Este lunes el Dicasterio para la Comunicación del Vaticano ha publicado un documento titulado ‘Hacia una plena presencia. Reflexión pastoral sobre la interacción en las Redes Sociales’, en el que desgrana esta nueva realidad a la que se enfrenta el pueblo de Dios y ante la cual “aún quedan por abordar es cómo podemos vivir en el mundo digital -en cuanto individuos y en cuanto comunidad eclesial-, con amor al prójimo, estando presentes de manera auténtica, atentos los unos a los otros en nuestro viaje común por las autopistas digitales”.
Y es que, tal como ha señalado el Vaticano, “muchos cristianos solicitan inspiración y guía, porque las redes sociales, que son una de las expresiones de la cultura digital, han ejercido un profundo impacto en nuestras comunidades de fe y en nuestras trayectorias espirituales personales”. Por ello, la Santa Sede ha presentado un documento que pretende ser “una reflexión” en la que han participado “expertos, educadores, jóvenes profesionales y líderes, laicos, sacerdotes y religiosos” y cuyo objetivo es “afrontar algunas de las principales cuestiones relativas al modo en que los cristianos deberían participar en el mundo digital”.
“No se proponen ser una guía precisa para el ministerio pastoral en esta área”, explica el Dicasterio, “lo que se espera de ellas, en cambio, es que promuevan una reflexión común sobre nuestras experiencias digitales, animando a las personas y a las comunidades a adoptar un enfoque constructivo y creativo que fomente una cultura de amor al prójimo”. De esta manera, el documento establece cinco puntos cardinales a tener en cuenta:
Consciente de que “las redes sociales son solo una rama del más amplio y complejo fenómeno de la digitalización”, el Vaticano señala que “en los próximos años la inteligencia artificial influirá cada vez más en nuestra experiencia de la realidad”. “Estamos asistiendo al desarrollo de máquinas que trabajan y toman decisiones por nosotros; que pueden aprender y predecir nuestros comportamientos; de máquinas que responden a nuestras preguntas y aprenden de nuestras respuestas, o que usan la ironía y hablan con la voz y las expresiones de quienes ya no están entre nosotros; de sensores que, colocados en la piel, pueden medir nuestras emociones”, continúa. “En esta realidad en constante evolución, quedan muchas preguntas por responder”.
“Cuando las personas comenzaron a utilizar Internet hace pocas décadas, ya compartían una versión de este sueño: la esperanza de que el mundo digital fuera un espacio feliz de entendimiento común, información libre y colaboración”, apunta el Dicasterio. Por ello, “Internet había de ser una ‘tierra prometida’ en la que las personas podrían confiar en informaciones compartidas sobre las bases de la transparencia, la fiabilidad y la competencia”.
Sin embargo, hay algunas “trampas a evitar”, como es el caso de la brecha digital: “Mientras esta evolución se mueve más deprisa que nuestra capacidad de comprenderla correctamente, muchas personas aún carecen de acceso no solo a los medios para satisfacer las necesidades básicas -como alimentos, agua, vestidos, vivienda y atención sanitaria-, sino también a las tecnologías de información y comunicación. Ello deja a un gran número de marginados abandonados en la cuneta”.
Asimismo, el Vaticano señala que es necesario que seamos conscientes de que los individuos son considerados “consumidores y mercancías: en cuanto consumidores, se les presenta publicidad personalizada y contenido patrocinado hecho a su medida; en cuanto mercancías, sus perfiles y sus datos se venden a otras empresas para el mismo fin”. Además, señala que “el creciente énfasis en la distribución y el comercio de conocimiento, datos e información ha generado una paradoja: en una sociedad en la que la información desempeña un papel esencial, es cada vez más difícil verificar las fuentes y la exactitud de la información que circula digitalmente”. En este contexto, “la sobrecarga de contenidos se resuelve mediante algoritmos de inteligencia artificial que deciden constantemente qué mostrarnos basándose en factores que difícilmente percibimos o intuimos: no solo lo que hemos elegido anteriormente, los “me gusta”, nuestras reacciones o preferencias; sino también nuestras ausencias y distracciones, pausas y periodos de atención”.
“Ser conscientes de estas trampas nos ayuda a discernir y desenmascarar la lógica que contamina el ambiente de las redes sociales, y a buscar soluciones a este descontento digital. Es importante apreciar el mundo digital y reconocerlo como parte de nuestra vida. Sin embargo, la vida y el viaje humanos se construyen en la complementariedad entre las experiencias físicas y las digitales”, asevera el Vaticano, que, a su vez, anima a “tejer relaciones”: “Es cada vez más urgente y necesario participar en las redes sociales de una manera que vaya más allá de los propios compartimentos estancos, saliendo del grupo de los propios ‘iguales’ para encontrar a los otros”.
