Como no podía ser de otra manera, el ‘Instrumentum laboris’ para la primera sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos ‘Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión’, que se celebrará en octubre de 2023, trae más preguntas que respuestas. Con un lenguaje novedoso, el documento rompe tabúes y no orilla ningún tema para el discernimiento de las madres y padres sinodales: desde las personas LGBTQ+, hasta los divorciados pasando por las víctimas de abusos, que no reduce al ámbito sexual.
El ‘Instrumentum laboris’ –plagado de citas del Concilio Vaticano II– comienza con una amplia recapitulación del camino recorrido hasta llegar a la primera sesión de octubre de este año, para luego meterse de lleno en las fichas de trabajo aportadas a la Asamblea Sinodal para su diálogo y discernimiento.
“Las fichas están concebidas como una herramienta de trabajo. No son capítulos de un libro que deban leerse sucesivamente, ni ensayos breves, más o menos completos, sobre un tema. Son ‘para hacer’ y no ‘para leer'”, señala el documento.
Así, “todas las fichas tienen la misma estructura. Comienzan con una rápida contextualización a partir de lo surgido en la primera fase. A continuación, formulan una pregunta para el discernimiento. Por último, ofrecen algunas intuiciones, que articulan diversas perspectivas (teológica, pastoral, canónica, etc.), dimensiones y niveles (parroquia, diócesis, etc.), pero, sobre todo, recuperan la concreción de los rostros de los miembros del Pueblo de Dios, de sus carismas y ministerios, de las preguntas que expresaron durante la fase de escucha”.
“La abundancia de los estímulos propuestos en cada ficha responde a una necesidad de fidelidad a la riqueza y variedad de lo recogido en la consulta, sin convertirla en un cuestionario en el que sea necesario formular una respuesta a cada pregunta”, agregan.
El documento también pone de manifiesto que algunas de las cuestiones surgidas de la consulta al Pueblo de Dios se refieren a temas sobre los que ya existe un desarrollo magisterial y teológico al que remitirse: “Por poner solo dos ejemplos, basta pensar en la aceptación de los divorciados vueltos a casar, tema tratado en la exhortación apostólica ‘Amoris laetitia’, o la inculturación de la liturgia, objeto de la Instrucción ‘Varietates legitimae’ (1994) del Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos”.
Por eso, “el hecho de que sigan surgiendo interrogantes sobre puntos de este tipo no puede descartarse precipitadamente, sino que debe ser objeto de discernimiento, y la Asamblea sinodal es un foro privilegiado para hacerlo. En particular, deben investigarse los obstáculos, reales o percibidos, que han impedido dar los pasos indicados y lo que hay que hacer para eliminarlos”.
Las fichas de trabajo recogen las tres cuestiones prioritarias: 1/ Una comunión que se irradia. ¿Cómo podemos ser más plenamente signo e instrumento de la unión con Dios y de la unidad del género humano? 2/ Corresponsables en la misión. ¿Cómo podemos compartir dones y tareas al servicio del Evangelio? 3/ Participación, responsabilidad y autoridad. ¿Qué procesos, estructuras e instituciones son necesarias en una Iglesia sinodal misionera?
En primer lugar, centrándose en cómo alimentar la comunión desde la caridad, la justicia social y el cuidado de la Casa común, el texto recoge las aportaciones de las Iglesias continentales, que señalan que “en una Iglesia sinodal, los pobres ocupan un lugar central”. Asimismo, indican que “el cuidado de la Casa común exige una acción compartida”. Por otro lado, reconocen en los movimientos migratorios una “oportunidad”. E instan a “desempeñar un papel de testimonio profético en un mundo fragmentado y polarizado”.
En este mismo sentido, lanzan otra gran pregunta para el discernimiento antes de explicar las sugerencias para la oración y la reflexión: “Caminar juntos significa no dejar a nadie atrás y ser capaces de seguir el ritmo de los que más les cuesta. ¿Cómo podemos crecer en nuestra capacidad de promover el protagonismo de los últimos en la Iglesia y en la sociedad?”.
