“Jamás le pido un ‘selfie’ a nadie. No me gustan nada, pero me saqué uno muy ilusionado con el papa Francisco. El único que tengo en el teléfono es con él”, cuenta entusiasmado a Vida Nueva Filippo Tortu. Tiene 25 años, es medallista olímpico, fan del Papa, el primer italiano de la historia en correr 100 metros en menos de diez segundos y uno de los participantes en ‘Quando lo sport ti fa più nobile’ (‘Cuando el deporte te hace más noble’).
Este ciclo de charlas de atletas de élite con el cardenal José Tolentino de Mendonça, prefecto del Dicasterio para la Cultura y la Educación, es una de las grandes apuestas del Vaticano para enseñar que el deporte puede ser otro camino más para llegar a Dios o, al menos, mostrar que se puede salir de la pista más virtuoso de como se entró. El título de la iniciativa recoge una cita del Papa en una entrevista para el ‘Canal 5’ italiano y por ella han pasado personajes tan mediáticos como José Mourinho, actualmente, entrenador de la Roma.
“Hoy podría hablar de todo lo que un atleta se debe sacrificar, de cuánto entrenamiento, técnica y preparación hay detrás de cada carrera”, cuenta Tortu a los asistentes a su charla con el purpurado. El público está reunido en la Sala Marconi, de ‘Radio Vaticana’, y muchos de ellos, al ser deportistas aficionados a la vez que trabajadores del Estado, llevan el chándal de Athletica Vaticana, el equipo oficial de esta pequeña ciudad que ya ha cosechado éxitos en el Mundial de Ciclismo de Australia o en el Campeonato Europeo de Pequeños Estados. También hay más jóvenes con discapacidad que en otros eventos típicos del Vaticano.
Todos escuchan con atención mientras el velocista mira de reojo al cardenal de Mendonça, con preocupación de que lo que está a punto de decir sea mal recibido: “Pero el sacrificio es una palabra que no me gusta. El deporte te enseña, sobre todo, a relacionarte contigo mismo. Especialmente en mi caso, el atletismo, que es muy individual”. El portugués asiente y le hace un gesto para que continúe. En vez de centrarse en las penurias del alto rendimiento, el corredor y el poeta coinciden en definir la exigencia y el diálogo interior que acarrean como la verdadera paz. “Tus palabras me recuerdan a lo que hay escrito sobre el templo de Apolo, en Delfi: ‘Conócete a ti mismo’”, le apostilla el prefecto.
Tortu cuenta cómo la competición le ha obligado a aprender humildad por la fuerza: “Siempre he detestado el lema ‘lo importante no es ganar, sino participar’. Siempre lo he considerado de perdedores, pues yo voy a la carrera para ganar”. Sin embargo, en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 (celebrados en verano de 2021), una mala clasificación en los 100 metros lisos dinamitó sus expectativas personales y le llevó a volcarse por entero con su equipo en los relevos, la prueba en la que mejor se desempeñó y en la que cosechó el oro. “En Tokio me di cuenta de que lo importante no era cruzar primero la línea de meta, sino ser consciente de que había hecho todo lo posible para llegar allí. Esta conciencia me permitió cambiar como persona, como atleta y correr más rápido de lo que nunca antes había hecho. Esos cinco días me cambiaron profundamente como persona”.
En opinión del prefecto, tanto los atletas como los monjes “pasan mucho tiempo solos, poniéndose a prueba, escuchándose a sí mismos”. Y cree que es precisamente en esa introspección cómo “se construye una persona”. “Lo que Filippo dice de los atletas, nosotros podemos decirlo de los contemplativos, de cualquiera que busca una experiencia espiritual poniendo en juego a toda su persona”, añade.
De hecho, aunque Tortu sea un laico corriente (pero extraordinario en los 100 metros lisos), glosado por Tolentino, todo lo que dice tiene un barniz teológico. Al igual que tantos otros deportistas, como el mismo Rafa Nadal, Filippo Tortu ha sido entrenado toda su vida por un familiar. En este caso, su padre: “Para explicar nuestra relación siempre recurro a lo que aprendí en catequesis: Dios te pone delante siempre la posibilidad de elegir, y mi padre ha hecho lo mismo conmigo”.
El italiano se siente afortunado por haber visto desde pequeño el amor de su padre como un anticipo del de Dios. Y, aunque reconoce que “tener al entrenador en casa puede ser complicado” por las broncas que se le presuponen cuando uno vuelve a casa tarde, confiesa que no ha sido así en el caso de su padre: “Siempre me ha dado la posibilidad de elegir libremente, como diciendo: ‘Este es el camino que tienes por delante si quieres ser atleta, pero elige tú’”. A lo que Filippo siempre le correspondió lo mejor que pudo porque se decía: “Soy completamente libre de hacer lo que quiera, pero tampoco me quiero equivocar”.
Siguiendo una guía de entrenamiento que podría firmar el propio papa Francisco, Tortu revela que el voluntarismo no lleva a ningún sitio sin confianza. “Cuando buscas la velocidad por encima de todo, acabas yendo despacio; cuando te fuerzas, te enrigideces”. Y pone un ejemplo que sirve para la vida, la carrera y la oración: “¿Qué hay que hacer para correr más rápido? Solamente fiarte de quien te ha entrenado durante años. Debes estar sereno y seguro”. Según su consejo, y su padre es testigo, después va todo rodado.