“En vez de actuar individualmente produciendo contenido o reaccionando a informaciones, ideas o imágenes compartidas por otros, necesitamos preguntarnos: ¿cómo podemos cocrear experiencias en línea más saludables en las que las personas puedan participar en conversaciones y superar los desacuerdos con un espíritu de escucha recíproca? ¿Cómo podemos capacitar a las comunidades para que encuentren modos de superar las divisiones y de fomentar el diálogo y el respeto en las redes sociales?”, se pregunta el Vaticano.
“Si bien las redes sociales portan consigo la tentación del individualismo y el autoengrandecimiento”, dice el Dicasterio, “no estamos condenados a caer en estas actitudes lo queramos o no”, ya que “el discípulo que ha encontrado la mirada misericordiosa de Cristo ha experimentado algo distinto”.
“Al mismo tiempo”, continúa, “la interminable disponibilidad de información ha creado algunos problemas”. “Experimentamos una sobrecarga de información, ya que nuestra capacidad cognitiva de elaboración se ve afectada por el exceso de información al alcance”, y, además, “de modo análogo, experimentamos una sobrecarga de interacción social, pues estamos sujetos a un alto número de solicitaciones sociales”.
“Al intentar navegar por esta abrumadora red de información e interacción social, nuestra atención se dispersa”, advierte el Vaticano. “Debemos estar más atentos a este aspecto. Sin silencio ni espacio para pensar despacio, en profundidad y con un propósito, corremos el riesgo de perder no sólo las capacidades cognitivas, sino también el espesor de nuestras interacciones, tanto con los demás como con Dios. El espacio para la escucha, la atención y el discernimiento de la verdad es cada vez más escaso”, asevera. “Ante la sobrecarga de estímulos y datos que recibimos, el silencio es un bien precioso, ya que asegura un espacio para la concentración y el discernimiento”, subraya el Dicasterio.
Por otro lado, subraya que “con la velocidad y la inmediatez de la cultura digital, que ponen a prueba nuestra atención y nuestra capacidad de concentración, escuchar es aún más importante en nuestra vida espiritual”. Sin embargo, es “el diálogo interior y la relación con Dios, que el don divino de la fe hace posibles, son esenciales para permitirnos crecer en nuestra capacidad de escuchar bien”.
Asimismo, la Santa Sede anima a “discernir nuestra presencia en las redes sociales”, ya que “desde la perspectiva de la fe, qué comunicar y cómo comunicar no es solo una cuestión práctica, sino también espiritual”. “Comunicar bien en estos contextos es un ejercicio de prudencia, y exige una reflexión orante acerca de cómo interactuar con los demás”, asevera.
“Reconocer a nuestro prójimo digital es reconocer que la vida de toda persona nos concierne, incluso cuando su presencia (o ausencia) pasa a través de los medios digitales”. Por ello, “ser buen prójimo en las redes sociales quiere decir estar presente en las historias de los demás, especialmente en las de quienes sufren. En otras palabras, abogar por mejores ambientes digitales no significa desviar la atención de los problemas concretos que padecen muchas personas -hambre y pobreza, migración forzada, guerra, enfermedad y soledad, por ejemplo-. Significa, en cambio, promover una visión integral de la vida humana, que hoy en día incluye la esfera digital. De hecho, las redes sociales pueden ser un medio para atraer la atención hacia esas realidades y generar solidaridad entre personas cercanas y lejanas”.
Por otra parte, el Vaticano apunta que la cuestión sobre “cómo construir una comunidad mediante prácticas comunicativas, incluso entre quienes no están físicamente cerca los unos de los otros, es, en realidad, una pregunta muy antigua”. “En la realidad actual”, señala, es necesario superar “la lógica dicotómica (lo digital como opuesto a lo real-físico-en persona), y asumir una lógica de “ambas cosas a la vez”, basada en la complementariedad y la totalidad de la vida humana y social”, ya que, si bien “los encuentros digitales no traen consigo necesariamente una cercanía física, pueden ser, sin embargo, significativos, eficaces y auténticos”. Así, “más allá de las meras conexiones, pueden ser una vía para interactuar sinceramente con los demás, para entablar conversaciones significativas, para expresar solidaridad y para aliviar el aislamiento y el dolor de algunos”.
Asimismo, el Vaticano advierte a los haters: “tanto en las encrucijadas digitales como en los encuentros cara a cara, ser ‘cristiano’ no es suficiente”, porque “en las redes sociales se pueden encontrar numerosos perfiles o cuentas que proclaman contenidos religiosos pero que no participan en las dinámicas relacionales de manera auténtica. Las interacciones hostiles y las palabras violentas y degradantes, especialmente en un contexto en el que se comparten contenidos cristianos, gritan desde la pantalla y están en contradicción con el Evangelio”. “Incluso en las redes sociales”, asevera, “hemos de decidir si queremos ser ‘buenos samaritanos o viajeros indiferentes que pasan de largo'”.
