Demetrio Fernández ha recordado en su última carta pastoral a san Pelagio, “mártir de la virtud”
Llegando al fin del curso académico y pastoral, el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ha publicado una carta a los fieles de la diócesis en la que avisa de que aún “nos salen al encuentro las fiestas de estos santos importantes en nuestro calendario: san Juan Bautista, san Pelagio y los santos Pedro y Pablo”.
La primera, la de san Juan Bautista, “el mayor de los nacidos de mujer”, celebra “al precursor, el que va delante del Mesías preparando sus caminos, el que lo presenta en el escenario del Jordán, entre pecadores, señalando a Jesús como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y el que finalmente lo precede en la muerte violenta, que hizo entender a Jesús cuál era su propio destino”.
Por otro lado, con los santos Pedro y Pablo, “príncipes de los apóstoles”, el prelado recuerda que los sepulcros de su martirio, en Roma, “son lugar de peregrinación del mundo entero”. Además, “en torno a esta fiesta se celebra el Día del Papa, bajo cuya autoridad vivimos los católicos del mundo entero y aspiramos a vivir la unidad de todos los cristianos”.
Pero ha sido con san Pelagio, martirizado en la corte del Califa en Córdoba, con quien Demetrio Fernández más se ha detenido. “Fue como un campanazo en toda la cristiandad, un testimoniazo impresionante para todos los cristianos de la Ibérica, el pistoletazo de salida de la Reconquista”, señala. San Pelagio es, además, “el mártir de la castidad, virtud que no ha estado nunca de moda, y menos en nuestros días”, y por ello “tiene un mensaje hoy para los niños, los jóvenes y los adultos”.
“La sexualidad no es para el placer sino para expresar el amor verdadero”, subraya el obispo. “La sexualidad es un don de Dios, pero desintegrada es una bomba que explota en mano del que abusa de ella. Por este camino de la sexualidad mal empleada vienen los abusos, las extorsiones, las explotaciones, las adicciones más escondidas y más destructivas”.
“Cuánta violencia doméstica por este camino, cuántos matrimonios rotos”, continúa. “San Pelagio es una profecía para nuestro tiempo: la sexualidad es buena, la castidad la hace preciosa, vale la pena trabajar por el autodominio, por el respeto al otro, por eliminar tantas desigualdades que proceden de la prevalencia injusta en este campo”.
Así, concluye que “una época como la nuestra que se precia de haber superado tabúes y represiones en el campo de la sexualidad es una época en la que más que nunca se emplea la sexualidad no para el amor, sino para la destrucción propia y ajena”.