Un caleidoscopio de voces, en medio de la Asamblea de la Conferencia de la Amazonía (Ceama) en Manaos, conmemora (y rememora) este 9 de agosto Día Internacional de los Pueblos Indígenas, declarado así por Naciones Unidas desde 1994, bajo una consigna: fe encarnada e inculturada.
Desde indígenas de base hasta un prefecto del Vaticano insisten en seguir empujando los sueños del papa Francisco para tejer en un solo manto lo social, cultural, ecológico y eclesial.
Henry Yasmani Fuentes, indígena del pueblo Piaroa de Colombia, resignifica este día como un momento para “seguir manteniendo este conocimiento y saberes ancestrales como pueblos indígenas para poder cuidar la casa común”.
Son pueblos despreciados tanto dentro como fuera de la Iglesia, basta recordar como cuando dos hombres ingresaron Santa María Transpontina –durante el Sínodo amazónico – lanzando dos estatuillas al río Tíber.
A estos gestos de desprecio, está el anquilosado problema de la pobreza, la exclusión, la violencia. Una madre indígena, Belinda Jima de Perú, del pueblo awajún, pide que las mujeres sean visibilizadas sobre todo “nos entiendan” y sobre todo quiere ser escuchada.
A tirón de marras convida a todas las mujeres indígenas a tener valentía, seguir adelante, caminando juntas, en comunidad. “Cuidar de todo lo creado, lo más importante”, dice.
Un proceso eclesial que ha ido evolucionando desde el Sínodo amazónico. Así considera Patricia Gualinga, la líder indígena del pueblo Kichwa de Sarayaku, en Ecuador. En 2014, llegó a asesorar en la génesis de la Red Eclesial Panamazónica (Repam).
Allí conoció a un hombre vestido de morado con una cruz grande al pecho. Era el cardenal Cláudio Hummes, amigo y colega de Francisco, que sobre sus hombros pesa la armazón de lo que hoy es Iglesia con rostro amazónico.
Un legado que deja y tiene en sus estructuras como vicepresidente a Patricia, por eso, ella insiste que “escuchen la voz de los pueblos indígenas, que es la voz de la Madre Tierra, aprendan y reaprendan de la contribución de los pueblos indígenas, porque ahí hay insumos suficientes para construir un mundo mejor, para dejar un legado a las futuras generaciones”.
Pide, por supuesto, “fuerza para que podamos sensibilizar a la sociedad global en el amor a la Madre Tierra, a la naturaleza”. En una humanidad que va camino en un frenético impulso autodestructivo y a oídos sordos frente a una realidad que clama “cuidar toda la creación”.
Además la persecución y asesinato de líderes indígenas es el “pan de cada día”. La indiferencia – como dice Bergoglio insistentemente – mata, por eso Odair José Sousa, cacique del pueblo Borari en Brasil, recuerda: “nosotros existimos, estamos vivos”.
Desvelando así la caja de Pandora, que el expresidente Jair Bolsonaro abrió con el llamado Marco Temporal, que pretende que sólo sean reconocidos como territorios indígenas los ocupados en el momento en que fue promulgada la Constitución de 1988. Un duro golpe a los pueblos que después se fueron asentando.
El cardenal Michael Czerny, prefecto del Dicasterio para el servicio del Desarrollo humano integral, llegó a Manaos para participar de la Asamblea de la Ceama. Está todo oídos y corazón abierto para redoblar los esfuerzos de la escucha.
“Todo pueblo merece ser escuchado”, comenta y, ras con ras, deja claro que se trata de una tarea pendiente en la que la Iglesia se encuentra “en una fase de aprender como escucharnos mutuamente, porque obviamente hace falta la escucha de los pueblos originarios”.
No se trata de un esnobismo verde, para el purpurado – mutado en Manaos en embajador del oído – apunta a la integralidad de la ecología, en un cuidado de la casa común, porque el alma también se salva siendo custodios de todo lo que Dios ha creado.
El cura checo insiste: “escuchar, escuchar, escuchar” a pesar de quienes en su sordera se abrogan la verdad absoluta y tachan a los hermanos indígenas de paganos y panteístas como si se tratara aún en una serie televisiva del medioevo en la guerra por las Cruzadas.
Foto: Pavel Martiarena