Sor Lucía Caram sobre la guerra en Ucrania: “El Vaticano sigue negociando por cielo, tierra, mar y aire”

La dominica ha viajado por decimoctava vez a Kiev para reforzar el plan de ayuda humanitaria que ha capitaneado desde el inicio de la invasión

Sor Lucía Caram sobre la guerra en Ucrania: “El Vaticano sigue negociando por cielo, tierra, mar

La dominica conversa con ‘Vida Nueva’ tras un nuevo viaje a Ucrania al que fue con la bendición previa del Papa Francisco, a quien presentó un hospital móvil que se puede montar en veinte minutos. Puede salvar entre 20 y 30 vidas al día. “Las noticias que llegan no reflejan ni la mitad de lo que está pasando en Ucrania, de lo que hemos vuelto a ver con nuestros propios ojos. La gravedad y el impacto de lo que está provocando esta guerra es tremendo”, expresa la religiosa a su regreso de Kiev. “Mi actitud en esta vuelta es permanecer de rodillas ante el sufrimiento de tanta gente, como de rodillas he estado a los pies de los enfermos de los hospitales que he visitado”, subraya la consagrada de origen argentino. 



PREGUNTA.- ¿Cómo fue aquel encuentro con el Papa Francisco? ¿De qué hablaron?

RESPUESTA.- Lo que hice fue presentarle el reto del hospital de campaña. Él está muy preocupado por la situación que vive Ucrania. Vemos que cada semana está pidiendo, le preocupa mucho la crueldad de la guerra. Es algo en lo que insiste mucho. Explica que el cardenal Konrad Krajewski, limosnero apostólico, fue a Ucrania y vio cuando abrieron las fosas que se han cometido torturas.

Hay una gran crueldad en esta guerra, gente mutilada, vidas de jóvenes totalmente truncadas. Y cuando el Papa habla de Ucrania se nota que está herido por esta guerra. Está absolutamente disponible para todo lo que sea ayuda humanitaria, para seguir trabajando por la paz y no da nada por perdido. Cree que el diálogo es posible y tiene que prevalecer sobre el ruido de las armas.

P.- ¿Qué labor va a desarrollar el hospital de campaña?

R.- De momento hemos diseñado la propuesta y visto las necesidades. La idea es que sea un hospital que pueda funcionar a partir de septiembre u octubre y esté dotado con tres quirófanos, dos UCIs, salas de esterilización, de rayos, laboratorio… Esto iría montado sobre unos tráileres y en 20 minutos se puede armar y desarmar para trasladarlo a unos 50 kilómetros del frente de guerra. La función de estos hospitales es, primero, minimizar el número de muertes, evitar que las heridas dejen secuelas para toda la vida o generen la muerte. Y facilitar que, una vez que los heridos sean estabilizados, se les traslade a un centro de referencia para ser atendidos inmediatamente.

Un 40% de los heridos graves en el frente terminan muriendo por falta de atención. Un hospital de las características que estamos planteando, y ojalá pueda ser más de uno, puede salvar entre 20 o 30 vidas por día. No es un hospital que vaya a estar en un sitio determinado sino que se va a ir moviendo donde sea necesario.

P.- ¿Han recibido donaciones? ¿De quién están recibiendo ayuda?

R.- Desde que comenzó la invasión empezamos a llevar donaciones de particulares y de diversas empresas. Trabajamos junto con la asociación de voluntarios de CaixaBank, Mensajeros de la Paz y la Fundació del Convent de Santa Clara. Enviamos 90 ambulancias, algunas furgonetas pick-up y un autobús con literas para sacar a los heridos y trasladar a los prisioneros cuando son liberados porque hay gente que ha sido maltratada y sale en muy malas condiciones.

Hemos llevado muchos equipos de rescate, un centenar de desfibriladores y toneladas de medicamentos, además de un tráiler con medicamentos porque en el país todo el sistema sanitario está totalmente devastado. Se ha atacado a los hospitales, a los centros sanitarios y la gente continúa enfermando. Necesita insulina, antibióticos, todo tipo de medicamentos que se necesitan cuando funciona un país. Pero cuando es tiempo de guerra, que hay menos recursos y menos estructuras, es mucho más necesario.

Zuppi, enviado de paz

P.- ¿Cómo valora la misión de paz encargada al cardenal Matteo Zuppi?

