Entrevistas

Cardenal Álvaro Ramazzini: “Guatemala será más justa, digna y humana si hay coherencia entre fe y vida”





El pasado 25 de junio, las elecciones de Guatemala depararon “resultados sorpresivos”: el líder del socialdemócrata Movimiento Semilla, Bernardo Arévalo, y la candidata derechista de Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), la ex primera dama Sandra Torres, deberían disputarse la presidencia del país en segunda vuelta el 20 de agosto. La fecha está confirmada por el Tribunal Supremo Electoral, que ha tardado más de dos semanas en validar los resultados oficiales de los comicios. Mientras tanto, la Fiscalía anunciaba la suspensión de la personalidad jurídica del Movimiento Semilla, con la consiguiente oleada de protestas ciudadanas y una nueva crisis en el horizonte. En la última cita con las urnas, “una vez más –lamenta el cardenal Álvaro Ramazzini– se demostró que predominaron las preocupaciones existenciales de la vida diaria y, sobre todo, los niveles de precariedad que están forzando a cientos de personas a emigrar hacia Estados Unidos y a la gran mayoría a procurar sobrevivir”. Una situación que, a juicio del obispo de Huehuetenango, “influyó en la relativa poca participación ciudadana”.



PREGUNTA.- ¿Por qué hay tanta desafección hacia la política y los políticos entre el pueblo guatemalteco?

RESPUESTA.- La mayoría de la población se siente decepcionada al comprobar que los últimos gobiernos y el Congreso, así como muchos alcaldes, no han cumplido sus promesas de campaña ni han ayudado a resolver los graves problemas del país, a nivel nacional y municipal. Un espíritu de decepción y desencanto predomina en los electores. El sistema político partidista está en total bancarrota, lo cual es muy peligroso para fortalecer una democracia tan débil como la guatemalteca. La ciudadanía está profundamente decepcionada y duda de la credibilidad de los candidatos. La historia de los procesos eleccionarios después de las dictaduras vividas ha estado plagada de falsas promesas, de incoherencias de los que fueron elegidos para los diversos cargos. Es muy común escuchar frases como “para qué votar si todo seguirá igual o tal vez peor”, “todos los candidatos son mentirosos… Si a esto se añade el hecho, trágico y doloroso, de un aumento de la pobreza y la miseria en la mayoría de los ciudadanos, por políticas muy alejadas de promover el bien común y resolver los problemas –tanto estructurales como inmediatos–, la falta de participación política se entiende y se justifica. No debería justificarse, pero también es verdad que no “es posible pedir peras al olmo”.

Depurar y fortalecer

P.- Los obispos siguen confiando en que “es posible fortalecer y depurar el sistema democrático”. ¿Cómo se logra algo así, a la vista de los precedentes?

R.- Si pienso en “depurar”, sería necesaria una profunda y total revisión, que incluiría cambios sustanciales. Me quedo con “fortalecer”, que es un verbo que a veces parece utópico, pero que sigue retando a la ciudadanía a encontrar los mejores medios para lograrlo: por ejemplo, incremento de una formación política consistente y objetiva desde la educación secundaria; formación continua y sistemática sobre la Constitución; inclusión de requisitos esenciales tales como el ejemplo de vida, la práctica de los valores éticos en la vida personal de los candidatos, el aumento del número de miembros para formar un partido político…

P.- Que Guatemala llegue a ser “una sociedad más digna, humana y justa”, como piden a Dios en uno de sus últimos mensajes, ¿de qué depende?

R.- Cuando en Guatemala los cristianos, católicos y no católicos, seamos de verdad coherentes con lo que creemos viviendo los valores del Evangelio, entonces las posibilidades de lograr una sociedad más justa, más digna y más humana, dejará de ser una utopía para convertirse en realidad. Es trágico y decepcionante constatar que la división entre fe y vida es la constante de la mayoría de guatemaltecos y, si esto lo ponemos en clave del ejercicio de la política, el panorama es más sombrío y desesperanzador. Los que han sido elegidos por el pueblo para cargos públicos se olvidan a propósito de lo que creen y de las implicaciones de la ética cristiana y, amparándose en el principio constitucional de la laicidad del Estado, argumentan que su conciencia cristiana no tiene nada que ver con su responsabilidad política. Es una gravísima deformación que no respeta a la persona.

Petición al próximo presidente

P.- ¿Qué le piden cómo Iglesia al presidente o presidenta que salga elegido en las urnas el 20 de agosto?

R.- La defensa de los valores éticos debería ser una de las motivaciones fundamentales en cualquier individuo que quiera ejercer una acción política. Como Iglesia, le pedimos al próximo presidente que cumpla lo que la Constitución le exige como tal; que sea un factor de unidad verdadera en un país muy dividido por diferentes razones, entre ellas el racismo y la discriminación social (ricos y pobres); que diga la verdad y sea consecuente con ella; que no haga promesas que sabe no podrá cumplir; que conozca el interior empobrecido del país, a pesar de las riquezas naturales que posee; que promueva un desarrollo integral sostenible; que en la organización pública del Estado, en aquello que le compete, nombre personas idóneas y no caiga en la trampa de dar a cargos a quienes le apoyaron para ganar las elecciones; y que sea siempre un acérrimo defensor de la paz y la armonía social. (…)

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Alicia Ruiz López de Soria, ODN







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