La unidad entre católicos y ortodoxos está más cerca. Esta es la principal conclusión tras la última plenaria de la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa, que, desde su fundación en 1979, con Juan Pablo II, se ha celebrado por 15ª vez y cuyo último antecedente se dio en la localidad italiana de Chieti en 2016.
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El encuentro, celebrado del 1 al 7 de junio en Alejandría (Egipto), ha estado copresidido por el cardenal Kurt Koch, prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y por el metropolitano Job de Pisidia, del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla. En total, ha habido 18 representantes del ámbito católico y 10 comunidades nacionales ortodoxas, sin contar con el Patriarcado Ortodoxo de Moscú, encabezado por Kirill, cada vez más distanciado de Constantinopla y del patriarca Bartolomé.
Que ‘sean todos uno’
Como en cada cita de la Comisión, al cierre de la misma se ha hecho público un amplio texto de acuerdo, conocido este extraoficialmente como ‘Documento de Alejandría’ y titulado como tal así: ‘Sinodalidad y primacía en el segundo milenio y hoy’. La reflexión sobre ambos principios, que vertebra la reflexión teológica entre ortodoxos y católicos en las últimas décadas, ha ido un paso más allá y, desde la certeza de que “nuestro Señor oró para que sus discípulos ‘sean todos uno’ (Jn 17, 21)”, ambas confesiones se comprometen “a encontrar los medios para superar la alienación y la separación que se produjeron durante el segundo milenio”.
Para ello, se dedica un meticuloso análisis histórico a analizar qué cambió para que, tras un primer milenio marcado por la “unidad en la diversidad” del cristianismo, en el segundo, en el año 1504, llegara un “cisma”. Así, si bien al principio “el vínculo de unidad se manifestaba en las múltiples reuniones de los obispos en concilios o sínodos para discutir en común cuestiones de doctrina y de práctica”, habiendo una “comunión” que “se veía favorecida por la cooperación entre las cinco sedes patriarcales”, llegó un momento en el que “la práctica de la sinodalidad y la primacía” se debilitó hasta romperse.
Excomuniones, cruzadas…
El culmen se dio en “la agitada historia del segundo milenio”, marcada por muchos episodios críticos. Empezando por “las excomuniones de 1054” y siguiendo por “las cruzadas, y en particular de la conquista de Constantinopla por la cuarta cruzada (1204)”. Mientras en Occidente, en virtud de “la falsa Donación de Constantino” (origen de los Estados Pontificios), se “subrayaba la figura central del Papa en la Iglesia latina”, en Oriente se ponía en valor la autonomía de sus primados, que a su vez ejercían la autoridad en sus Iglesias desde la “sinodalidad”.
Un momento de ruptura se dio con el IV Concilio de Letrán (1215), cuya Constitución afirmaba que “la Iglesia romana (…), por disposición del Señor, tiene una primacía de potestad ordinaria sobre todas las demás Iglesias, en cuanto es madre y maestra de todos los fieles de Cristo”. Llamamiento que “no fue aceptado” por los patriarcas orientales.
Comprensión auténtica
Ahora, a la luz de la Historia y conscientes de que en el inicio de este tercer milenio se puede y debe virar el rumbo, se llama a “una comprensión auténtica de la sinodalidad y la primacía en la Iglesia”. Y es que “la Iglesia no se entiende correctamente como una pirámide, con un primado gobernando desde la cúspide, pero tampoco como una federación de Iglesias autosuficientes”.
Desde “la inadecuación de ambas visiones”, también queda claro que, “para los católicos romanos, la sinodalidad no es meramente consultiva, y, para los ortodoxos, la primacía no es meramente honorífica”. Un camino contemporáneo en el que la luz llegó con el Concilio Vaticano II, que “abrió nuevas perspectivas al interpretar fundamentalmente el misterio de la Iglesia como un misterio de comunión”. En esta senda, el estilo de ejercer el pontificado de Francisco y la convocatoria del Sínodo de la Sinodalidad pueden ser fundamentales.