Con motivo del 50º aniversario de la inauguración de la Colección de Arte Moderno y Contemporáneo de los Museos Vaticanos, el papa Francisco se ha reunido esta mañana, en la Capilla Sixtina, con 200 artistas llegados de todo el mundo.
En un discurso marcado por la belleza y la hondura, pronunciado además en un marco incomparable, ha sido todo un aldabonazo en las almas de los presentes esta afirmación papal: “Los artistas sois partícipes del sueño de Dios”.
Tras agradecer su presencia allí, Bergoglio ha resaltado que “vuestra presencia me alegra, porque la Iglesia siempre ha tenido con los artistas una relación que puede calificarse de natural y especial. Es una amistad natural, porque el artista se toma en serio la profundidad inagotable de la existencia, de la vida y del mundo, incluso en sus contradicciones y en sus lados trágicos”.
Esta profundidad, eso sí, “corre el riesgo de volverse invisible a la mirada de muchos conocimientos especializados, que responden a necesidades inmediatas, pero que luchan por ver la vida como una realidad polifacética”. Frente a ello, “el artista nos recuerda a todos que la dimensión en la que nos movemos, aunque no seamos conscientes de ello, es la del Espíritu. Su arte es como una vela que se llena del Espíritu y nos mantiene en marcha”.
De ahí que haya que reconocer y celebrar “los muchos tramos de historia que hemos recorrido juntos, y que pertenecen al patrimonio de todos, creyentes y no creyentes. Conscientes de ello, esperamos también nuevos frutos en nuestro tiempo, en un clima de escucha, libertad y respeto. La gente necesita estos frutos, frutos especiales”.
Citando a Romano Guardini, que escribió ‘L’opera d’arte’ que “el estado en el que se encuentra el artista mientras crea es semejante al del niño y también al del vidente”, Francisco ha reiterado que, “cuando se trabaja en arte, las fronteras se aflojan y los límites de la experiencia y la comprensión se expanden. Todo parece más abierto y disponible. Entonces se adquiere la espontaneidad del niño que imagina y la agudeza del vidente que capta la realidad”.
En este sentido, tras aclarar que “esto no debe sonar a insulto”, el Papa ha abundado en esta preciosa y evocadora imagen: “El artista es un niño”. Y, como tal, “se mueve ante todo en el espacio de la invención, de la novedad, de la creación, de traer al mundo algo que nunca se ha visto antes”.
Al hacerlo, “desmiente la idea de que el hombre es un ser para la muerte. El hombre debe aceptar su mortalidad, es cierto, pero no es un ser para la muerte, sino para la vida. Una gran pensadora como Hannah Arendt afirma que lo propio del ser humano es vivir para aportar novedad al mundo. Esta es la dimensión de fecundidad del hombre. Aportar novedad. Incluso en la fecundidad natural, cada hijo es una novedad. Abrirse y aportar novedad. Los artistas lo conseguís aportando vuestra originalidad. En vuestras obras os ponéis siempre vosotros mismos, como seres irrepetibles que somos todos, pero con la intención de crear aún más”.
Además, “cuando el talento os asiste, sacáis a la luz lo inédito, enriquecéis el mundo con una nueva realidad”. Una experiencia desde la que el Pontífice ha viajado espiritualmente a Isaías, cuando señala a Dios diciendo esto: “He aquí que estoy haciendo algo nuevo, ahora mismo está brotando: ¿no lo veis?”. Algo que también aflora en el Apocalipsis: “He aquí que yo hago nuevas todas las cosas” (21:5).
En este sentido, “la creatividad del artista parece participar así de la pasión generadora de Dios. Esa pasión con la que Dios creó. Vosotros sois partícipes del sueño de Dios. Sois ojos que miran y que sueñan. No basta con mirar, también hay que soñar. Un escritor latinoamericano decía que los pueblos tenemos dos ojos: uno para mirar lo que vemos y otro para mirar lo que soñamos. Y cuando una persona no tiene esos dos ojos, o solo parte de uno u otro, le falta algo. Ver lo que soñamos… La creatividad del artista: no basta con mirar, hay que soñar. Los seres humanos anhelamos un mundo nuevo que no veremos plenamente con nuestros ojos, y sin embargo lo anhelamos, lo buscamos, soñamos con él”.
En este punto, el Papa ha valorado que “los artistas tenéis la capacidad de soñar nuevas versiones del mundo. Y eso es importante: nuevas versiones del mundo. La capacidad de introducir novedades en la historia. Por eso Guardini dice que también os parecéis a los visionarios. Sois un poco profetas. Sabéis mirar las cosas en profundidad y en la distancia, como centinelas que estrechan los ojos para otear el horizonte y sondear la realidad más allá de las apariencias. En esto estáis llamados a huir del poder sugestivo de esa supuesta belleza artificial y superficial tan extendida hoy en día y a menudo cómplice de los mecanismos económicos que generan desigualdades”.
