Con una ceremonia de asunción y toma de posesión del nuevo arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, los obispos auxiliares porteños, los nuevos cardenales, sus hermanos en el episcopado, el clero, los consagrados y la feligresía celebraron y acompañaron la misa de inicio del ministerio pastoral de Jorge Ignacio García Cuerva. en la Catedral Metropolitana.
Entre los presentes se encontraba el presidente de la Nación, Alberto Fernández, funcionarios del gobierno nacional y del gobierno porteño, y otros referentes políticos. También participaron los representantes de los distintos credos que trabajan en la ciudad de Buenos Aires.
Después de la lectura de la Bula Pontificia, y la entrega de la Cátedra, el nuncio apostólico en la Argentina, Miroslaw Adamczyk. impuso el palio en comunión y unidad con la Sede Apostólica. Seguidamente, recibió el saludo de los obispos de la provincia eclesiástica de Buenos Aires. El cardenal Mario Poli le dio la bienvenida a Buenos Aires, y parafraseando al fallecido obispo Fernando Maletti, le deseó lo mejor, que es siempre lo que Dios quiere.
El titular de la arquidiócesis de Buenos Aires, después de agradecer la presencia y el estar allí, a pesar del frío, el nuevo arzobispo se refirió al Evangelio recientemente proclamado: “Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa”. (Mc 2, 1)
Señaló la buena noticia que recibe Cafarnaúm: Jesús los visita, está entre ellos, como también está en las calles y barrios de la vida vertiginosa de esta ciudad. “El Señor camina con nosotros y es ésta una hermosa noticia que tenemos para alegrarnos y renovar nuestra esperanza: ¡Jesús camina entre nosotros!”, con su mirada de ternura y misericordia, con gestos capaces de sanar corazones heridos y vidas que buscan consuelo y paz. “Con Jesús nace y renace una y otra vez la esperanza”, sostuvo.
Siguiendo con las palabras del evangelio que narraba que no “había más lugar ni siquiera delante de la puerta” (Mc 2, 2), García Cuerva indicó que así lo atestiguan tantas comunidades de la ciudad que se reúnen a escuchar la Palabra, contemplar su mirada y partir el pan. “Este, creo es el desafío de todos: que nuestro corazón sea como el de esos cuatros hombres deseosos de hacer lugar para un hermano más”, una ciudad con lugar para todos, en el corazón en las comunidades, sin excluidos, forjando la cultura del encuentro frente a la del descarte y la indiferencia.
El primado de la Argentina insistió en el reconocimiento de quienes, entre nosotros, se sienten lastimadas en su esperanza: las familias que siguen llorando a los más de 16.000 fallecidos por Covid en la ciudad; los ancianos abandonados o dejados de lado; los que sufren adicciones, violencia en todas sus formas, angustia y pánico; los que viven en situación de calle o en viviendas precarias, los tantos desvelados que hacen “malabares” para llegar a fin de mes. “En definitiva, quienes ya no tienen ganas de seguir; paralizados en sus sueños, golpeados por una realidad económica y social que duele y que congela el alma”, afirmó.
Y aludió al papa Benedicto XVI para pedir hacerse cargo y no mirar para otro lado, porque “el amor al prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (‘Deus est caritas’, 16)
Advirtió que el evangelio regala un canto aún más esperanzador: nadie puede cargar solo al paralítico, nadie tiene sólo las respuestas. Por eso es necesario, aprender a encontrarnos y reconocer que somos una comunidad. Queda claro que estos cuatro hombres tienen como objetivo ayudar al paralítico a encontrarse con Jesús; y, para lograrlo, reconocen la necesidad de dejar los personalismos de lado.
“Son enemigos del ‘no se puede’ porque hicieron experiencia de que juntos, encontrándose, reconociéndose y sin necesidad de cancelar sus diferencias, nacía una nueva comunión capaz de levantar los techos invisibles que el conformismo tantas veces impone”, mencionó. Agregó que la ciudad tiene necesidad de ver manos unidas sosteniendo juntas la camilla que reclama esperanza.
