Cuando en 2014 el mexicano Pascual Chávez, nacido en 1947, dejó de ser rector mayor de los salesianos, comenzó a dedicarse de lleno a compartir sus reflexiones sobre la Vida Consagrada por medio mundo. Doctor en teología bíblica tras haber pasado por el Pontificio Instituto Bíblico, y después de ser provincial, fue durante seis años consejero mundial y en 2002 se convirtió en el noveno sucesor de Don Bosco. Su reflexión ha abierto y marcado el rumbo de la XXIX Asamblea General de la CONFER, bajo el lema ‘Rostros de la Luz’.
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PREGUNTA.- Su intervención en la Asamblea llevaba el título de ‘Vida Consagrada: Memoria y Profecía’. ¿En estos momentos hay riesgo de que la memoria deje paso a la nostalgia?
RESPUESTA.- Hablar de memoria tiene un significado muy amplio y enriquecedor, pues significa un retorno a los orígenes, allí donde está la originalidad. Desde este punto de vista es una invitación a “volver al primer amor”. No hay que olvidar que la palabra ‘re-cordar’ es ‘pasar de nuevo por el corazón’ lo que se ha vivido. Como tal se trata de algo muy motivador y enriquecedor. Pero existe el riesgo no imaginario de convertir la memoria en nostalgia de los tiempos pasados e identificarla con una época gloriosa por el dinamismo y la fecundidad de las congregaciones. Y, en este sentido, hay que estar en guardia para que esto no suceda.
P.- Una pregunta que ha lanzado a la Asamblea sobre los posibles candidatos a formar parte de la vida consagrada es qué futuro podemos ofrecerles. ¿Hay respuesta?
R.- Los últimos papas han reafirmado que la Vida Consagrada nunca faltará a la Iglesia, porque forma parte de su santidad y de su misión. Para que esto sea realidad, debe estar atenta a no identificar el carisma propio de cada instituto con las obras en que el carisma se ha encarnado; esto es, en los diversos servicios en el campo de la educación, de la salud, de la promoción humana, de la protección de las personas, del cuidado de los más débiles y desprotegidos, hasta el extremo que hemos podido identificar la misión, que será siempre la de revelar en todo este tipo de acciones sociales que ‘Deus Caritas est’, con los servicios que se ofrecen reduciendo nuestras instituciones a ONG y nuestra identidad de consagrados a la de trabajadores sociales. Se trata de algo que el mismo papa Francisco ha advertido a propósito de la Iglesia.
Profecía de la fraternidad
P.- Mirando al interior de las comunidades, ¿qué tipo de crisis viven los religiosos y religiosas de hoy?
R.- Lo primero que quisiera reafirmar es que hoy la parte más débil de la Vida Consagrada, y la que tendría que ser la carta de presentación, es la comunidad. Muchas cosas han cambiado en relación al pasado (la composición, la relación comunidad-obra, la inserción en el territorio, la presencia de los laicos…), pero no cabe duda que el cambio más importante es el paso de la insistencia en la “vida en común” a la de la “vida fraterna en comunidad” o “comunión de vida”.
Esto significa mayor consideración de la persona singular en su originalidad, mayor espacio para que se exprese, búsqueda de relaciones de calidad, participación activa en la vida del grupo. La “vida en común” significa hacer las mismas cosas al mismo tiempo (reunirse, rezar, comer, trabajar…). “Todos juntos” era importante para la vida en común. La “comunión de vida” significa prestar más atención a la unión de las personas, a la fraternidad de las relaciones, a la ayuda y al apoyo mutuos, a la convergencia de intenciones y al compartir una misión. Esto corresponde al clima cultural y a la nueva conciencia de las personas que exigen reconocimiento, valorización y protagonismo.
Cuando hablamos de la “profecía de la fraternidad” no pensamos simplemente en “trabajar juntos”, sino en la profecía de la unidad en la diversidad. Esta brota de una visión de fe, nuestra comunión es expresión de la comunión trinitaria. Además, debe profundizarse siempre que el deseo de formar una verdadera familia entre los adultos necesita una nueva forma de concebir y realizar las relaciones personales: encontrar los cimientos sobre los que asentarse, los modos de renovarlas antes de que se desgasten definitivamente, para hacerlas satisfactorias para los individuos.