También en la acogida, reconocen que los Documentos finales de las Asambleas continentales mencionan a menudo a quienes no se sienten aceptados en la Iglesia, como los divorciados vueltos a casar, las personas en matrimonios polígamos o las personas LGBTQ+.
Se trata de la primera vez en la que un documento de la Santa Sede habla del colectivo LGBTQ+, pues hasta ahora, en el Sínodo de los Jóvenes incluido, solo se hablaba de homosexuales. Sí es verdad que se advertía ya en el Documento para la Fase Continental, pues fue una propuesta de Lesoto, lo que sorprendió a los redactores, pues cabía esperar que estas cuestiones fueran puestas encima de la mesa por europeos o americanos.
También señalan cómo formas de discriminación racial, tribal, étnica, de clase o de casta, también presentes en el Pueblo de Dios, llevan a algunos a sentirse menos importantes o menos bienvenidos dentro de la comunidad.
Muy generalizada es la indicación de cómo una pluralidad de barreras, desde las que son físicas a los aquellas que brotan de prejuicios culturales, generan formas de exclusión de las personas con discapacidad y requieren que sean superadas. Surge también la preocupación de que los pobres queden con demasiada frecuencia en los márgenes de las comunidades cristianas (por ejemplo, prófugos, migrantes y refugiados, niños de la calle, personas sin hogar, víctimas de la trata de seres humanos, etc.).
Por último, los documentos de las Asambleas continentales señalan que es necesario mantener el vínculo entre la conversión sinodal y la atención a las víctimas y marginados dentro de la Iglesia; en particular, hacen mucho hincapié en la necesidad de aprender a ejercer la justicia como forma de acoger a quienes han sido heridos por miembros de la Iglesia, especialmente las víctimas y supervivientes de “todas las formas de abuso”.
A este respecto, ofrecen esta pregunta para el discernimiento: “¿Qué pasos puede dar una Iglesia sinodal para imitar cada vez más a su Maestro y Señor, que camina con todos con amor incondicional y anuncia la plenitud de la verdad del Evangelio?”.
Tampoco se olvida esta primera parte relativa a la comunión del ecumenismo, el diálogo interreligioso, los jóvenes, los pueblos originarios o el promover el intercambio de dones entre las Iglesias locales.
En relación con la misión, el ‘Instrumentum laboris’ aterriza en los ministerios. “Resulta evidente la llamada a superar una visión que reserva solo a los ministros ordenados (obispos, presbíteros, diáconos) toda función activa en la Iglesia, reduciendo la participación de los bautizados a una colaboración subordinada”, advierten. Asimismo, indican que “la experiencia de caminar juntos en la Iglesia local permite imaginar nuevos ministerios al servicio de una Iglesia sinodal”.
En esta línea, se preguntan: “¿Cómo podemos avanzar en la Iglesia hacia una corresponsabilidad real y efectiva en clave misionera para una realización más plena de las vocaciones, carismas y ministerios de todos los bautizados? ¿Cómo conseguir que una Iglesia más sinodal sea también una ‘Iglesia de todos los ministerios’?”.
En relación a la mujer, detallan que, “de manera sustancialmente unánime, a pesar de las diferentes perspectivas de cada continente, todas las Asambleas continentales piden que se preste atención a la experiencia, la condición y el papel de las mujeres. Celebran la fe, la participación y el testimonio de tantas mujeres en todo el mundo, laicas y consagradas, como evangelizadoras y a menudo primeras formadoras en la fe, destacando especialmente su contribución a la dimensión profética, en lugares remotos y contextos sociales problemáticos”.
Además, “la presencia de mujeres en puestos de responsabilidad y gobierno surgieron como elementos cruciales en la búsqueda de cómo vivir la misión de la Iglesia de una manera más sinodal. Las mujeres que participaron en la primera fase expresaron claramente un deseo: que la sociedad y la Iglesia sean un lugar de crecimiento, participación activa y sana pertenencia para todas las mujeres”.