Además, el Dicasterio subraya que “en las redes sociales, la interacción debe ir más allá del intercambio de opiniones personales y de la emulación de comportamientos”, ya que “compartir ideas es necesario, pero las ideas por sí solas no funcionan, han de hacerse ‘carne’”.
“Es posible pensar en grande”, continúa el Dicasterio. “La web social no está ‘grabada en piedra’, podemos cambiarla. Podemos convertirnos en motores del cambio imaginando nuevos modelos basados en la confianza, la transparencia, la igualdad y la inclusión”. “Juntos, podemos instar a las empresas de redes sociales a que reconsideren su papel y permitan que Internet se convierta verdaderamente en un espacio público. Los espacios públicos bien estructurados favorecen un mejor comportamiento social. Necesitamos, por tanto, reconstruir los espacios digitales para que se conviertan en entornos más humanos y saludables”, añaden..
A la pregunta sobre cuál es la estrategia más efectiva o qué instrumento hace más atractivo el contenido, el Vaticano recuerda que “la comunicación no es simplemente una estrategia. Es mucho más. Un verdadero comunicador lo da todo, entrega todo de sí mismo. Comunicamos con nuestra alma y con nuestro cuerpo, con la mente, el corazón, las manos, con todo”. Y es que “todo lo que compartimos en nuestros posts, comentarios y me gusta, mediante palabras habladas o escritas, con películas o imágenes animadas, debe ajustarse al estilo que aprendemos de Cristo, quien transmitió su mensaje no sólo con palabras sino con todo su modo de vida, revelándonos así que la comunicación, en su nivel más profundo, es la entrega de sí mismo en el amor”.
Así, el Vaticano alerta ante las fake news: “Para comunicar la verdad, primero debemos asegurarnos de que estamos transmitiendo información veraz; y ello no sólo al crear contenidos, sino también al compartirlos. Debemos cerciorarnos de que somos una fuente fidedigna. Para comunicar la bondad, necesitamos un contenido de calidad, un mensaje orientado a ayudar, no a perjudicar; a promover acciones positivas, no a perder el tiempo en discusiones inútiles”.
Además, el Dicasterio recomienda “contarlo con una historia”, ya que estas “captan la atención y despiertan la imaginación”. “Las historias nos ofrecen una estructura interpretativa para comprender el mundo y responder a nuestras preguntas más profundas. Las historias construyen comunidad, ya que la comunidad se forma siempre a través de la comunicación”. Y recuerda que “cada cristiano es un “microinfluente” que debería “ser consciente de su influencia potencial, independientemente del número de seguidores que tenga”.
“Al mismo tiempo, debe ser consciente de que el valor del mensaje transmitido por el influente cristiano no depende de las cualidades del mensajero”, añade el Vaticano. “Sin embargo, hemos de reconocer que nuestra responsabilidad aumenta con el incremento del número de seguidores. Cuanto mayor sea el número de seguidores, mayor debe ser nuestra conciencia de que no estamos actuando en nuestro propio nombre. La responsabilidad de servir a la propia comunidad, especialmente en el caso de quienes desempeñan papeles de liderazgo público, no puede ser secundaria respecto a la promoción de las propias opiniones personales desde los púlpitos públicos de los medios digitales”, asevera.
Por otro lado, el Dicasterio recuerda que “el estilo cristiano debe ser reflexivo, no reactivo, también en las redes sociales. Por lo tanto, todos debemos tener cuidado para no caer en las trampas digitales que se esconden en contenidos diseñados expresamente para sembrar el conflicto entre los usuarios provocando indignación o reacciones emocionales”.
“Debemos estar atentos a no publicar y compartir contenidos que puedan causar malentendidos, exacerbar la división, incitar al conflicto y ahondar los prejuicios”, asevera, ya que, “por desgracia, la tendencia a dejarse llevar en las discusiones acaloradas y a veces irrespetuosas es común en las interacciones en línea”. “Ante esta tentación, a menudo la mejor línea de acción es no reaccionar o reaccionar con el silencio para no dignificar esta falsa dinámica. Se puede afirmar con seguridad que este tipo de dinámica no ayuda; al contrario, causa un gran daño. Así pues, los cristianos están llamados a mostrar otro camino”, explica.
En esta línea, el Vaticano lanza un reto: “Los cristianos deberíamos ser conocidos no solo por nuestra capacidad para llegar a los demás con contenidos religiosos interesantes, sino también por nuestra disponibilidad para escuchar, para discernir antes de actuar, para tratar a todas las personas con respeto, para responder con una pregunta en vez de con un juicio, para permanecer en silencio en lugar de suscitar una controversia, y para ser ‘diligentes para escuchar y tardos para hablar y para la ira’”.