R.- Creo que es un gran acierto del Vaticano y de una gran inteligencia y sensibilidad por parte del Papa Francisco sabiendo que el cardenal Zuppi ya ha mediado, tiene experiencia, tiene capacidad de diálogo y sabe trabajar sin hacer ruido. Más allá de la imagen que alguno intenta dar de “no necesitamos mediadores”, cada uno se debe a su gente y a su pueblo y hay un momento dado en el que deben dar este mensaje.

Cuando hay tantas muertes y la realidad es en la que estamos, hay que dar paso al diálogo. El Vaticano nunca ha renunciado al diálogo y continúa, a pesar de las aparentes negativas que había, con la Iglesia ortodoxa y el Consejo Mundial de Iglesias. Por todos los medios, cielo, tierra, mar y aire continuarán negociando. Yo creo que Francisco no ha tirado nunca la toalla, pero sí creo que Ucrania le duele.

El Papa me dijo que sigamos trabajando en el hospital de campaña y, como en otras oportunidades, me regaló rosarios para poder repartir a los heridos en el frente. Hay que pensar que, en cada una de las tumbas que veo tanto en Leópolis como en Kiev, o cuando he ido a otros cementerios, siempre al lado de la cruz y de la foto de la persona hay un rosario. Es un pueblo muy religioso y lo tienen, algunos dicen, como amuleto. Yo creo que lo tienen con un sentido de fe.

Cuando les llevo rosarios de parte del Papa lo agradecen muchísimo y he visto a heridos realmente emocionarse. Entonces cada vez que vengo a Roma le pido o él mismo me los manda cuando sabe que voy a viajar. Es una forma de hacerse presente. El Papa siempre me dice que le encantaría ir a abrazar a cada uno de los heridos, de las viudas, de los huérfanos… porque los siente muy cerca. Y me dijo algo muy interesante, que es importante tocar las heridas, estar cerca del que sufre porque crea un vínculo y hace que te sientas corresponsable de su sufrimiento e intentes, de alguna manera, ayudar a liberarlo.

P.- El 8 de junio volvió a Ucrania por 18ª vez. ¿Qué ha hecho?

R.- He acompañado a algún herido de los que se han recuperado en Barcelona y en Madrid. Y he traído de regreso un grupo de enfermos oncológicos para ser atendidos en hospitales de España. También he visitado una comunidad de dominicas que están en Kiev, que han vuelto ahora, he mantenido alguna reunión para hablar de ayuda humanitaria tanto en la Embajada de España como en la Embajada de los Estados Unidos.

P.- ¿Qué pinta una monja como usted con los representantes de Estados Unidos?

R.- Cuando me hice monja me dijeron que es muy importante rezar y pedir a Dios que nos ayude. Cuando uno está en situaciones como esta se da cuenta de que hay que pedirle a “todo Dios”, sea el Vaticano o los americanos. Creo que se está hablando poco de la ayuda humanitaria y tenemos que instar a los gobiernos a que sean protagonistas en esto y no solo en el envío de armas, que no es lo que nos toca a nosotros. Lo que nos toca es reclamar ayuda humanitaria.

P.- ¿Qué es lo que ha visto usted en sus viajes a Ucrania?

R.- Primero, en las fronteras, gente que huía a la desesperada. Después, poder acoger nosotros a heridos. Fundamentalmente jóvenes que están mutilados, y poderlos acompañar durante estos meses que los hemos tenido y que estuvieron con nosotros.

En Ucrania hay dos cosas que me impresionan mucho. Una es la visita a los hospitales, donde están los heridos. Al principio había dos en cada habitación y ahora hay cuatro o cinco. Y me ha impresionado ver chicos a los que les faltan los dos brazos, las dos piernas… que están con la mirada perdida. Y lo otro que me impresiona tremendamente cada vez que voy son los cementerios. Son grandes parques, se han ido multiplicando y han ido creciendo. El cementerio de Leópolis, que está al lado del cementerio antiguo, lo visité la primera vez cuando había 15 tumbas y ahora es impresionante la cantidad de tumbas que hay.

Nos llama la atención la edad de los que han muerto, gente muy joven. Y, por otro lado, la fidelidad a la hora de la cita. Cada día a las dos o las cinco de la tarde, cuando salen de trabajar los hermanos, los padres o las viudas, es un paso obligado ir al cementerio a visitar a sus hijos, a sus esposos y a sus padres.

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