El vaticanista de ‘Vida Nueva’ relata su experiencia como cronista de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que arrancaron en Roma en 1986
Sin faltar a la modestia – virtud no muy habitual en el gremio periodístico- puedo alardear de ser un especialista en la historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud pues de las hasta ahora celebradas he tenido ocasión de participar en todas ellas salvo una, la que tuvo lugar en Manila en 1995.
Después del lanzamiento el Domingo de Ramos de 1986 en Roma la primera convocatoria internacional tuvo como escenario la ciudad de Buenos Aires en 1987. Juan Pablo II había visitado previamente Uruguay y Chile ( una etapa muy tormentosa en plena hegemonía del General Augusto Pinochet) y llegamos a la capital argentina el 12 de abril de 1987 cuando aún estaban muy vivos los dramas de la siniestra dictadura militar que causó decenas miles de “desaparecidos”.
El domingo 13 de abril se concentraron en la Avenida 9 de Julio , según informó la policía local, dos millones de personas para asistir a la Eucaristía presidida por el Papa. Una atmósfera casi surreal y desbordante de entusiasmo reinó durante toda la ceremonia celebrada bajo un sol clemente. Karol Wojtyla en su homilía invitó a los jóvenes a dar testimonio ante el mundo de sus vidas “fundadas sobre la verdad que Cristo nos ha revelado”.
Comentando la experiencia el argentino cardenal Eduardo Pironio afirmó que “en Buenos Aires los jóvenes han querido gritar su esperanza al mundo. No existen sólo experiencias de muerte y de violencia. Desde el momento en que hemos recordado la muerte de Cristo en la Cruz, la muerte, el odio, la violencia han sido vencidos sustancialmente por el Dios de la vida”.
El éxito de esta primera JMJ a nivel mundial disipó las dudas de quienes habían anticipado que la iniciativa del papa polaco fracasaría y puso en marcha un mecanismo organizativo confiado el Pontificio Consejo para los Laicos presidido por el ya citado Cardenal Pironio. Presentándole a Juan Pablo II un grupo de jóvenes venidos de setenta países este le dijo: ”Estamos en el punto de partida. El inicio de un diálogo sereno y profundo entre Cristo y los jóvenes de hoy. Esos jóvenes cuando regresen a sus casas podrán decir que han encontrado más profundamente a Cristo, han experimentado más profundamente el amor del Padre y que han descubierto más universalmente a la Iglesia”.
Dos años más tarde la cita de la JMJ convocó a los jóvenes del mundo en Santiago de Compostela.