Entre 1979 y 1992, El Salvador vivió una de las guerras civiles más dramáticas de la historia contemporánea de Centroamérica. El enfrentamiento entre el ejército nacional, apoyado por Estados Unidos, y distintas guerrillas comunistas, lideradas por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional y sostenidas en buena parte por la Unión Soviética, en el contexto de la Guerra Fría, dejaron un terrible saldo: más de 75.000 muertos, 15.000 desaparecidos, 550.000 desplazados internos y 500.000 refugiados fuera del país.
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Entre las muchas pérdidas humanas, la Iglesia sufrió dolorosos golpes por el posicionamiento de varios de sus pastores al criticar al Gobierno salvadoreño por las constantes vulneraciones de los derechos humanos. Un grito profético que llevó al asesinato del jesuita Rutilio Grande en 1977, en un momento especialmente convulso previo a la guerra fraticida, o al de Óscar Romero, arzobispo de San Salvador, tiroteado en 1980 mientras celebraba la misa. Ambos fueron puestos en la diana por el Ejecutivo, cumpliendo esa ilegal sentencia de muerte los escuadrones de la muerte.
Tras décadas de indecisión
En los últimos años, tras varias décadas de indecisión para no generar tensión social y por las resistencias de ciertos sectores eclesiales, la Iglesia salvadoreña ha dado un paso al frente y ha promovido la canonización de monseñor Romero (el 14 de octubre de 2018, tras ser beato en 2015) y la beatificación de Rutilio Grande, que llegó el 23 de enero de 2022,
Superada esta primera fase, al fin, la Conferencia Episcopal de El Salvador ha anunciado públicamente que va a acometer la ascensión a los altares de un “grupo grande” de “mártires” de la guerra civil. Así lo explicó, ayer, domingo 6 de agosto, el arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, en el transcurso de una ceremonia religiosa por la clausura de las celebraciones en honor al Divino Salvador del Mundo
En la mente de todos
Aunque no precisó la identidad de los que podrían ser próximos beatos, todo el país tiene en mente al jesuita vasco Ignacio Ellacuría, asesinado, junto a otros cinco religiosos de la Compañía de Jesús (cuatro españoles y un salvadoreño), en el campus de la Universidad Centroamericana (UCA). El crimen se produjo en 1989 y, llevado a cabo por fuerzas militares al servicio del Gobierno, también le costó la vida a la cocinera de la Universidad y a su hija, ambas campesinas.
De un modo oficioso, Escobar, al celebrar que la Iglesia local honrará así la memoria de “un grupo significativo de mártires que sufrieron en carne propia las atrocidades del reciente conflicto armado”, sí vino a reconocer que Ellacuría será uno de ellos. De hecho, lo citó como modelo y valoró con emoción que “sus palabras resuenan como un eco de esperanza y utopía”.
Devoción popular
Si bien, popularmente, Ellacuría y los mártires de la UCA estaban al mismo nivel de devoción que Rutilio Grande y Óscar Romero, dentro de El Salvador y a nivel mundial, ahora, más de tres décadas después, es cuando podría echar a andar el proceso eclesial que culmine en el reconocimiento de su santidad.
Mirando a la situación actual del país, como recoge ‘La Prensa Gráfica’, el arzobispo de San Salvador clamó una vez más contra el régimen de excepción decretado por el presidente Bukele: “Es crucial mejorar los procedimientos legales para evitar el encarcelamiento injusto y garantizar la pronta liberación de quienes son inocentes. La justicia debe ser administrada de manera diligente y equitativa”.