Francisco se reúne en el Monasterio de los Jerónimos de Lisboa con el clero luso justo en el día en el que varios carteles denunciaban por la capital la existencia de 4.800 víctimas de agresores eclesiales
Primer encuentro con el clero portugués y primer ‘mea culpa’ rotundo de Francisco sobre la lacra de los abusos sexuales en el seno de la Iglesia del país europeo. El Papa hizo un llamamiento a “una purificación humilde y constante, partiendo del grito de dolor de las víctimas, que siempre han de ser acogidas y escuchadas”. El pontífice pronunció estas palabras en el encuentro que mantuvo para rezar vísperas en uno de los escenarios más emblemáticos del catolicismo en el país: el Monasterio de los Jerónimos.
Así, lamentó “la desilusión y la rabia que algunos alimentan en relación con la Iglesia, en algunos casos por nuestro mal testimonio y por los escándalos que han desfigurado su rostro”. De esta manera, el Sucesor de Pedro parecía recoger el guante de los carteles que se podían ver ayer en Lisboa y en los que se leía la frase: “Más de 4.800 niños abusados por la Iglesia Católica en Portugal”.
Con esta contundente intervención cerraba la agenda oficial de su primer día de estancia en Lisboa para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. El Papa presidió una oración compartida con obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas y agentes de pastoral de todo el país. Estuvo flanqueado, entre otros, por el patriarca de Lisboa, el cardenal Manuel Clemente, así como el presidente del Episcopado luso y obispo de Leiria-Fátima, José Ornelas.
Después de un caluroso saludo de acogida por parte de los presentes en el templo, Francisco les invitó a ser “audaces en abrazar el sueño de Dios y encontrar caminos para una participación alegre, generosa y transformadora, para la Iglesia y la humanidad”.
Tomando como punto de partida, la llamada de Jesús a sus discípulos a orillas del mar de Galilea y situado el Papa frente al Atlántico, alentó a los responsables de la Iglesia a no dejarse llevar por el “cansancio” y la sensación de tener “redes vacías”. “Es un sentimiento bastante difundido en los países de antigua tradición cristiana, afectados por muchos cambios sociales y culturales, y cada vez más marcados por el secularismo, por la indiferencia hacia Dios y por un creciente distanciamiento de la práctica de la fe”, reflexionó el pontífice.
Así, les propuso a cuantos le escuchaban que “llevemos al Señor nuestras fatigas y nuestras lágrimas, para poder afrontar las situaciones pastorales y espirituales, dialogando entre nosotros con apertura de corazón para experimentar nuevos caminos a seguir”.
En su encuentro en Los Jerónimos, Francisco llevó a cabo múltiples intervenciones más allá de los papeles. Lo mismo destacó que “la Iglesia no es una aduana” en la que se reserva el derecho de admisión, que subrayó que “cuando estamos cansados, nos jubilamos y nos convertimos en meros funcionarios de lo sagrado”. Incluso recordó cómo llegó a conocer a una religiosa que nunca tenía una palabra de esperanza y a la que todos llamaban “sor Lamentela”.
“No tengan miedo a esa segunda llamada de Jesús, no es una ilusión, es una inquietud buena”, comentó. También bromeó con su auditorio, animándoles a “remar mar adentro, no para pescar bacalaos, sino para reconfortarse con la Alegría del Evangelio”. Es más, les llegó a preguntar: “¿Cómo rezo a Dios, con un ‘blablabla’ 0 durmiendo la siesta delante del Sagrario? Tenemos que recuperar la adoración ante el Sagrario. La madre Teresa de Calcuta siempre rezó, aun en la noche más oscura”.
Más allá de las asignaturas pendientes y dificultades, del “derrotismo de la fe”, Francisco les alentó a recuperar “el gusto y la pasión por la evangelización”. Frente a “la tentación de llevar adelante una ‘pastoral de la nostalgia y de los lamentos’”, reclamó “valentía de navegar mar adentro, sin ideologías y sin mundanidad, animados por un único deseo: que el Evangelio llegue a todos”.
En una llamada a la sinodalidad, destacó la urgencia de “involucrar, con impulso fraterno y sana creatividad pastoral, a los laicos”. “Si no hay diálogo, corresponsabilidad y participación, la Iglesia envejece”, advirtió el Sucesor de Pedro, que lo expresó todavía más claro: “Quisiera decirlo así: jamás un obispo sin su presbiterio y el Pueblo de Dios; jamás un sacerdote sin sus compañeros; y todos unidos como Iglesia —sacerdotes, religiosas, religiosos y fieles laicos—, nunca sin los otros, sin el mundo”. “Sin mundanidad, pero no sin el mundo”, remató, convencido de que “en la Iglesia nos ayudamos, nos sostenemos mutuamente y estamos llamados a difundir también fuera un clima constructivo de fraternidad”.
En su alocución, Francisco también encargó a la Iglesia luda “llevar la cercanía del Padre a las situaciones de precariedad y de pobreza que aumentan, sobre todo entre los jóvenes”. “¡Soñamos la Iglesia portuguesa como un ‘puerto seguro’ para quienes afrontan las travesías, los naufragios y las tormentas de la vida!”. Es la encomienda final que lanzó.