El 1 de enero de 1958 comenzaba a escribirse Vida Nueva. Una historia que es el fruto de otras tantas historias. Unas, nacidas de quienes han llevado el timón de la Iglesia, las de los protagonistas por asumir algún tipo de liderazgo encaminado a conformar la comunidad de los discípulos misioneros de Jesús de Nazaret. Otras tantas, gracias a todos aquellos que, lo mismo en un rincón de una barriada castigada de Sevilla que en el Altiplano boliviano, entregan su vida por construir el Reino de Dios entre los empobrecidos. Con el papa Francisco como testigo, algunos de los artículos y reportajes de ese primer año de la revista se ponen frente al espejo de 2023. En unos casos, con decididos pasos hacia adelante. En otros, no tanto. Compartimos a continuación algunas de sus reflexiones:
Sesenta y cinco años después, deseo que Vida Nueva continúe siendo humana, que trate de tú a tú los problemas humanos con categorías humanas. Por lo que leo, lo llevan bien, pero siempre traten de no dejarse atrapar por interpretaciones ideológicas. Si ustedes conservan esa mirada humanizadora, van a continuar teniendo éxito, porque lo humano es el motor de la vida de las realidades eclesiales, de la vida consagrada, de los movimientos, de las diócesis. El ser humano es la realidad que están llamados a contar, la realidad de las personas, la realidad de la Iglesia. Les animo además a que en sus artículos sean capaces de dejarse sorprender y hacer ver las sorpresas que hay detrás de toda dimensión humana, la singularidad y lo inédito del hombre y la mujer de hoy.
Y, por favor, huyan de los cuatro pecados del periodista que ya he comentado en más de una ocasión: la desinformación, la calumnia, la difamación y la coprofilia. Dentro de la Iglesia estamos dejándonos contagiar por esta red de veneno, que hace una interpretación sucia de los acontecimientos, con una política conspirativa detrás. Les animo a desarmar a esos profetas de la confusión que difunden mensajes a través de los medios de la confusión. ¡Y sigan haciendo travesuras!
Solo vi una vez a Juan XXIII. Caminaba muy ligero, me llamó mucho la atención. Para mí, es el Papa del sentido común. Ahí está la convocatoria del Concilio Vaticano II. Implantó la parte humana en el pontificado. Dicen que en su primer almuerzo papal en el Vaticano se vio solo en la mesa y comentó: “Yo no sé comer solo”. Entonces, llamó a dos o tres guardias para compartir la comida. Era más que un buenazo. No eran ningún tonto, sino un gran político.
Se ha avanzado en la conciencia de los derechos de los migrantes, pero, por otro lado, no se integró esa conciencia y se acaba concibiendo el fenómeno migratorio como una agresión. Eso hace que haya países que se sienten agredidos. Hoy por hoy, son cinco los principales países de desembarco: Chipre, Grecia, Malta, Italia y España. Cuando hablé de las concertinas españolas, califiqué estas medidas como inhumanas. Hoy, poco ha cambiado y, día a día, contemplamos cómo se ahogan seres humanos en el mar, cómo mueren de sed y hambre en los barcos a la deriva… ¡Es inhumano!
Algunos presentan el problema migratorio como una mera invasión, olvidando completamente que estamos ante personas, antes seres humanos. Angela Merkel dijo en un momento determinado que no podemos rechazar sin más a los inmigrantes y puso sobre la mesa que el problema de fondo es África. Cuando los países africanos lograron su independencia, los que se fueron dieron esa independencia del suelo para arriba, pero se quedaron con la tierra para seguir explotándola. A eso se unen las nuevas colonizaciones que están quedándose con la riqueza del continente a golpe de talonario. En el fondo, hay un inconsciente colectivo que está presente: “África está para ser explotada”. Todavía no hemos superado esa conciencia de esclavitud.
En la exhortación apostólica ‘Gaudete et exultate’ dediqué un capítulo al sentido del humor cristiano. Desde hace más de 40 años rezo la oración de santo Tomás Moro y me ayuda. Si no hay humor en la vida, nuestro engranaje no funciona bien del todo. Es como el lubricante de la máquina. El sentido del humor te abre perspectivas. El mal humor no es un signo de santidad. Saber sacar una sonrisa ante las situaciones que se te vienen de frente, hacer un chiste en medio de la dificultad o reírse de uno mismo forman parte de la alegría del Evangelio. En mi etapa pastoral de acompañamiento, lo mismo a sacerdotes que a seminaristas, en algún que otro caso les invitaba a hacer este sencillo ejercicio: “Todos los días, te pones unos diez minutos de reloj delante del espejo y ríete de ti mismo”. No os podéis imaginar cómo les costaba. Los cristianos tenemos que trabajar bastante el sentido del humor.
Recomiendo rezar como Tomás Moro: “Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir. Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla. Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden. Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos, y no permitas que sufra excesivamente por esa cosa tan dominante que se llama yo. Dame, Señor, el sentido del humor. Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que conozca en la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás. Así sea”.
Todas las cuestiones relativas a la Inteligencia Artificial me superan por la complejidad que se está alcanzando. Me guío por quienes están trabajando a fondo en el Dicasterio para la Educación y la Cultura. En cualquier caso, mi reflexión parte siempre del corazón. Las nuevas tecnologías tienen un gran potencial, son un regalo de Dios y pueden dar buenos frutos, pero hay que poner corazón, hay que humanizarlas. Una homilía escrita por el Chat GPT no ha pasado por el corazón de nadie, y un pastor que no pone corazón, que no pone la carne en el asador, no transmite nada. El pastor tiene que ser pasivo de la Palabra para tener pasión pastoral. Si vos, pastor, no te dejas invadir por la Palabra, lo que digas solo saldrá del cerebro, sin pasar por el corazón.