“Recibió un mail. No se lo creía. “Pensé que era una broma hasta que lo verifiqué”. Sí, el Vaticano le había incluido en una lista de artistas para mantener un encuentro con el Papa con el Juicio Final de Miguel Ángel como horizonte. Él entraba en el cupo. Quizás el más joven de los presentes. Pero no una promesa. A sus 34 años, el vallisoletano Gonzalo Borondo acumula exposiciones y encargos en medio mundo y, desde este mes, es académico de número de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce.
“Fue impactante verme en la Capilla Sixtina con un olimpo de intelectuales a los que aprecio y admiro. Estaba recién llegado de La Habana, de un proyecto social de intercambio con una comunidad de artistas emergentes cubanos y con una intervención en un barrio marginal”. Basta con esta pista, para confirmar que sus obras entroncan directamente con esa invitación que les hace Francisco a que cada una de sus pinceladas remuevan conciencias y se plasmen en el lienzo de los pobres. Gonzalo lo lleva a rajatabla.
“Encuentro muchos elementos del discurso del Papa en los que me siento representado. No sabíamos a lo que íbamos ni lo que íbamos a escuchar y nos sorprendió la coherencia de sus palabras, pero también la selección de artistas. Muchos estaban en la línea que nos propone Francisco. No llamó a los más populares ni a los que más vendían, sino a los que tenían conexión con esa dimensión espiritual, humana y que, efectivamente, puede resultar incómoda y difícil”.
No en vano, entre las obras más interpelantes se encuentra un mural en Berlín de 42 metros de altura, en el que denuncia el drama de los refugiados en las dos paredes de un edificio, donde aparece una niña ensangrentada mientras contempla un paisaje ennegrecido en el que solo se vislumbra un sol del rojo de sus llagas. Con exposiciones, lo mismo en Londres que en París, tiene murales repartidos por todo el mundo, pasando por Kiev, Nueva Delhi o Las Vegas.
“Llegué al encuentro con la idea popularizada que tenemos de un Papa con un marcado compromiso social y abierto, pero no quise indagar más antes de la cita, porque me gusta ir sin spoilers. Por eso, quizá me sorprendió todavía más lo que escuché de su boca”, asevera el artista, que subraya como “simbólicas e inspiradoras” sus reflexiones. “Me pilla en un momento de mi carrera en el que te surgen dudas de si todo tu esfuerzo va en una dirección adecuada y justa. Me lo confirmó”, sentencia.
¿El motivo? “Nos habló del arte maquillaje o arte truco, que es el que nace para esconder los problemas, para no enseñar la verdad. Estuvo más que acertado, porque, hoy por hoy, existen muchas cosas que dicen ser arte, pero maquillan una sociedad con problemáticas sin resolver. Sin embargo, el arte debe buscar una conexión más allá. No se puede generar un buen arte con excesiva ligereza”.
Borondo no va por ahí. Quizá la culpa la tiene su padre: era psiquiatra… y restaurador de arte religioso. El cóctel perfecto para que su hijo se sumergiera en la interioridad del ser humano desde la creatividad. “El arte para mí tiene mucho de acto de fe, porque se trata de dedicar tu existencia a algo que no tiene una función clara o inmediata. A veces uno tiene crisis de fe, seas creyente, profeta o artista. El arte y la espiritualidad están conectadas, y yo siempre he creado desde ahí”.
Ese punto de partida es una herencia cultural monárquica y eclesiástica que se palpa en sus proyectos. Forman parte de su patrimonio. Sin ser confesional, sus propuestas respiran trascendencia. Sacudiendo conciencias en una capilla de Bolonia reconvertida en sala expositiva, sus obras nunca han buscado la provocación gratuita sobre el hecho religioso, sino inspiración que interpele.