Ir en la carriola, hacer una parada para rezar ante el Simpecado, emocionarse al ritmo de unas sevillanas, escuchar el tamboril al entrar en la aldea… Ángel Fernando lo ha vuelto a conseguir. Algo impensable cuando una enfermedad rara paralizó literalmente su vida. La frenó en seco. Tenía 50 años y, de un día para otro, a raíz de una gastroenteritis sin aparente importancia, comenzó a debilitarse su sistema nervioso hasta acabar prácticamente destruido en sus extremidades. Perdió la movilidad de piernas y brazos.
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“No tengo dolor, pero tampoco fuerza. Con las manos he logrado avanzar, pero no puedo andar”, comenta este rociero de Olivares que tuvo que aprender a vivir de nuevo. Desde una silla de ruedas. “Es muy duro, muy duro”. Y, aunque hoy sabe ponerle ganas y humor, no edulcora el trecho recorrido en estos cinco años: “Hay momentos en los que prefieres no estar aquí, porque yo he sido una persona muy activa. Imagínate lo complejo que es asumir esto, pasar de quererte comer el mundo a no poder ir al servicio solo ni poder moverte ni prácticamente comer solo, a que el mundo te dé la vuelta y seas dependiente”.
Sin embargo, más allá de su propia voluntad y del apoyo de su familia, Ángel encontró un as en la manga para tirar hacia adelante: “Cada vez que me planteo de dónde me han venido las fuerzas para continuar, le echo la culpa a la Virgen”. A la Blanca Paloma que se venera en la aldea de Almonte y de la que era un fiel peregrino cada año por estas fechas. Pero aquello también se truncó. La rezaba en casa, pero no podía ir a verla. No en vano, la aldea del Rocío y sus aledaños es una pedanía onubense que nunca se ha asfaltado. Pero él se resistía a que las barreras físicas de las marismas le impidieran ponerse a los pies de su Madre.
Reducción de las desigualdades
No fue el único que quiso romper con esas limitaciones y hoy forma parte de Camino del Rocío sin Barreras, una ONG que busca una peregrinación accesible e inclusiva a uno de los enclaves marianos de referencia en nuestro país. Es más, su programa se enmarca dentro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, en concreto, el que se compromete con la “reducción de las desigualdades”. El pasado mes de marzo tuvo lugar su puesta de largo con una romería de tres días en la que participaron más de 150 personas y en la que colaboraron distintas hermandades del Rocío, asociaciones de personas con discapacidad, ayuntamientos, fundaciones…
“Podemos decir que ha sido el primer Rocío inclusivo de la historia, después de una experiencia piloto que vivimos el año pasado”, expresa Pepe Fernández Écija, presidente de esta plataforma, que reitera que “no podemos dejar que nadie se quede fuera, sin poder ver a la Virgen, solo por falta de medios. Por eso nos hemos puesto manos a la obra para acompañar a las personas vulnerables”.
Consideran que esta iniciativa es solo el prólogo de lo que está por escribirse. “Simplemente, hemos encendido una mecha, porque todo el mundo era consciente de que algo se tenía que hacer, pero nadie daba el paso y ahí estamos nosotros”, expone sobre un desafío que ha implicado trabajar en equipo con las administraciones públicas, empresas privadas y el tercer sector.