Del mismo modo, “piden a la Iglesia que esté a su lado para acompañar y promover la realización de este deseo. En una Iglesia que quiere ser verdaderamente sinodal, estas cuestiones deben ser abordadas conjuntamente y deben construirse juntos respuestas concretas para un mayor reconocimiento de la dignidad bautismal de las mujeres y para la lucha contra todas las formas de discriminación y exclusión de las que son víctimas en la comunidad eclesial y en la sociedad”.
Por otro lado, “las Asambleas continentales destacan la pluralidad de experiencias, puntos de vista y perspectivas de las mujeres y piden que esta diversidad sea reconocida en los trabajos de la Asamblea del Sínodo, evitando tratar a las mujeres como un grupo homogéneo o un tema de discusión abstracto o ideológico”.
A este respecto, la pregunta es clara: “¿Qué pasos concretos puede dar la Iglesia para renovar y reformar sus procedimientos, disposiciones institucionales y estructuras, de modo que permitan un mayor reconocimiento y participación de las mujeres, incluso en los procesos de gobierno y toma de decisiones, en un espíritu de comunión y con vistas a la misión?”.
Y van más allá en las sugerencias para la oración y la preparación: “La mayor parte de las Asambleas continentales y las síntesis de numerosas Conferencias episcopales piden que se considere de nuevo la cuestión del acceso de las mujeres al diaconado. ¿Es posible plantearlo y en qué modo?”.
Lo mismo ocurre con el celibato, al recogerlo en las sugerencias con esta pregunta: “¿Es posible, como proponen algunos continentes, abrir una reflexión sobre la posibilidad de revisar, al menos en algunas áreas, la disciplina sobre el acceso al presbiterado por parte de hombres casados?”.
En lo que respecta a la corresponsabilidad en la misión, el documento también se detiene en la misión del obispo en una Iglesia sinodal, llamando a una renovación de la visión y de las formas de ejercicio concreto del ministerio episcopal.
En el ejercicio de la participación, la responsabilidad y la autoridad, destaca la renovación del servicio de la autoridad y las estructuras, dejando claro que no se quiere contraponer la sinodalidad a la jerarquía. Es decir, la Iglesia es jerárquica al mismo tiempo que sinodal.
“La perspectiva de transparencia –más si cabe con la crisis de los abusos– y rendición de cuentas es fundamental para un ejercicio auténticamente evangélico de la autoridad y la responsabilidad. Sin embargo, también suscita temores y resistencias. Por eso es importante afrontar seriamente, con actitud de discernimiento, los hallazgos más recientes de las ciencias de la gestión y el liderazgo”, recogen de lo expresado por las Asambleas continentales.
Estas también señalan “fenómenos de apropiación del poder y de los procesos de toma de decisiones por parte de algunos que ocupan puestos de autoridad y responsabilidad. A estos fenómenos vinculan la cultura del clericalismo y las diferentes formas de abuso (sexual, financiero, espiritual y de poder) que erosionan la credibilidad de la Iglesia y comprometen la eficacia de su misión, particularmente en aquellas culturas donde el respeto a la autoridad es un valor importante”.
Ante esta cuestión, la pregunta para el discernimiento es la siguiente: “¿Cómo entender y ejercer la autoridad y la responsabilidad al servicio de la participación de todo el Pueblo de Dios? ¿Qué necesitamos renovar en la comprensión y en las formas de ejercer la autoridad, la responsabilidad y el gobierno para crecer como Iglesia sinodal misionera?”.
En definitiva, infinidad de temas puestos sobre la mesa para crecer en sinodalidad. Sin embargo, la propia Secretaría General del Sínodo no espera a finales de octubre tener todas las respuestas a estas preguntas, pues todo este trabajo servirá para perfilar aún más la segunda sesión, a celebrarse en octubre de 2024, tras la que se ofrecerá al papa Francisco todo el material de cara a la elaboración de su exhortación postsinodal.