En un clima de amistad fraterna se deberían comunicar alegrías y tristezas y compartirse corresponsablemente experiencias y proyectos apostólicos. Dos temas urgentes en la vida fraterna para superar el actual malestar son el de las relaciones interpersonales y el de la comunicación. Se trata de dos grandes dinámicas de la comunidad que recogen entorno a sí otras, como la corresponsabilidad, la programación, el discernimiento… pero que son facilitadas por las dos primeras.
P.- Analizando la “recolocación” que tiene que hacer la Vida Religiosa en Europa, ¿por dónde debe ir esa renovación?
R.- La principal, a mi modo de ver, es la de la identidad, que podría sintetizar haciendo alusión a las tres grandes dimensiones que la caracterizan: consagración, comunión y misión.
- El religioso, la religiosa tienen que presentarse en primer lugar como personas fuertemente apasionadas por Dios, cautivadas por su amor al punto tal de poder decir como los primeros discípulos: “Hemos encontrado lo que buscábamos”.
- En segundo lugar, como personas que viven con gozo el ideal evangélico de la fraternidad con lo que tiene de ascética (el vivir juntos) y de mística (la comunión de vida), esto es lo que hace atrayente y creíble y fecunda vocacionalmente nuestra vida.
- En tercer lugar, como personas que vibran como Jesús por el crecimiento del Reino que Él predicó e implantó y que nos dejó como tarea para que pueda hacerse visible el maravilloso plan de Dios sobre la humanidad.
Recordando las elocuentes imágenes usadas por Jesús: ser “sal de la tierra”, “luz del mundo”, “ciudad sobre el monte” es cuestión más de “ser” que de “hacer”. Y el ser es fruto de la vivencia de las bienaventuranzas como programa de vida. Todo ello se expresará en las causas que asumir: el cuidado de la creación, la defensa de la dignidad de la persona, la construcción de la paz, la promoción de la cultura del encuentro, del diálogo… con gran sensibilidad por los más pobres y marginados.
P.- Hablando de la realidad, ¿es posible la esperanza ante la situación actual?
R.- La esperanza no se identifica con el optimismo, que es un sentimiento y una actitud psicológica ante la realidad. La esperanza es una virtud teologal, cuyos enemigos son la resignación, el pesimismo, el falso optimismo, la desesperación, una tentación que hoy serpea en la Vida Consagrada. “No es verdad que ‘hasta que hay vida, hay esperanza’, como se suele decir. Más bien es lo contrario: es la esperanza la que tiene en pie la vida, la protege, la custodia y la hace crecer”, dice el papa Francisco. Charles Péguy nos ha dejado páginas estupendas sobre la esperanza. Él dice poéticamente que Dios no se maravilla tanto por la fe de los seres humanos y mucho menos por su caridad; en cambio, lo que lo llena de emoción es la esperanza de la gente.
Una mirada “estática
P.- Entonces, ¿qué profecía se espera de la Vida Consagrada en nuestro contexto?
R.- En un mundo en que se extiende la cultura de la indiferencia, hoy la mayor profecía es la de la fraternidad, aquella que nos lleva a superar todo tipo de individualismo, egoísmo, autorreferencialidad, y a tener en cambio una mirada “estática” y, como tal, abierta a los demás, con salida a su encuentro, con profundo sentimiento de empatía, voluntad de cercanía, actitud de ternura y compromiso por ayudar. Todo esto comenzando por la comunidad y extendiéndose como fuerza centrífuga hacia la sociedad, privilegiando las periferias sociales y existenciales. Así podremos colaborar en la construcción de la “civilización del amor”, en la “amistad social”, en la “fraternidad universal”.
P.- ¿Es este el testimonio irrenunciable que le queda a la Vida Religiosa?
