La noche más corta. Por el noqueo provocado por ese “¡Levántate!” de Francisco en la vigilia que impide dormir. Porque el metro cuadrado de esterilla cotiza al alza y no deja hueco para más de una cabezada. Y porque estar al raso junto a un millón y medio de peregrinos a orillas del Tajo bien vale quedarse despierto. Para contemplar, para compartir confidencias, para rezar.
“Los frutos de la JMJ están aquí. Ayer, en cuanto terminó de hablar el Papa, se acercaron a mí dos jóvenes”, explica JJ, sacerdote viator que acompaña al grupo de Cristianos Sin Fronteras. Una para confesarse, porque sintió esa llamada a levantarse frente al fracaso se lo decía a ella. Otro para compartir su deseo de ponerse en manos de Dios para discernir su vocación.
“La verdad es que fue una homilía tan sencilla, tan clara, tan fácil de comprender y, a la vez, proponiendo el reto de vivir en lo cotidiano, que no me extraña que remueva a los jóvenes”, añade este religioso que acumula unos cuantos encuentros de jóvenes, con aquel Tor Vergata romano del 2000 como punto de partida.
“Desde entonces, todavía me sigo emocionando, son sensaciones diferentes, pero ver pasar al Papa me sigue conmoviendo”, sentencia. Pequeños milagros que no tienen el relumbrón de recobrar la visión repentina, pero sí de comenzar a ver las cosas algo más claras a través de la mirada de Dios.
Así pasa la noche del desvelo. La de las luces que iluminan la oscuridad. Hasta que amanece. Entonces, irrumpe un cura dj para desatar la locura. Sí, un despertador a lo MegaStar. Desde el altar mayor para toda la JMJ. Entonces, la masa se entrega al musicote. Ríanse de Tomorrowland. En Lisboa se apuntó al madrugón en modo ‘after’ hasta el apuntador. Obispos incluidos.
Es la antesala del remate final: la misa de clausura y envío presidida por el Papa. Una eucaristía en la que envió a los jóvenes a “cambiar el mundo y que quieren luchar por la justicia y la paz” como vía para hacer realidad el mandato de Jesús. Esta vez se ajustó más al mensaje que tenía preparado, una prueba de que no tiene problema alguno de visión, como algún medio malintencionado dejó caer, quizá rebuscando otro signo de debilidad en un pontífice que ha buscado la complicidad desde la espontaneidad en todas y cada una de sus intervenciones. “¡No tengan miedo!”, remarcó una y otra vez.
Fin de la misa. Aprieta el calor. Última ovación a Francisco, aplausos a Portugal por su impecable organización y acogida. Y alegría desaforada entre los romanos, que preparan su jubileo para los jóvenes, y entre los surcoreanos, que acogerán su próxima JMJ. El Campo de Gracia comienza a vaciarse. Lo que fuera un vertedero, durante 48 horas se ha reciclado como un Tabor el día en el que la Iglesia entona el Evangelio de la Transfiguración. El día en el que un anciano de 86 años convenció a un millón y medio de peregrinos que “son el presente y el futuro”. De la Iglesia. Del planeta.