Si bien el “no matarás” es un mandamiento nuclear para todo cristiano, así como el “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, muchos fieles echan de menos que sacerdotes y obispos condenen en sus homilías la violencia machista con la misma fuerza con la que claman contra otras amenazas al derecho a la vida.
Desde luego, no es el caso de José Cobo, nombrado hoy arzobispo de Madrid y quien, siendo estos años auxiliar de la comunidad eclesial capitalina, ha acompañado con mucha fuerza a la comisión diocesana por una vida libre de violencia contra las mujeres, impulsada en 2017.
Más allá de su notable acción en el acompañamiento a mujeres afectadas por esta lacra, en el plano espiritual, la comisión madrileña convoca periódicamente vigilias en las que se reza por las víctimas de la violencia machista. En ellas se aprecia a la Iglesia con una palabra profética. En una celebración, en 2021, las acompañó José Cobo, entonces obispo auxiliar de Madrid, que señaló en su homilía que “no podemos mirar para otro lado ante el sufrimiento que llega hasta Dios… Y no nos podemos quedar de brazos cruzados ante tantos casos violentos contra mujeres que se manifiestan de múltiples formas. Son la punta de lanza de muchos esquemas mentales y paradigmas culturales y sociales arraigados, que las denigran y las reducen a objetos”.
Además de esta y otras homilías, que realmente son un aldabonazo en las conciencias, el propio Cobo ha manifestado en ‘Vida Nueva’ su contundente posicionamiento en esta cuestión: “La experiencia de quienes están en el hospital de campaña de nuestra sociedad es que la violencia acampa libremente. La cultivamos, la retuiteamos, la alentamos, hasta la vemos normal, aunque públicamente no sea correcto defenderla en sus manifestaciones más burdas”.
En este sentido, es evidente que “no disminuye la lacra de la violencia hacia la mujer” en “esta cultura nuestra donde se habla mucho de ‘amor’, pero no se tiene”. Frente a ello, la conciencia cristiana emerge con fuerza para restituir a la mujer en su dignidad: “Quienes trabajan abrazando estos dramas nos recuerdan a todos que la Iglesia nace al pie de una cruz y no puede abandonar a quien, por ser mujer, sufre, sino que debemos dejarnos afectar por su clamor, de modo que sepamos que toda violencia infligida a la mujer llega a Dios y se convierte en una profanación de quien ha nacido de una mujer”. De este modo, “las comunidades cristianas que se implican con quienes acogen esta realidad y la humanizan son la punta de lanza de una Iglesia que quiere, como Cristo, estar siempre al lado de cada mujer herida y tomar partido, como Dios hace, por cada vida maltratada”.
“No es ideología”, clama Cobo, para el que, “quienes hacen de manos de la Iglesia en este mundo nos animan a ser comunidades que acompañen a las víctimas para liberarlas de su sufrimiento, para luchar activamente contra la violencia y todas las conductas violentas y denigrantes que sostienen este calvario. Eso es detectar y denunciar a los que maltratan, y salir al auxilio de quien se atreve a pedir socorro. Supone convertir nuestros corazones para salir de esas corrientes de insultos, cosificación, dominación o apropiación de las personas y, desde el Evangelio, dar la mano a las que aún están crucificadas por tanta crueldad”.
Y es que, como concluye el ya arzobispo electo de Madrid, “Dios no es imparcial ante la cruz. Necesitamos acercarnos a cada caso y sembrar las lágrimas de cada mujer en la vida de nuestras comunidades. Esto no se haría sin quienes ya lo están sembrando y son la avanzadilla del Evangelio en este lugar de tanto dolor”.