R.- El especialista de la Vida Religiosa Friedrich Wulf señala que han existido tres grandes motivaciones a lo largo de la historia de la Iglesia: la “absolutez” de Dios, que caracterizó a los grandes movimientos eremíticos y cenobíticos de los primeros siglos de la Iglesia; el seguimiento e imitación de Jesucristo, a la base de las órdenes medievales y el período de la Reforma y la Contrarreforma; y la situación del mundo en las congregaciones del Concilio de Trento en adelante. Quiere decir que los consagrados y consagradas lo son o porque han descubierto a Dios como el valor absoluto, dejando como relativo todo lo demás, o porque han quedado fascinados por la persona de Jesús al punto de querer seguirlo e imitarlo fielmente, o porque sacudidos fuertemente por la situación trágica del mundo buscan colaborar con Dios en la realización de su plan.
P.- En su intervención han aparecido las llamadas nuevas formas de vida consagrada. ¿Cuál es la tentación de estas propuestas?
R.- He citado ‘Vita Consacrata’, donde dice que si por una parte se reconoce que el Espíritu Santo sigue suscitando nuevas formas de seguimiento de Cristo que no contradicen las clásicas, se advierte la necesidad de un discernimiento serio, pues se corre el riesgo de la fragmentación sin verdadera novedad o, según palabras del secretario del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, José Rodríguez Carballo, la erección de nuevos institutos se produce motivada por otros intereses que están muy lejos de ser los del Reino.
La pérdida de fe en Europa
P.- Frente a las incertidumbres de estos grupos, puede que inmaduros, usted afirma que podemos identificar “minorías creativas”, ¿en qué dirección?
R.- La respuesta está en el esclarecimiento de que se entiende por una “minoría creativa” y viene de un texto de Jonathan Sacks sobre la carta de Jeremías, que se convirtió en la base de la esperanza judía de supervivencia en la diáspora durante veintiséis siglos hasta hoy: una supervivencia tensa, cargada de riesgos y tenue, sin duda, pero notable no obstante. Este autor explica que los judíos fueron creativos de tres maneras distintas:
- una primera interna en Babilonia y la posterior reconstrucción,
- la segunda cuando los judíos fueron mediadores culturales entre la sociedad que les acogió y otras civilizaciones en la Edad Media y,
- en tercer lugar, cuando en la era moderna fueron admitidos por primera vez en la corriente principal cultural de Occidente, dando origen a un número notable de arquitectos del pensamiento moderno.
Entonces se puede ser una minoría, vivir en un país cuya religión, cultura y sistema legal no son los tuyos y, sin embargo, mantener tu identidad, vivir tu fe y contribuir al bien común, exactamente como dijo Jeremías. No es fácil. Exige un complejo refinamiento de las identidades. Implica la voluntad de vivir en un estado de disonancia cognitiva. No es para los pusilánimes. Pero es creativa.
Es también lo que el entonces cardenal Joseph Ratzinger dijo en 2004 ante el fenómeno de una Europa secularizada. Señaló que la pérdida de fe había traído consigo otros tres tipos de pérdida: una pérdida de identidad europea, una pérdida de fundamentos morales y una pérdida de fe en la posteridad, evidente en la caída de las tasas de natalidad que describió como “una extraña falta de deseo por el futuro”.
¿Es esto inevitable o reversible? ¿Puede una civilización que ha comenzado a declinar recuperarse y revivir? El cardenal sugirió que este era el tema en juego entre dos historiadores, Oswald Spengler y Arnold Toynbee. Para Spengler, las civilizaciones son como organismos: nacen, crecen, alcanzan la madurez, y luego envejecen, declinan y mueren, no hay excepciones; para Toynbee, existe una diferencia entre las dimensiones material y espiritual de una civilización. Precisamente porque tienen una dimensión espiritual, están abiertos a la capacidad humana de recuperación. Ese don, para Toynbee, pertenecía a lo que llamó minorías creativas, las grandes solucionadoras de problemas de la historia. Por lo tanto, concluía Ratzinger, “los cristianos deberían verse a sí mismos como una minoría creativa y ayudar a Europa a recuperar lo mejor de su herencia”.