Pablo VI lo decía hace exactamente 50 años en el día de su inauguración y Micol Forti, directora de la Colección de Arte Contemporáneo de los Museos Vaticanos, lo repite a Vida Nueva: “Los museos no deben ser cementerios”. La historiadora del arte está de aniversario. El catálogo que se le confió con las vanguardias favoritas de los pontífices cumple medio siglo, y el propio Francisco acaba de celebrarlo reuniéndose con artistas de todo el mundo, como Ken Loach o Vicente Amigo.
Era precisamente el objetivo con el que Pablo VI presentó aquella nueva sección de los Museos Vaticanos en 1973: poner a la Iglesia en diálogo con el mundo de la cultura. La directora de la colección está convencida de que el abrazo del papa Montini a las últimas corrientes artísticas ayudó a que esta conversación fluya. “El arte contemporáneo ha hecho trizas la idea de que entrar en un museo significa entrar en algo que ya sucedió, que se ha acabado y está cerrado”, afirma.
Es la premisa por la que todos los visitantes de los Museos Vaticanos, independientemente del itinerario que elijan, deben detenerse forzosamente en el ala de arte contemporáneo antes de pasar a la Capilla Sixtina. “Está ubicada entre las salas de Rafael y Miguel Ángel, los dos artistas emblema de los Museos Vaticanos, porque su importancia está constantemente alimentada por los artistas del presente que miran al pasado y lo renuevan”, sentencia Micol Forti. Aunque ambos murieran hace 500 años, los dos italianos fueron tan controvertidos en el pasado como las obras que hoy escandalizan a los más puristas. “El Miguel Ángel del Juicio Final era considerado irreverente, irrespetuoso y provocador para sus allegados y contemporáneos”, explica sonriente Forti.
Si bien los papas del pasado financiaron a los grandes maestros del Renacimiento, Pablo VI y sus sucesores tampoco han despreciado a los últimos pintores y escultores que, quizá con un nombre menos importante que Caravaggio (de momento), también tienen un puente que tender entre el arte y la Iglesia. “Los grandes artistas hablan siempre de Dios, incluso cuando no lo parece o ellos mismos no quieren”, reivindica Micol Forti. Tiene el ejemplo perfecto: Pablo Picasso. “Un artista abiertamente ateo como él produjo obras de una potencia casi sacra”, considera. Empezando por su Guernica, que define como “prácticamente un retablo contemporáneo” por su fuerte oposición a los horrores de la guerra. “Uno casi podría arrodillarse ante su denuncia de los horrores cometidos por el hombre contra el hombre”, opina la directora de la Colección de Arte Contemporáneo.
A juicio de Micol Forti, el siglo XX es “quizás el que más cargo se ha hecho de no eludir la relación con la trascendencia”. Por eso, ella sostiene que solamente resulta laico en apariencia, “pero está preñado de una necesidad y un deseo de confrontación con la religiosidad y la tradición de la iconografía cristiana”. Y subraya que “Pablo VI quería que se documentara la atención a la trascendencia propia del siglo XX, que había sufrido dos guerras mundiales, el Holocausto, varias dictaduras y todas las tragedias que conocemos hoy”.
Pero, pese a esta búsqueda de sentido, una de las señas de identidad más clara de los últimos pasillos de los Museos Vaticanos es que, “por voluntad de su creador inicial, no es un museo de arte sacro”. “En nuestra colección no hay obras que provengan de iglesias, como sí sucede en algunas pinacotecas que tienen retablos que antaño se conservaban en los templos”, cuenta Micol Forti. Y aclara que “Pablo VI era muy claro en esto: el arte litúrgico debe estar en un espacio sacro para el fiel que reza”.