Esa belleza, para el Santo Padre, “no atrae, porque es una belleza que nace muerta. No tiene vida, no atrae. Es una belleza falsa, cosmética, un maquillaje que oculta en lugar de revelar”. En cambio, el arte que construye sociedad es el que “quiere actuar como una conciencia crítica”, “quitando el velo a lo evidente”. Y es que busca “mostrar lo que hace pensar a la gente, lo que la pone alerta, lo que revela la realidad incluso en sus contradicciones, en sus aspectos que es más cómodo o conveniente mantener ocultos”.
De ahí la necesidad de asumir los riesgos y atreverse a “criticar los falsos mitos de hoy, los nuevos ídolos, los discursos banales, las trampas del consumo, las artimañas del poder. Esto es interesante en la psicología, en la personalidad de los artistas: la capacidad de ir más allá, de rebasar, en tensión entre la realidad y el sueño”.
Algo en lo que a veces se necesita un ingrediente básico: “La ironía, que es una virtud maravillosa”. Junto al “sentido del humor”, como se ve en distintos pasajes de la Biblia, hay que “cultivar más” ambos valores, dejando en evidencia, desnudando, “la presunción de la autosuficiencia, de la prevaricación, de la injusticia, de la inhumanidad, cuando se revisten de poder y a veces incluso de sacralidad”.
Quien actúa así se mueve por el bien común: “En esto de ser videntes, centinelas, conciencias críticas, os siento aliados de tantas cosas que me son cercanas, como la defensa de la vida humana, la justicia social, los últimos, el cuidado de la casa común, el sentirnos todos hermanos. Me importa la humanidad de la humanidad, la dimensión humana de la humanidad. Porque es también la gran pasión de Dios. Una de las cosas que acerca el arte a la fe es que perturba un poco. El arte y la fe no pueden dejar las cosas como están: las cambian, las transforman, las convierten, las conmueven. El arte nunca puede ser un anestésico; da paz, pero no duerme las conciencias, las mantiene despiertas”.
Un reto que, lejos de una utopía abstracta, conlleva una batalla que es esencialmente íntima: “A menudo, los artistas también intentáis sondear los bajos fondos de la condición humana, los abismos, las partes oscuras. No somos solo luz, y vosotros nos lo recordáis; pero necesitamos arrojar la luz de la esperanza en las tinieblas de lo humano, del individualismo y de la indiferencia. Ayudadnos a vislumbrar la luz, la belleza que salva”.
Además, en este complejo caminar, lo transcendente emerge con total naturalidad: “El arte siempre ha estado ligado a la experiencia de la belleza. Simone Weil escribió: ‘La belleza seduce a la carne para obtener el permiso de pasar al alma’ (‘L’ombra e la grazia’). El arte toca los sentidos para animar el espíritu y lo hace a través de la belleza, que es el reflejo de las cosas cuando son buenas, correctas, verdaderas. Es la señal de que algo tiene plenitud: es entonces cuando decimos espontáneamente: ‘¡Qué bello!’. La belleza nos hace sentir que la vida se orienta hacia la plenitud. En la verdadera belleza comenzamos así a sentir el anhelo de Dios”.
Otro síntoma de que el arte cumple su sentido es cuando se abraza a la armonía: “La verdadera belleza, de hecho, es un reflejo de la armonía. Los teólogos describen la paternidad de Dios, la filiación de Jesucristo, pero, cuando se trata de describir al Espíritu Santo, se dice que ‘el Espíritu es armonía’”.
Así, “la verdadera belleza es un reflejo de la armonía. Es, si se me permite decirlo, la virtud operativa de la belleza. Es su espíritu subyacente, en el que actúa el Espíritu de Dios, el gran armonizador del mundo. Hay armonía cuando hay partes, diferentes entre sí, pero que forman una unidad, diferente de cada una de las partes y diferente de la suma de las partes. Es algo difícil, que solo el Espíritu puede hacer posible: que las diferencias no se conviertan en conflictos, sino en diversidades que se integran; y, al mismo tiempo, que la unidad no sea uniformidad, sino que acoja lo múltiple”.
De ahí la invitación papal a los presentes: “Los artistas podéis ayudarnos a dar cabida al Espíritu. Cuando vemos la obra del Espíritu, que es crear armonía de las diferencias, no aniquilarlas, no uniformarlas, sino armonizarlas, entonces comprendemos lo que es la belleza. La belleza es esa obra del Espíritu que crea armonía. Hermanos y hermanas, ¡dejad que vuestro genio recorra este camino!”.
La última petición de Francisco a los 200 artistas, muy al estilo bergogliano, ha sido esta: “No olvidéis a los pobres, que son los preferidos de Cristo, en todas las formas en que uno es pobre hoy. Los pobres también necesitan el arte y la belleza. Algunos experimentan formas muy duras de privación de la vida; por eso, lo necesitan más. No suelen tener voz para hacerse oír. Vosotros podéis ser los intérpretes de su grito silencioso”.