Blaise Pascal, “que tenía la certeza sobrenatural de la fe, y la veía tan acorde con la razón, aunque infinitamente superior a ella, quería llevar la discusión lo más lejos posible con los que no compartían su fe. Una evangelización llena de respeto y paciencia, que nuestra generación haría bien en imitar”. Así lo expone el papa Francisco en su carta apostólica ‘Sublimitas et miseria hominis’ publicada hoy, 19 de junio, cuarto centenario del nacimiento del matemático francés.
El Pontífice propone, a “todos los que quieran seguir buscando la verdad, que escuchen a Pascal, hombre de inteligencia prodigiosa que quiso recordarnos cómo fuera de los objetivos del amor no hay verdad que valga la pena”. Y es que, según afirma, “Pascal nos previene contra las falsas doctrinas, las supersticiones o el libertinaje que alejan a muchos de nosotros de la paz y la alegría duraderas”.
Como comienza advirtiendo, “grandeza y miseria del hombre forman la paradoja que está en el centro de la reflexión y el mensaje de Pascal”. “Con la razón rastreó sus signos, especialmente en los campos de las matemáticas, la geometría, la física y la filosofía. Pero no se detuvo ahí. En un siglo de grandes progresos en muchos ámbitos de la ciencia, acompañados de un creciente espíritu de escepticismo filosófico y religioso, se mostró como un infatigable buscador de la verdad, y como tal permaneció siempre ‘inquieto’, atraído por nuevos y más amplios horizontes”.
Jorge Mario Bergoglio reconoce en él “una actitud de fondo, que yo llamaría ‘asombrada apertura a la realidad’. Apertura a otras dimensiones del conocimiento y de la existencia, apertura a los demás, apertura a la sociedad”. “Ni su conversión a Cristo, ni su extraordinario esfuerzo intelectual en defensa de la fe cristiana lo convirtieron en una persona aislada de su época. Estaba atento a las cuestiones que en ese entonces eran más preocupantes, así como a las necesidades materiales de todos los que componían la sociedad en la que vivió”, añade.
“La apertura a la realidad hizo que no se cerrara a los demás ni siquiera en la hora de su última enfermedad –insiste–. Por eso, me alegra que la Providencia me dé la oportunidad de rendirle homenaje y de poner en evidencia lo que, en su pensamiento y en su vida, considero apropiado para estimular a los cristianos de nuestro tiempo y a todos nuestros contemporáneos de buena voluntad en la búsqueda de la verdadera felicidad”. Pues “Pascal sigue siendo para nosotros el compañero de camino que acompaña nuestra búsqueda de la verdadera felicidad”.
Para el Papa, “si Pascal es capaz de conmover a todo el mundo, es porque habló de la condición humana de una manera admirable. Sería engañoso, sin embargo, ver en él solamente a un especialista en moral humana, por muy brillante que fuera”. “Pascal es sumamente estimulante para nosotros porque nos recuerda la grandeza de la razón humana y nos invita a utilizarla para descifrar el mundo que nos rodea”, agrega.
Según explica el Pontífice, “la filosofía de Pascal, llena de paradojas, es el resultado de una mirada tan humilde como lúcida. Parte de la constatación de que el hombre es un extraño para sí mismo, grande y miserable”. En concreto, “aspira a algo más que a satisfacer sus instintos o resistirse a ellos”, ya que “hay una desproporción insoportable, por una parte, entre nuestra voluntad infinita de ser felices y de conocer la verdad; y, por otra, nuestra razón limitada y nuestra debilidad física, que conduce a la muerte”.
Por eso Pascal señala que “si Dios existe y si el hombre ha recibido una revelación divina, y si esta revelación es verdadera, ahí debe encontrarse la respuesta que el hombre espera para resolver las contradicciones que lo torturan”.
Llegado a este punto, Pascal, “que ha escudriñado con la increíble fuerza de su inteligencia la condición humana, la Sagrada Escritura e incluso la tradición de la Iglesia, pretende proponerse con la sencillez del espíritu de infancia como humilde testigo del Evangelio; es ese cristiano que quiere hablar de Jesucristo a los que se apresuran a declarar que no hay ninguna razón sólida para creer en las verdades del cristianismo”.
“Aunque la fe sea de un orden superior a la razón, esto no significa ciertamente que se oponga a ella, sino que la supera infinitamente. Leer, pues, la obra de Pascal no es, ante todo, descubrir la razón que ilumina la fe; es ponerse en la escuela de un cristiano con una racionalidad fuera de lo común, que tanto mejor supo dar cuenta de un orden establecido por el don de Dios superior a la razón”, indica Bergoglio.
Asimismo, “las verdades divinas, como el hecho de que el Dios que nos hizo es amor, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se encarnó en Jesucristo, que murió y resucitó para nuestra salvación, no se pueden demostrar por la razón, pero pueden ser conocidas por la certeza de la fe, y pasan entonces del corazón espiritual a la mente racional, que las reconoce como verdaderas y puede a su vez exponerlas”.
Como reconoce Francisco, “Pascal nunca se resignó a que algunos de sus hermanos en humanidad no solo no conocieran a Jesucristo, sino que desdeñaran tomarse en serio el Evangelio, por pereza o a causa de sus pasiones”.
Por todo ello, el Papa desea que “su obra luminosa y los ejemplos de su vida, tan profundamente sumergida en Jesucristo, nos puedan ayudar a seguir hasta el final el camino de la verdad, la conversión y la caridad”.