Asimismo, recordó que Jesús quedó impresionado de su fe, y conmovido se dirigió al paralítico llamándolo “hijo” (Mc 2, 5). De este modo, le está diciendo que dejó de ser huérfano de una sociedad cruel que excluía a los enfermos y pecadores, y lo anima a experimentar la paternidad del Dios misericordioso.
El nuevo arzobispo dijo que, con confianza, podemos contarle al Señor sobre nuestras parálisis personales, sociales y eclesiales, que no podemos caminar sin Él; que nos gana la pereza y se nos va “achanchando” el alma. “Necesitamos de una fuerte conmoción del Espíritu Santo que nos sacuda, nos desinstale, nos cargue de alegría y nos apasione. Es él quién puede ayudarnos a curar la parálisis de no poder soñar y trabajar con otros”.
Reclamó no ser como los escribas que son pasivos, critican desde la tribuna, no se juegan; ni hablan de frente, que descalifican a Jesús, a quien acusan de blasfemo). “No fomentemos la profundización de la grieta, a la que, me escucharán siempre decir que prefiero llamar herida porque duele y sangra en las entrañas del pueblo”.
El nuevo arzobispo aseguró que Jesús convoca, impulsa y acompaña a unir para acercarse a los caídos, a los rotos, a los solos, a los más pobres, a los paralizados por la droga, la prostitución y quienes sufren distintos tipos de explotación; y a quienes contaminaron su vivir cotidiano por la crisis económica y tantas otras pandemias.
Por eso, perfiló tres acciones concretas:
Pidió no tener miedo de unir las manos para levantar los “techos” que impiden llegar a Jesús, el techo del “no se puede”, del “siempre se hizo así”, el techo de la indiferencia y la resignación. “Levantemos los techos que no nos permiten soñar y que han oscurecido e imposibilitado el horizonte de tantos de nuestros jóvenes”, reclamó.
En este inicio de tarea pastoral García Cuerva pidió caminar juntos, de manera sinodal. A la vez, expresó su compromiso de trabajar en equipo con los obispos auxiliares y vicarios, con los sacerdotes; religiosas y religiosos; en conjunto con el laicado y con los distintos actores que conforman la arquidiócesis. Asimismo, “buscar las manos, el consejo y la amistad de nuestros hermanos y hermanas que profesan otros credos, y de todas las personas de buena voluntad que enriquecen y hacen a la identidad de nuestra querida ciudad”.
Visiblemente emocionado, Jorge Ignacio García Cuerva, agradeció la confianza y la compañía frente a este nuevo ministerio. Comentó que cuando el señor Nuncio le anunció este nuevo destino pastoral, recordó las palabras: “Aléjate de mí que soy un pecador”.
Luego, agradeció al papa Francisco, quien durante la mañana lo llamó, mandó sus saludos para la arquidiócesis y le pidió que no pierda la paz ni el humor.
También, especialmente a su familia, y a las comunidades que fueron siendo testigos de su camino sacerdotal a lo largo de 25 años: el seminario, las comunidades de San Isidro, la pastoral carcelaria, la diócesis de Lomas de Zamora, y finalmente, la diócesis del fin del mundo, la de Río Gallegos, que fue un hospital de campaña que en tiempos difíciles recibía a todos.
Tuvo una mención especial para todos los compañeros de la vida que son quienes más lo conocen y que lo animaron ante esta designación diciéndole que sabían quién era. A todos ellos, les dio las gracias porque no lo dejaron con sus parálisis, sino que lo ayudaron a cargar con su camilla. Y les reclamó: “No dejen que me traicione; que me comporte como un príncipe de la Iglesia, porque estaría traicionando a Dios que me llamó, a la Iglesia que me confía esta misión, y a los más pobres…”.
Finalmente, se dirigió a María en su advocación de Nuestra Señora de Pompeya y recitó: “Virgencita de Pompeya, que no conocés el centro. Pero que estás tan adentro en el alma nacional… ¡Te llevo siempre conmigo en mi vida de compadre, porque sos como una madre que me defiende del mal!…”.