La Semana Española de Misionología, que cada año acoge la Facultad de Teología de Burgos, ha cumplido su 75ª edición. Un encuentro sin duda especial y en el que, del 3 al 6 de julio, bajo el lema ‘Mujer y Misión’, se profundizó en una clave básica en el sentir misionero: que las mujeres, en ciertas comunidades en las que otras son las más vulnerables y expuestas a lacras de todo tipo, pueden sanar heridas muy profundas y, al mismo tiempo, construir sociedad y Reino de Dios.
Una de las ponentes fue Nicole Ndongala, directora general de la asociación Karibu, que disertó sobre ‘La mujer, necesaria en el mundo’, una charla en la que defendió que “la mujer tiene un papel relevante y genuino en todas las culturas”, siendo su aportación “fuente de transformación” a todos los niveles.
PREGUNTA.- Usted es de origen congoleño y, desde 2018, dirige Karibu, que acumula tres décadas de rica experiencia en la acogida, en Madrid, de numerosos migrantes subsaharianos a los que se acompaña de un modo integral hasta tratar de que consigan tener una vida autónoma. ¿Cómo se le puede hacer entender a quienes se aferran a todo tipo de prejuicios contra la inmigración que estamos ante personas que, además de buscar un futuro digno para ellos y los suyos, enriquecen la sociedad y aportan mucho a nivel material y cultural?
RESPUESTA.- Se habla muy poco de inmigración y, en general, cuando se hace es para mal. Hay que ensanchar la mirada y saber que, dentro de este fenómeno, hay diferentes caminos y experiencias. Para los afortunados es una oportunidad que se traduce en la posibilidad de poder estudiar o trabajar, y, para los que no tienen esa suerte, puede ser una gran desgracia. En cada colectivo o persona hay un sentido, diferentes niveles de adaptación y distintos tipos de barreras.
Respecto a mi realidad, África, la gran mayoría de las personas que dejan su país tratan de permanecer en otros del entorno, con el sueño de un posible regreso. Cuando esto no es posible, ya se piensa en Europa. Y es que, muchas veces, permanecer allí no puede ser una opción.
P.- ¿Cuál es su propia historia en este sentido?
N.- Yo tuve que dejar mi país, República Democrática del Congo, al estallar la guerra civil que acabó con la salida del poder de Mobutu y la irrupción de Kabila. En medio de matanzas y violaciones en masa, muchas familias sabían que su única opción era mandar fuera a sus hijos, especialmente a las chicas. Llegué a España el 28 de octubre de 1998.
P.- Y lo hizo sola…
R.- Absolutamente sola. Por eso, aparte de porque lo veo, sé de lo que hablo cuando defiendo que la mujer africana encarna la resiliencia. Nunca perdemos la esperanza. Ni nuestra identidad.
P.- ¿Cómo “la mujer africana transforma la sociedad y la cultura”, allí y aquí?
R.- Teniendo un papel relevante en todas las culturas, lo que nos permite ser una fuente de transformación. Somos como gotas de agua de una gran ola que avanza con fuerza y que ahora sabemos imparable. Las mujeres africanas somos necesarias, por nuestro recorrido, por nuestra incidencia, por ser portadoras de valores que nos convierten en agentes de transformación en una senda que necesita el mundo: un cambio hacia una mayor humanidad. Y lo necesitamos mucho, pues estamos perdiendo humanidad. Despreciamos a otras culturas y nos empobrecemos.
Gracias a nuestra experiencia, sensibilidad y creatividad somos como un hilo que teje valores humanos… Tejemos humanidad. Aportamos la necesaria diversidad cultural que hoy parece que se está perdiendo. Las que llevamos ya un tiempo aquí salimos al encuentro de las nuevas que vienen y comprobamos que traen un equipaje sencillo, pero muy potente: la cultura africana. La han mantenido de generación en generación y gracias a ellas no se pierde. Cuando vienen a Europa, ofrecen un intercambio pacífico, pues se abren a otras culturas, pero negándose a la asimilación. En la verdadera interculturalidad tiene que haber un intercambio que nos enriquezca a todos, sin despreciar a ninguna cultura por considerarla inferior.
P.- ¿En qué modo ha de encarnarse la misión en una cultura tan rica, diversa y profundamente espiritual como la africana?
R.- Para inculturar el Evangelio, siempre ha de haber una acogida recíproca. Nunca se puede ver a otra cultura como inferior. La actitud ha de ser abierta, sabiendo que cada cultura tiene sus ventajas y riquezas. Cuando un misionero acompaña a una persona que llega a él desde un gran sufrimiento, sabe que lo primero que necesita es sentirse acogida, pero también debe tener en todo momento presente que es alguien de quien puede aprender mucho. El africano, más allá de su religión, es un ser profundamente espiritual.
P.- En determinados contextos en los que mujeres y niñas significan nada o muy poco, ¿cómo puede un misionero ser testigo de la elemental dignidad humana y, a la vez, ser respetuoso con culturas ancestrales cuya identidad está muy arraigada?
R.- El diálogo es clave. Ya pasó el tiempo del colonialismo, que hizo mucho daño, pues se basó en la simple imposición. Ahora debe darse un diálogo entre iguales, horizontal y no vertical. Todos podemos aprender y cambiar, enriqueciéndonos mutuamente, también los misioneros blancos que vienen a África. Nosotros creemos mucho en ellos, pero todos deben saber que en África cada religión tiene su impacto y debe haber un diálogo entre todas ellas.
No me gusta cuando se dice que “ciertas religiones africanas son sectarias”. No, Dios lo es para todos y solo se puede evangelizar respetando a todos. Es un diálogo que, ante todo, nos ayuda a querernos y a valorarnos. A ojos de Dios, no hay personas de primera o de segunda. Dios lo es para todos y jamás mira a la raza o al color, sino al corazón. Es un Dios de humanidad.
Foto: José Luis Simón