber, la pastoral un simple trabajo. Con Él, en cambio, la fe es vida, el amor del Señor nos conquista y la esperanza renace”. Po ello invitó: “Volvamos a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado de amor por Jesús, sino por nosotros mismos. Pongamos al Espíritu en el principio y en el centro de los trabajos sinodales”. “El Pueblo de Dios, para ser colmado del Espíritu, debe caminar unido, hacer sínodo. Así se renueva la armonía en la Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. ¡Construyamos armonía en la Iglesia!”, exhortó.
Curando heridas
Finalmente destacó que Jesús envía el Espíritu “para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa”. “Si queremos armonía busquémoslo a Él, no a los sucedáneos mundanos. Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos rezándole cada día, ¡seamos dóciles a Él!”, clamó.
“¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la cara a los demás, considerándome víctima de todo y de todos? O, por el contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, la “gracia del conjunto” que Él inspira, su perdón que da paz, y a mi vez perdono, promuevo reconciliación y creo comunión?”, preguntó el Papa. “Si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu”, alentó antes de concluir la homilía haciendo una plegaria.