No sabemos si Momoko Nishimura también reza cada mañana la oración del buen humor de santo Tomás Moro, pero no para de reírse. Ella es una de los nueve presidentes delegados de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Será la única mujer, junto con la religiosa mexicana Dolores Palencia. Ambas harán historia en octubre al convertirse, de la mano de otras 52 mujeres, en miembros con derecho a voz y voto.
Es consagrada de los Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios, una comunidad misionera nacida en 2002 y presente en 15 países (España incluida), que cuenta con consagrados masculinos y femeninos, sacerdotes y laicos dedicados principalmente a la formación de misioneros y al anuncio del Evangelio.
Tras formarse en Filipinas durante tres años y volver a Tokio para estudiar Teología, emprendió una experiencia misionera de seis años en Argentina cuando Jorge Mario Bergoglio era arzobispo de Buenos Aires. “Disfruté mucho allá”, explica en conversación con Vida Nueva con un marcado acento porteño. Hace siete años regresó a Japón para servir en la Diócesis de Yokohama, cercana a Tokio. Allí está involucrada en la pastoral juvenil. De hecho, es la coordinadora de la JMJ en Japón, por lo que la pillamos casi haciendo las maletas para ir a Portugal con decenas de jóvenes. Primero a Coímbra, donde estarán al principio, para luego poner rumbo a Lisboa.
PREGUNTA.- Va a ser historia en la Iglesia convirtiéndose en una de las 54 mujeres que vote en el Sínodo. ¿Cómo recibe este nombramiento?
RESPUESTA.- Todo es nuevo para mí. Yo no me sentía muy adecuada para este servicio, pero hago lo que puedo (se ríe). Por eso acepté sin pensarlo mucho.
P.- ¿Qué siente al saber que, por fin, podrán votar?
R.- Si miras fuera, la gente tiene esta idea de “qué lenta va la Iglesia”. Pero yo quiero pensar que nunca es tarde. Estos años, conociendo varios países y pudiendo compartir en distintos lugares más allá de Asia, gracias a mi comunidad misionera internacional y a tener compañeras de todo el mundo, me han abierto el horizonte. La mayoría de mis compañeros son mujeres. Por eso palpo el dolor de que, siendo mujeres, somos discriminadas. El patriarcado y el machismo provocan sufrimiento y yo lo comparto conociendo otras comunidades religiosas.
Por suerte, hablo varios idiomas, así que algunas congregaciones femeninas me piden ser intérprete en sus reuniones internacionales. Así sé que las religiosas, aunque están dando su vida por la Iglesia, en muchos lugares están siendo ignoradas. Me duele escuchar eso. Así que creo que Dios me preparó este momento para poder llevar toda esta realidad y poder concienciar en el Sínodo.
P.- Ante el voto, ¿siente vértigo, responsabilidad, miedo…?
R.- La verdad es que vivo bastante tranquila (se ríe). Me pongo en las manos de Dios e intento ser fiel a lo que el Espíritu nos está diciendo.
P.- ¿Qué hace una misionera llevando adelante el Sínodo en su país?
R.- Empecé a tener más contacto con el Sínodo este año, cuando el arzobispo de Tokio y secretario general de la Federación de Conferencias de Obispos de Asia, Tarcisio Isao Kikuchi, svd, que también va a participar en la asamblea, estaba buscando una consagrada de Asia del este para estar en el equipo de discernimiento y redacción en la etapa continental. Se acordó de mí y empecé a estar más metida.
Anteriormente, el Papa había empezado este camino y yo veía la respuesta de Japón, pero, como cualquier otro católico, porque tengo la sensación de que en mi país no vamos tan avanzados como en Europa, por ejemplo. Estamos trabajando mucho, pero no sé si lo suficiente. Durante una comida en la comunidad, una hermana española me dijo que en Europa la gente está hablando mucho del Sínodo, así que empecé a informarme, pero sin pensar en estar en la asamblea. Solo quería saber, como miembro de la Iglesia, en qué punto estábamos.
P.- Y, de repente, se convierte en pieza fundamental en la Asamblea Continental celebrada en Tailandia…
R.- Estaba en el equipo organizativo y, como moderadora, además, en el equipo de discernimiento y redacción. Antes de la asamblea nos reunimos una semana este grupo de nueve y leímos el informe de los 21 países para hacer un borrador de cara al Sínodo continental, que duró tres días. Una base para aportar desde ahí y que saliera el documento final.